Soy una mal pensada, sospecho de los sucesos demasiado oportunos.
Se parecen demasiado a la carta bajo la manga del tahur.
Navalny lleva años en la cárcel, ya casi nadie hablaba de él, era como el Leopoldo López al que tantas páginas de prensa y tantos telediarios se dedicaron por su lucha por la democracia y la libertad y que quedó olvidado y usado sólo cuando se necesita marcar el carácter tirano de Maduro.
Con Navalny nos hallamos ante una situación casi tan mágica como la botella de veneno con la que intentaron acabar con su vida hace cuatro años.
De repente, justo después de la entrevista de Putin, cuando vive su momento de gloria, decide hundir su imagen y presentarse como un dictador que mata opositores en la cárcel.
No me cuadra.
El "mundo libre" quiere demostrar su bondad por el método comparativo.
Putin ha matado un opositor, nosotros no matamos opositores.
Lo de Navalny tiene la misma lógica que lo del Nord Stream.
En el caso de los gaseoductos la acusación sobre Putin llegó antes que se iniciara cualquier investigación. La prensa se encargó de sembrar la sospecha. Más o menos insinuaron que Putin destruyó su propio proyecto. Unos gaseoductos en los que había invertido mucho dinero, que permitían exportar petróleo a Europa, algo que siempre ha ido muy bien a la economia rusa.
Esa hipótesis no se sostuvo mucho tiempo y como no se podía culpar a Putin, cayó un manto de silencio sobre el asunto y cuando se supo lo que todos sabían que era cosa de los yankees y los ukronazis, se decidió hablar nada del tema.
Con el asunto de la muerte del opositor Navalny, se repite la historia.
Sin ninguna investigación la "prensa libre" se lanza a señalar a Putin.
Pero como en el caso de los gaseoductos, asesinar un opositor ahora es solo tirar piedras sobre el propio tejado, y como estamos viendo Putin es frío y calculador y no comete errores de principiante.
Al menos aparentemente no existe ninguna razón creíble que pueda justificar tal elección.
Después de todo, ¿por qué matar a un oponente ya detenido que no representa una amenaza significativa para el poder establecido? ¿Por qué matarlo después del sensacional éxito de la entrevista concedida al periodista estadounidense Tucker Carlson y las posibles implicaciones de ello? ¿Y por qué lo hace tan cerca de las elecciones presidenciales de marzo y después de la captura de Avdeevka?
A estas preguntas sumamos la curiosa sincronía entre la muerte de Alexey Navalny y la presencia de su esposa Yulia en la conferencia de Múnich y las contundentes declaraciones de su madre Ludmila .
El rigor de la lógica lleva a excluir la hipótesis del orden directo de Vladimir Putin. del mismo modo que el momento de la muerte de Alexey Navalny nos lleva a considerar muy poco realista la hipótesis de una muerte natural.
El secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, había instado a Moscú a “dar explicaciones” sobre lo ocurrido. Para el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, no hay necesidad de buscar más confirmaciones, ya que es “obvia” la culpabilidad de Putin.
"Putin siempre mata, no parará de hacerlo. Matará a quien sea, a mi pueblo o a sus opositores, con tal de mantenerse en el poder”, afirmó Zelenski, en una comparecencia desde Berlín junto al canciller Olaf Scholz.
Para la presidenta de la Comisión Europea (CE), Ursula von der Leyen, no había dudas tampoco a la hora de señalar al responsable: la muerte de Navalni es "la sombría constatación de lo que son Putin y su régimen"
Para la primera ministra de Estonia, la ultraderechista Kaja Kallas, la muerte de Navalvi "es otro oscuro recordatorio del régimen contra el que estamos lidiando".
“Navalny fue un símbolo de libertad y democracia en Rusia. Es por eso exactamente que ha muerto”, apuntó la ministra de Asuntos Exteriores alemana, la verde Annalena Baerbock.
Todas estas voces que acusan a Putin dejan solo un hecho indiscutible : el asunto en su conjunto se convirtió inmediatamente en un argumento más para justificar el envío de armas a Ucrania, imponer nuevas sanciones y renovar el extremismo antiruso, principalmente en Washington y Londres.
No es la primera vez que Navalny es objeto de intento de asesinato. Recuerden 2020 cuando una botella mágica envenenada no mató ni a Navalny ni a los activistas que la tocaron y la respuesta a cómo llegó esa botella a Alemania, sin envenenar a nadie en el camino, se quedó en uno de los misterios no resueltos de la humanidad.
Si lo envenenaron en el hotel Navalny no pudo llegar al aeropuerto, si fue en el aeropuerto no pudo llegar a Alemania, No había rastros de Novichok en la cafetería del aeropuerto, donde Navalny tomó té, tampoco en el avión, particularmente en el baño y en su asiento, ni contaminó a sus compañeros, ni a la ambulancia, ni a los médicos que le dieron los primeros auxilios. Su recuperación posterior indica lo contrario, pues ese tóxico es 100% letal.
Con esos antecedentes tenemos al menos que esperar a ver de qué se trata el asunto.
Pero hay otros que no pueden esperar, que necesitan argumentos como agua de mayo o como los sucesos del 7 de octubre, para convencer a los contribuyentes que sus armas luchan por la libertad, especialmente después del discurso de Putin que les dejó un poco en bragas.
Y por supuesto todas esas voces serían más creíbles, toda esa preocupación por la vida de Navalny sería más respetable si no viniese de los torturadores de Assange y de los amigos de Netanyahu.
La figura del "opositor" en la mitología europea es algo digno de estudiar, porque "opositores" hay en Venezuela, en Cuba, en Rusia y en las praderas de la libertad occidental los "opositores" son llamados unánimemente "terroristas" .
Utilizando los mismos argumentos podrían llamar a Julian Assange "opositor"
De Navalny han olvidado contarnos que su programa político era "populista". No era progresista ni estaba arraigado en ningún tipo de movimiento de masas.
Él, como hacen muchos opositores populistas del tipo “anticorrupción”, intentó aprovechar el descontento social por el carácter torcido del sistema político y económico del país. Afirmó que si se limpiaba el país de burócratas se lograrían mejoras sociales.
Sus promesas de mejorar la atención sanitaria y la educación y aumentar el salario mínimo fueron un disfraz. Sus demandas centrales fueron una mayor privatización de la economía, la reducción de los impuestos a las empresas, la transferencia del fondo de pensiones del país al mercado de valores y la devolución de un poder económico significativo a las regiones alejadas del gobierno federal, los efectos acumulativos de lo que significaría aumentar enormemente la desigualdad social y regional.
Estas políticas pretendían barrer una capa de oligarcas e instalar otra: los que orbitan alrededor de Navalny, los más dispuestos a alistar a Rusia detrás del imperialismo estadounidense y europeo. Nada de esto podría lograrse sobre una base democrática.
La de Navalny es una muerte demasiado oportuna para el discurso occidental
¿ Realmente haría Putin ese regalo a los yankees y sus lacayos europeos justo cuando está viviendo el momento álgido de su gloria?
Comentarios
Publicar un comentario