James Monroe fue el quinto presidente de los Estados Unidos tras vencer a la candidatura federalista en las elecciones de 1816.
Antes de llegar a la presidencia ejerció de soldado, abogado, delegado continental del congreso, senador, gobernador, secretario de estado y secretario de defensa.
Su mandato presidencial se extendió entre el 4 de marzo de 1817 y el 4 de marzo de 1825
Su doctrina, conocida como " Doctrina Monroe" es el gran legado de James Monroe.
Su importancia es tal que todavía en 2022 forma parte de la política exterior de los EE. UU.; muy unida a los principios del "Destino Manifiesto".
El 2 de Diciembre de 1823 James Monroe da su Séptimo Mensaje Anual al Congreso, leyó un discurso redactado por John Quincy Adams ( el que sería el sexto presidente de los Estados Unidos (1825-1829) después de Monroe) en el que no proponía una doctrina, sino que pretendía fijar posición ante el posible interés por revivir el colonialismo europeo en América, en un tiempo en que la independencia de Estados Unidos aún era muy joven.
Recogemos este fragmento que desvela los puntos clave de su "doctrina"
«...A propuesta del Gobierno Imperial Ruso, hecha a través del ministro del Emperador residente aquí, se han trasmitido plenos poderes e instrucciones al ministo de los Estados Unidos en San Petersburgo para negociar amistosamente los derechos e intereses respectivos de las dos naciones en la costa noroeste de este continente.
Una propuesta similar se ha hecho por Su Majestad Imperial al Gobierno de la Gran Bretaña, a la cual se ha accedido de manera similar.
El Gobierno de los Estados Unidos ha estado deseoso por medio de este amistoso procedimiento de manifestar el gran valor que invariablemente otorga a la amistad del Emperador y la solicitud en cultivar el mejor entendimiento con su Gobierno.
En las discusiones a que ha dado lugar este intéres y en los acuerdos con que pueden terminar, se ha juzgado la ocasión propicia para afirmar, como un principio que afecta a los derechos e intereses de los Estados Unidos, que los continentes americanos, por la condición de libres e indepencientes que han adquirido y mantienen, no deben en lo adelante ser considerados como objetos de una colonización futura por ninguna potencia europea... Se afirmó al comienzo de la última sesión que se hacía entonces un gran esfuerzo en España y Portugal para mejorar la condición de los pueblos de esos países y que parecía que éste se conducía con extraordinaria moderación.
Apenas necesita mencionarse que los resultados han sido muy diferentes de lo que se había anticipado entonces. De lo sucedido en esa parte del mundo, con la cual tenemos tanto intercambio y de la cual derivamos nuestro origen, hemos sido siempre ansiosos e interesados observadores. Los ciudadanos de los Estados Unidos abrigamos los más amistosos sentimientos en favor de la libertad y felicidad de los pueblos en ese lado del Atlántico.
En las guerras de las potencias europeas por asuntos de su incumbencia nunca hemos tomado parte, ni comporta a nuestra política el hacerlo. Solo cuando se invaden nuestros derechos o sean amenazados seriamente responderemos a las injurias o prepararemos nuestra defensa.
Con las cuestiones en este hemisferio estamos necesariamente más inmediatamente conectados, y por causas que deben ser obvias para todo observador informado e imparcial. El sistema político de las potencias aliadas es esencialmente diferente en este respecto al de América.
Esta diferencia procede de la que existe entre sus respectivos Gobiernos; y a la defensa del nuestro, al que se ha llegado con la pérdida de tanta sangre y riqueza, que ha madurado por la sabiduría de sus más ilustrados ciudadanos, y bajo el cual hemos disfrutado de una felicidad no igualada, está consagrada la nación entera.
Debemos por consiguiente al candor y a las amistosas relaciones existentes entre los Estados Unidos y esas potencias declarar que consideraremos cualquier intento por su parte de extender su sistema a cualquier porción de este hemisferio como peligroso para nuestra paz y seguridad.
