No solo fue una revuelta masiva contra la colonización sionista y la ocupación militar israelí, sino que fue una afirmación de la identidad nacional palestina, así como la expresión de la efervescencia revolucionaria y de las resistencias populares palestinas.
Durante la Intifada (“levantamiento”, en árabe) las resistencias se esparcieron por prácticamente todas las capas de la sociedad palestina. También se la denomina como la “Intifada de las Piedras”, ya que una de sus imágenes más conocidas fue el lanzamiento de piedras por parte de niñas, niños y jóvenes palestinos contra tanques israelíes. Su carácter fue preeminentemente no violento
Las causas de la Primera Intifada son diversas.
Arafat estaba exiliado en Túnez, donde se encontraba la sede de la OLP.
Una nueva generación de jóvenes, que habían crecido bajo la ocupación, podía sentir que los líderes de la resistencia palestina formada durante la década de 1960 no conseguían victorias, además de que vivían lejos y estaban más divididos que en otras ocasiones.
Al mismo tiempo, numerosos dirigentes de los países de mayoría árabe estaban más preocupados por la guerra de Irak-Irán (1980-1988).
La frustración aumentaba, las condiciones de vida en los territorios ocupados no mejoraban y el endocolonialismo de asentamiento sionista continuaba.
Desde la guerra de junio de 1967, se habían edificado 125 colonias en Cisjordania y 18 en la Franja de Gaza, en lo que se denominaba una “anexión sigilosa” y progresiva.
Más de 65.000 colonos ocupaban tierras palestinas, la mayoría de ellas confiscadas con objetivos militares y entre protestas.
Durante los años de la década anterior al inicio de la Primera Intifada, aproximadamente unas 6.000 judios se instalaban anualmente en las colonias. La sensación de que la ocupación militar y la colonización se perpetuaban se había extendido.
Además, en el verano de 1985, el gobierno del primer ministro laborista Simón Peres (que ocupó este cargo desde septiembre de 1984 hasta octubre de 1986, entre otros momentos) aprobó una nueva política, llamada del “puño de hierro” por su dureza, para combatir las resistencias palestinas en el sur del Líbano y en la Palestina histórica.
El 29 de noviembre había sido designado por la Asamblea General de la ONU como “Día Internacional de Solidaridad con el Pueblo Palestino” en 1977.
Justo diez años después, el 29 de noviembre de 1987, tuvieron lugar manifestaciones contra la ocupación en el campus universitario de Birzeit, cerca de Ramala, que se prolongaron en el tiempo. Después de detener a Salah Jawad, un profesor de Historia de la universidad, y dos estudiantes palestinos fueron asesinados por fuerzas israelíes.
El Consejo de Seguridad de la ONU condenó enérgicamente el uso de armas de fuego contra el estudiantado desarmado en su Resolución 592.
Los disturbios se intensificaron y el 8 de diciembre de aquel 1987, un camión militar israelí embistió contra un vehículo que transportaba palestinos que volvían a sus casas después de trabajar. Cuatro trabajadores del campo de refugiadas y refugiados de Yabalia, en el norte de Gaza, murieron. Las protestas crecieron y cuando soldados israelíes acabaron con la vida de otro palestino de 17 años, la Intifada se extendió definitivamente por Al-Quds (Jerusalén) Este, Cisjordania y la Franja de Gaza.
La Primera Intifada se propagó a través de comités locales y populares.
Aunque dirigentes de la OLP, como Khalil al-Wazir (Abu Yihad) —cofundador de Fatah asesinado por comandos israelíes en 1988—, tuvieron un papel destacado en sus inicios, el carácter espontáneo de la insurrección sorprendió a algunos líderes palestinos.
Solo después de un mes de insurrección se formó el Mando Nacional Unificado, el cual empezó a coordinar acciones con delegados de Fatah, FDLP, FPLP y PPP.
Pero, igualmente, los comités continuaron funcionando y fueron el principal motor de la Intifada. Por su parte, el Estado de Israel respondió con encarcelamientos y asesinatos (en las tres primeras semanas, unas 20 personas palestinas fueron asesinadas mientras que no hubo ninguna víctima mortal israelí); asedios de municipios palestinos; toques de queda o cierre de hasta seis universidades palestinas (Al-Quds, An Najah de Nablus, Belén, Al-Khalil-Hebrón, Islámica de Gaza y, sobre todo, la Universidad de Birzeit, que permaneció cerrada entre 1988 y 1992).
En este contexto, el ministro de Defensa israelí en aquellos momentos, el laborista Isaac Rabín (que había sido primer ministro israelí entre 1974 y 1977 y lo volvería a ser desde 1992 hasta 1995) ordenó al ejército israelí romper, literalmente, los huesos de los menores palestinos que lanzaban piedras.