Con las colonias o dependencias existentes de potencias europeas no hemos interferido y no interferiremos.
Pero con los Gobiernos que han declarado su independencia y la mantienen, y cuya independencia hemos reconocido, con gran consideración y sobre justos principios, no podríamos ver cualquier interposición para el propósito de oprimirlos o de controlar en cualquier otra manera sus destinos, por cualquier potencia europea, en ninguna otra luz que como una manifestación de una disposición no amistosa hacia los Estados Unidos.
En la guerra entre esos nuevos Gobiernos y España declaramos nuestra neutralidad en el momento de reconocerlos, y a esto nos hemos adherido y continuaremos adhiriéndonos, siempre que no ocurra un cambio que en el juicio de las autoridades competentes de este Gobierno, haga indispensable a su seguridad un cambio correspondiente por parte de los Estados Unidos.
Los últimos acontecimientos en España y Portugal demuestran que Europa no se ha tranquilizado.
De este hecho importante no hay prueba más concluyente que aducir que las potencias aliadas hayan juzgado apropiado, por algún principio satisfactorio para ellas mismas, el interponerse por la fuerza en los asuntos internos de España.
Hasta que punto pueden extenderse, por el mismo principio, estas interposiciones es una cuestión en la que están interesados todas los países independientes, aun los más remotos, cuyas formas de gobierno difieren de las de estas potencias, y seguramente ninguno de ellos más que los Esados Unidos.
Nuestra actitud con respecto a Europa, que se adoptó en una etapa temprana de las guerras que por tanto tiempo han agitado esa parte del globo, se mantiene sin embargo la misma, cual es la de no interferir en los asuntos internos de ninguna de esas potencias; considerar el gobierno de facto como el gobierno legítimo para nosotros; cultivar con él relaciones amistosas, y preservar esas relaciones con una política franca, firme y varonil, satisfaciendo siempre las justas demandas de cualquier potencia, pero no sometiéndose a injurias de ninguna.
Pero con respecto a estos continentes, las circunstancias son eminente y conspicuamente diferentes. Es imposible que las potencias aliadas extiendan su sistema político a cualquier porción de alguno de estos continentes sin hacer peligrar nuestra paz y felicidad; y nadie puede creer que nuestros hermanos del Sur, dejados solos, lo adoptaran por voluntad propia.
Es igualmente imposible, por consiguiente, que contemplemos una interposición así en cualquier forma con indiferencia. Si contemplamos la fuerza comparativa y los recursos de España y de esos nuevos Gobiernos, y la distancia entre ellos, debe ser obvio que ella nunca los podrá someter. Sigue siendo la verdadera política de los Estados Unidos dejar a las partes solas, esperando que otras potencias sigan el mismo curso..."
Es este discurso el que se ha resumido en la frase "América para los americanos"
Con el paso del tiempo, la expresión "América para los americanos" pasó de ser una consigna a una doctrina que justificaba la intervención estadounidense en los países del hemisferio, tal como lo expresa la intervención en el canal de Panamá y la guerra de Cuba, o su posición ante las intervenciones europeas durante la historia contemporánea latinoamericana. ¿Cómo ocurrió esa transformación?
Clyde O. DeLand: El nacimiento de la doctrina Monroe. 1912. Personalidades retratadas: John Quincy Adams, William H. Crawford, William Wirt, James Monroe, John C. Calhoun, Daniel D. Tompkins y John McLean.
Aprovechando que las guerras napoleónicas mantenían ocupados a británicos e irlandeses, Estados Unidos decidió declarar una guerra en 1812 contra sus colonias canadienses. Tras un conflicto de tres años, la guerra resultó infructuosa para Estados Unidos, que tuvo que tolerar a su incómodo vecino por la frontera Norte.
EL conflicto despertó en el imaginario estadounidense el ideal del llamado "Destino Manifiesto", es decir, el presupuesto de que Estados Unidos estaría destinado a expandirse y defender la libertad desde el Atlántico hasta el Pacífico.
Ese mismo año, en 1815, finalizaron las guerras napoleónicas en Europa.
Las monarquías de Rusia, Austria y Prusia formaron la llamada Santa Alianza, cuyo propósito era restablecer el orden monárquico en los países que habían sufrido el influjo del liberalismo y del secularismo francés.
En 1823, la Santa Alianza intervino con éxito en España y restableció la monarquía de Fernando VII, lo que podría haber despertado el interés por restituir sus colonias en Latinoamérica.
Una vez más, los norteamericanos se sentían amenazados, esta vez por la frontera Sur. Fue allí cuando tuvo lugar el discurso que James Monroe pronunció ante el Congreso del Estado de la Unión, como parte de su informe anual de gestión y exposición de nuevas políticas.
Cuando James Monroe lanzó su sentencia ante el Congreso, esta no pasaba de ser una consigna, pues Estados Unidos aún no tenía ni recursos económicos ni militares para un real enfrentamiento.
Europa estaba consciente de ello, así que no le dio mayor importancia a la declaración y mantuvo su presencia en América, bien en sus colonias activas o bien a través de acuerdos comerciales.
El discurso de Monroe, giraba alrededor de tres principios fundamentales, que paulatinamente derivaron en una doctrina.
Estos puntos son:
.- El carácter inadmisible de cualquier intento europeo por recolonizar el territorio americano.
.- El rechazo categórico al sistema de organización monárquico. Queda establecido en el discurso, por lo tanto, que la identidad del hemisferio pasa necesariamente por abrazar el sistema republicano e invocar el principio de libertad.
.- El compromiso de no intervención en los asuntos europeos por parte de Estados Unidos, como garantía de conveniencia.
Una frase como "América para los americanos" debía tener, como es lógico, un importante simbolismo en el contexto latinoamericano. Como retórica, la frase fue recibida con aceptación, pero no sin sospecha, ya que América Latina no contaba con el apoyo concreto de su vecino del norte en la lucha independentista.
La discusión de la doctrina Monroe fue un punto en la agenda del Congreso de Panamá convocado por Simón Bolívar en el año 1826.
El congreso tenía como propósito llegar a acuerdos que beneficiasen a todos los países independientes del hemisferio, lo que pasaba por invocar los principios de la doctrina Monroe ante un eventual intento de recolonización.
Sin embargo, el congreso no generó acuerdos comunes y, al poco tiempo, la Gran Colombia y las Provincias Unidas del Centro de América se dividieron en diferentes naciones.
Para disgusto de los estadounidenses, la división benefició a Gran Bretaña, que acabó por establecer acuerdos comerciales con diferentes gobiernos hispanoamericanos.
Será realmente de 1845 en adelante que el discurso de Monroe adquiera el carácter de una doctrina y se convierta en una justificación de la vocación expansionista de Estados Unidos bajo el argumento del destino manifiesto.
En su discurso del 2 de diciembre de 1845, el presidente James Polk invocó los principios expuestos por Monroe en 1823, interesado en controlar los territorios de California, Texas y Oregón, que acabaron por ser anexados a la Unión tras una guerra con México.
Era claro que Estados Unidos aspiraba a convertirse en una potencia.
De ese modo, fue extendiendo sus intereses económicos hacia Centroamérica, donde también Gran Bretaña invertía sus esfuerzos económicos. Conscientes de que los británicos tenían mejores armas para una confrontación, Estados Unidos optó por negociar sus zonas de influencia.
La suma de estos y otros eventos evidencia un giro en la política exterior de Estados Unidos en lo que refiere a América Latina.
"América para los estadounidenses"
Dicta un refrán español que "quien no hace lo que dice, acaba diciendo lo que hace". Eso parece haber ocurrido con la doctrina Monroe, pues su aplicación se ha hecho efectiva solo en la defensa de los intereses de los Estados Unidos y no en la defensa de la soberanía de las naciones latinoamericanas.