Como otras veces, estas acciones y discursos de represión alimentaron todavía más la solidaridad y la motivación para luchar entre el pueblo palestino.
Los comités populares fueron protagonistas de un proceso muy singular que se experimentó durante la Primera Intifada: el intento de desconexión administrativa y económica del Estado de Israel.
Muchos de estos organismos impulsaron y coordinaron acciones de boicot y de desobediencia civil: evitaron cualquier colaboración con instituciones israelíes, prescindieron de comprar sus productos, eludieron el pago de impuestos, rechazaron trabajar en colonias de los territorios ocupados en 1967 y esquivaron la utilización de licencias israelíes. Paralelamente, se encargaron de la administración y la provisión de productos y servicios básicos en numerosos municipios
Un caso paradigmático fue el de Beit Sahour, localidad palestina de Cisjordania muy próxima a Belén. Desde el inicio de la ocupación, numerosas casas palestinas habían sido demolidas, su población desplazada y una parte importante de las tierras del pueblo habían sido confiscadas para la construcción de colonias.
Dentro de las campañas de no cooperación y de boicot de productos israelíes, y con la voluntad de aumentar la autosuficiencia de este pueblo de poco más de 5.000 habitantes, varias personas de Beit Sahour decidieron crear una especie cooperativa láctea. Había que dejar de comprar productos lácteos de empresas israelíes y conseguir elaborarlos en Beit Sahour para distribuirlos después gratuitamente. Cabe tener en cuenta que a partir de 1967 la mayor parte de la leche consumida en Cisjordania, al igual que lo ocurrido con muchos productos, provenía del otro lado de la Línea Verde.
El caso es que, después de reunir dinero y conseguir 18 vacas, en Beit Sahour aprendieron a cuidar y a ordeñar a estos animales. En poco tiempo tuvieron éxito y consiguieron una importante demanda local de productos lácteos en lo que empezó a llamarse la “Intifada de leche”.
Aun así, las vacas fueron declaradas una “amenaza para la seguridad nacional del Estado de Israel” y sus fuerzas trataron de confiscarlas. Soldados israelíes llevaban fotos de las vacas, las buscaron en cualquier rincón y preguntaron por ellas sin cesar. En su búsqueda participaron hasta helicópteros. Las autoridades israelíes pretendían evitar que el ejemplo de Beit Sahour se extendiese. Entonces, numerosas personas del pueblo se organizaron para esconder a los animales, que fueron trasladados diversas ocasiones y se convirtieron en un símbolo de resistencia palestina. Y, de hecho, las vacas nunca fueron encontradas.
Esta historia fue contada en la película de animación palestina-canadiense del año 2014, The Wanted
Así, durante la Primera Intifada se utilizaron múltiples métodos de lucha principalmente no violentos.
Además de las campañas de no cooperación y boicot, entre las que se puede incluir la creación de nuevos espacios productivos como la extensión de los cultivos a los jardines o el establecimiento de un sistema educativo clandestino y totalmente autónomo, la sociedad palestina también recurrió a la resistencia simbólica.
Se organizó para vestir ropas tradicionales y seguir celebrando su cultura, ocupó de forma masiva el espacio público y desarrolló nuevas y antiguas redes de apoyo para ayudar a las personas encarceladas, a las que hacían huelga, a las que se manifestaban o a las que sufrían el asesinato de un familiar. De este modo, este levantamiento no fue solo un acto de resistencia contra el Estado de Israel, sino también una afirmación del movimiento anticolonial y nacionalista palestino, edificado sobre los esfuerzos del tejido organizativo y social que se había ido construyendo en los territorios ocupados desde 1967 y con anterioridad.
Innumerables mujeres palestinas tuvieron un papel de máxima importancia durante la Primera Intifada.
En efecto, la insurrección no se habría podido llevado a cabo, ni mucho menos durar entre cuatro y seis años, sin la estructura organizativa alternativa, la desobediencia civil y los trabajos visibilizados e invisibilizados que desarrollaron incontables mujeres palestinas. Igualmente, las tradicionales jornadas de lucha femenina, como el 8 de marzo, tuvieron un mayor eco, una mayor participación y una mayor diversidad en el contexto de la Intifada. En la manifestación del 8 de marzo de 1988 en Ramala, por ejemplo, los carteles y pancartas que llevaban algunas mujeres se centraron en la reivindicación de tres temas principales: liberación de las mujeres; fin de la colonización, la ocupación y la brutalidad represiva israelí; y la independencia del Estado palestino.