El inicio del siglo XX estuvo marcado por la política del nuevo presidente norteamericano, Theodore Roosevelt. Inspirado en el refrán sudafricano que reza: "habla suavemente y lleva un gran garrote, así llegarás lejos", Roosevelt implementó la doctrina Monroe en América Latina de un modo muy particular.
Roosevelt comprendió que podía mantener a América Latina alineada a su favor por medio de una política diplomática pero amenazante a la vez: si alguna nación en Latinoamérica no respetase los "ideales" estadounidenses de independencia, libertad y democracia, sería objeto de una intervención militar.
A eso se le llamó corolario Roosevelt, doctrina Roosevelt o política del Gran Garrote. La pregunta sería: ¿quién fija los criterios de conceptos tan maleables?
Cuando Roosevelt intervino a favor de Venezuela en el año 1902, frustrando el bloqueo que Gran Bretaña, Italia y Alemania perpetraron contra el gobierno de Cipriano Castro, envió un claro mensaje a la coalición europea, pero también a toda América. Y este fue solo uno de los muchos episodios que pueden ser mencionados en la historia de la región.
En la medida en que EE.UU. amplió su hegemonía sobre el hemisferio, la frase "América para los americanos" fue adquiriendo un nuevo sentido en el imaginario popular: "América para los estadounidenses".
De allí que América Latina pasara a ser vista como el "patrio trasero" de los Estados Unidos, especialmente en el contexto de la Guerra Fría.
El capitalismo: un nuevo punto en la agenda del destino manifiesto
La política del patrio trasero se agudizó en el siglo XX con la intromisión del comunismo, suerte de caballo de Troya ideológico que amenazaba el orden conocido en todo el mundo, sin ofrecer una perspectiva clara de futuro.
Para entonces, Estados Unidos ya se había transformado en una nación industrializada y pujante, plenamente capitalista y liberal en su política económica.
El comunismo avanzaba en el mundo occidental desde el triunfo de la revolución rusa en 1917, y desafiaba no solo el sistema productivo, sino a la democracia como ordenamiento civil y, evidentemente, a los intereses de Estados Unidos sobre la región.
Las ideas comunistas eran, sin duda, muy contagiantes y habían despertado toda suerte de liderazgos carismáticos en América, muy especialmente en América Latina.
El fantasma del comunismo hizo que Estados Unidos volcara toda su energía a resguardar el modelo capitalista. La lucha contra el comunismo pasó a ser un punto pivotal en la agenda política nacional e internacional de esa nación, ampliando el alcance del destino manifiesto.
A lo largo del siglo XX han sido muchas las intervenciones de EE.UU., algunas más polémicas que otras y sujetas todas a grandes debates. Entre ellas, podemos mencionar:
Guatemala, en 1954;
Cuba, en 1961;
Brasil, en 1964;
República Dominicana, 1965;
Chile, en 1973;
Nicaragua, entre 1981 y 1984;
Granada, en 1983;
Panamá, 1989.
Resumiendo, lo que comenzó como una frase retórica, que invocaba un principio abrazado por toda la generación de los independentistas en América, se ha transfigurado en un concepto complejo y turbio.
Habrá que preguntarse, a profundidad, en qué pensaba John Quincy Admas cuando escribió aquella frase, o en qué creía Monroe cuando la puso en sus labios.
Después de todo, ¿los estadounidenses no se llaman a sí mismos americans (americanos en español)?
Habrá que preguntarse si, desde su origen, la frase no adolecía ya de la rigidez propia de los discursos nacionalistas del siglo XIX, que pretendían categorizar el entramado complejísimo de relaciones sociales, de intercambios, de transferencias, de negociaciones.
Habrá que preguntarse si la idea de "América para los americanos" no estaba ya destinada a su muerte simbólica o a su mutación, toda vez que no fue el resultado de un debate panamericano, sino la expresión del temor a perder los propios dominios alcanzados y los sueños de gloria.
Habrá que preguntarse si, finalmente, la doctrina Monroe no se habrá convertido en expresión del principio maquiavélico "el fin justifica los medios".
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