Los cuatro grupos que conformaban la Unión Palestina de Comités de Trabajo de Mujeres se transformaron en 1988 en el Alto Consejo de las Mujeres con una voluntad específica de unidad y estrategias y miembros renovadas. Dentro de este organismo también se discutieron temas destacados en la vida cotidiana de las mujeres palestinas, como las situaciones jurídicas reglamentadas por las leyes de familia basadas en la religión. Además, se reivindicó que, en caso de conseguir la autodeterminación, se tenía que realizar un esfuerzo en las luchas para impedir que muchas mujeres tuvieran que volver a roles únicos tradicionales.
Entre las incalculables historias de mujeres palestinas durante la Primera Intifada, se puede mencionar, a modo de ejemplo, el caso de la luchadora de Gaza, Naila Ayesh. Vigilada, perseguida, detenida (incluyendo la detención administrativa, un mecanismo que utilizaba y utiliza el Estado de Israel para detener a prisioneras y prisioneros palestinos de manera indefinida sin cargos ni juicio) y torturada, Naila simbolizó el papel de muchas mujeres palestinas durante la insurrección popular. Estuvo entre las mujeres palestinas que organizaron marchas y huelgas, enseñaron a niñas y niños palestinos en aulas clandestinas e incluso subterráneas después de que las fuerzas israelíes cerrasen centros educativos, ayudaron en clínicas improvisadas y contribuyeron a la producción local de alimentos. El documental de 2017, Naila and the Uprising, cuenta su historia.
Por su lado,gentes de Palestina con ciudadanía israelí manifestaron su solidaridad y su identificación con la población palestina que luchaba en los territorios ocupados. Ofrecieron varias formas de apoyo económico, moral y político, lo cual permitió, aunque con dificultades debidas al control y a la represión israelí, que se coordinara cierta acción política palestina a ambos lados de la Línea Verde.
El mismo mes de diciembre de 1987, cuando empezó la Primera Intifada, organizaciones de la minoría palestina en Israel declararon una huelga general el día 21, bajo el lema “Día de la Paz”, que fue seguida por numerosos sectores de la comunidad. A partir de aquel momento se organizaron actos, huelgas generales y manifestaciones, y se crearon comités de ayuda que proporcionaron alimentos, medicinas o apoyo económico y jurídico a la población palestina de los territorios ocupados.
Más adelante, a las acciones iniciales palestinas se sumaron algunos sectores de la izquierda sionista. A pesar de que mayoritariamente no cuestionaban la naturaleza colonial del Estado de Israel ni la Nakba, generalmente pretendían poner fin a la colonización y la ocupación posteriores a 1967 y a la brutalidad represiva israelí durante la Intifada, al tiempo que solían pedir el inicio de las negociaciones israelo-palestinas. Todo esto llevó al movimiento pacifista de Israel a conseguir uno de sus mayores picos de actividad y presencia pública con manifestaciones como las de Peace Now, que llegaron a reunir a decenas o incluso a centenares de miles de personas en estos años
Igualmente, durante este periodo se reforzó la coordinación entre las organizaciones palestinas y algunos grupos judíos no sionistas.
Otro episodio de enorme relevancia histórica que tuvo lugar durante la Primera Intifada fue el nacimiento del Movimiento de Resistencia Islámica (Harakat al-Muqawama al-Islamiya, “), conocido por su acrónimo Hamás, que en árabe se puede traducir como “fervor” o “entusiasmo”.
Esta organización fue fundada en diciembre de 1987, cuando empezó la Intifada, por el “jeque” palestino Ahmed Yasín. Hamás era la rama de los Hermanos Musulmanes en Palestina y, por tanto, un movimiento islamista suní. Este movimiento no se integró en el OLP.
Pudo desarrollarse y consolidarse gracias a una diversa red asistencial, caritativa, educativa, religiosa, sanitaria e incluso de ayuda a empresas, negocios y tiendas familiares palestinas
Desde los años de la Primera Intifada, en distintas zonas de Cisjordania y la Franja de Gaza, Hamás empezó a construir (o a ampliar estructuras preexistentes, como las vinculadas a la organización Mujama al-Islamiya) pequeñas bibliotecas, centros de salud, centros coránicos, clubes u orfanatos y extendió su mensaje de resistencia antisionista combinado con islam político.
En la década de 1990, se calcula que el 85 por ciento de sus fondos económicos estaban dedicados a servicios sociales. Paralelamente, durante la Primera Intifada
. En 1992 se creó el brazo armado de Hamás, las Brigadas Izz ad-Din al-Qassam, que a partir del año siguiente atacaron al Estado de Israel a través de distintos métodos (incluyendo los atentados suicidas).
Por otro lado, puede considerarse que la Intifada tuvo dos fases.
La primera, entre diciembre de 1987 y 1990, se caracterizó por una escalada horizontal de la lucha basada en un movimiento de masas de desobediencia y resistencia civil que alcanzaba la práctica totalidad de los sectores de la sociedad palestina.
Sin embargo, a partir de 1990 se entró en una segunda fase de deterioro que duró hasta el final de 1991 o 1993. Esta supuso un progresivo debilitamiento de las resistencias palestinas por varias razones. Una de ellas fue el relativo fracaso de la estrategia de no cooperación, puesto que el Estado de Israel no necesitaba la cooperación del pueblo palestino para mantener la colonización y la ocupación. Otra fue el crecimiento de los costes económicos, productivos y reproductivos de la resistencia, puesto que la dependencia económica de los territorios ocupados del sistema israelí era muy importante, mientras que no sucedía lo mismo en sentido contrario.
Mientras tanto, tras varias estrategias israelíes para dividir al pueblo palestino, las resistencias se fragmentaron y la coordinación política se debilitó por las rivalidades entre las diversas facciones. Igualmente, el efecto de la represión israelí sobre el liderazgo de la Intifada hizo que los comités y organizaciones palestinas se vieran obligados a ser renovados constantemente con personas cada vez más jóvenes y con menores habilidades políticas. Además, hay que sumar la frustración generada por la falta de influencia sobre la sociedad israelí para que presionara de manera efectiva y masiva a su gobierno para poner fin a la colonización y a la ocupación. Finalmente, las simpatías mostradas por dirigentes palestinos hacia Saddam Hussein durante la guerra del Golfo (1990-1991) motivaron el distanciamiento de las petromonarquías del Golfo, así como la reducción del apoyo financiero a la OLP e incluso la expulsión de personas trabajadoras palestinas de sus territorios, lo que contribuyó a llevar a la sociedad palestina a una situación económica muy complicada tras varios años de mantenimiento de la Intifada.
Sin embargo, y a pesar de que la Primera Intifada no acabó con la colonización ni con la ocupación, no todo fueron derrotas para el pueblo palestino.
En primer lugar, la insurrección fortaleció la identidad colectiva y nacional palestina, dándole un mayor sentido de empoderamiento y de pertenencia. Además, el desarrollo de nuevos proyectos y de nuevas iniciativas cooperativas o de autosuficiencia local a partir de los comités populares colocó algunos cimientos para la construcción futura, en caso de que se consensuara, de estructuras estatales de autogobierno. Asimismo, la Primera Intifada forjó un liderazgo que desplazó el centro de la lucha por la independencia desde el exterior hacia el interior de los territorios ocupados, al tiempo que creó más lazos de solidaridad con las personas palestinas de Israel y también con grupos y personas israelíes judías opuestas a la ocupación
En segundo lugar, la Intifada fortaleció la corriente de opinión internacional favorable al pueblo palestino. E
n gran medida, esto fue posible gracias a la visibilización en los medios de comunicación del sufrimiento provocado por la colonización y por la ocupación, así como la difusión de imágenes de la brutal represión israelí. Esta provocó durante toda la Primera Intifada entre más de 1.100 y más de 1.600 muertes de palestinos (durante el mismo periodo murieron entre 90 y 93 israelíes, aproximadamente a partes iguales civiles y militares).
Las imágenes de niñas y niños palestinos lanzando piedras contra tanques israelíes dieron la vuelta al mundo, expresaron el abismal desequilibrio de fuerzas y continúan siendo icónicas de la cuestión de Palestina.
Este marco de opinión favorable impulsó que, en una sesión especial del Consejo Nacional Palestino de la OLP celebrada en Argel, Yasir Arafat proclamara el 15 de noviembre de 1988 el “Estado de Palestina” sobre Al-Quds-Jerusalén Este, Cisjordania y la Franja de Gaza.
A pesar de que la OLP no ejercía el control efectivo sobre ningún territorio, este gesto simbólico tenía una gran importancia diplomática y política. Por primera vez, al no realizar la proclamación de soberanía del Estado de Palestina sobre toda la Palestina histórica, la OLP reconocía implícitamente la existencia del Estado de Israel y aceptaba el marco de la Resolución 242 de 1967. La llamada “solución de los dos estados” (formulada de manera difusa por la comisión británica Peel de 1937 y de forma clara diez años más tarde en el plan de partición de la Resolución 181, aceptada de forma táctica por el socialsionismo, sobrepasada por los hechos de la Nakba y con nuevas energías desde la Resolución 242) reforzaba su situación en el centro del consenso político-diplomático internacional con esta declaración.
Fue redactada por el poeta palestino Mahmoud Darwish y leída de manera solemne por Arafat, que fue su principal impulsor entre discrepancias y dudas de numerosas figuras de la OLP. En Argel Arafat asumió la distinción de “presidente de Palestina”.
Un mes después, 75 estados ya habían reconocido al nuevo Estado.
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