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Estonia: apartheid y rusofobia

Esta guerra está sacando de entre los escombros todo tipo de monstruos que permanecían vivos en nuestro entorno,  mirándonos desde la profundidad de sus grutas, esperando su momento, ansiosos por salir a la luz del día y caminar ufanos, orgullosos, pisando todas las flores que cuidadosamente alguien había tratado de hacer crecer en un suelo cada vez más yermo.
   Una de las peores grutas de los monstruos se encuentra en el Báltico convertidas en las repúblicas del Odio. Unos países cuyo objetivo hoy día parece ser proclamar a los cuatro vientos cómo y cuánto odian a Rusia y cuan dispuestas están a hacer un desierto de ceniza el planeta entero para que su odio se exprese, puro, sin límites, afilado como un cuchillo.

En 1991 las tres repúblicas bálticas proclamaban su independencia tras la desintegración del espacio soviético y la llamada "revolución cantada" un movimiento orquestado por la derecha nacionalista que organizó rápidamente la entrada al Capitalismo con privatizaciones a saco. De las privatizaciones y el libre mercado surgieron esa clase de millonarios enriquecidos con las industrias clavves como la red de trenes en Estonia o las refinerias lituanas.


El Capitalismo llevó a los tres estados a una situación de crisis con la población empobrecida como contrapartida al enriquecimiento de los hombres de negocios bálticos. La recuperación, escuálida, fue solo posible en el 2000, como en España, gracias a las burbujas inmobiliarias que siguieron enriqueciendo a los que ya eran los grandes oligarcas controladores de la economía y la política; pero en 2008 la crisis dejó sin protección alguan a sectores de la población que en el pasado habían contado con el respaldo estatal. La prensa y la televisión en manos de los nuevos oligarcas predican el sueño capitalista de la riqueza Ser rico y cuanto más mejor era el objetivo principal de la mayoría de los jóvenes bálticos. De la sociedad de lo colectivo sobre lo individual pasaron rápidamente al cada cual que arrime el ascua a su sardina.


El resultado, como en toda la Europa neoliberal: superficies comerciales y consumo incontrolado y llegada de barcos cargados de turistas de fin de semana, especialmente ingleses y finlandeses, en busca de alcohol barato. Y el resultado de las reformas anticrisis fueron las que muchos conocemos en los países mediterráneos. Mas privatizaciones, destrucción de la agricultura, del sistema de pensiones, de las pequeñas empresas y aumento del paro con un aumento brutal de la brecha entre ricos y pobres. A esto se suma el auge de las mafias en busca de beneficios inmediatos.


Como era de esperar, su política exterior gira en torno a la Unión Europea para lo cual debieron cumplir el requisito imprescindible de entrar en la OTAN y la absoluta frialdad respecto a Rusia.
 Lituania tiene mayoria de población lituana pero en Estonia y Letonia hay minorias rusas que en el caso de Estonia han sufrido un auténtico apartheid desde 1991

En Estonia se utiliza un modelo nuevo, anglosajón, de opresión de los sentimientos nacionales rusos, a través de la aculturación de la población. La intención es privar a los rusos de educación superior, de intelecto, convertirlos en una fuerza de trabajo resignada y sin derechos.
 La élite política despojó a los ciudadanos rusos de la república de sus derechos políticos y civiles.
Los partidos nacionalistas de derecha que tomaron el control del estado desde 1991, aprobaron una ley sobre ciudadanía, que básicamente privaba a los rusos del derecho incondicional a la ciudadanía. Desde entonces la minoría nacional rusa no ha podido intervenir en las leyes que se adoptaron ni defender sus intereses en los ámbitos jurídico y político.
Estonia privó de manera masiva, y sin precedentes, de derechos civiles y políticos a un grupo de la población de su territorio. El 32% de la población del país en el momento de la independencia. El idioma ruso fue abolido como idioma estatal y no recibió ningún otro estatus a cambio, a pesar de que más de un tercio de la población lo consideraba su idioma nativo.
La preservación de la nación estonia, incluso en detrimento de otras personas que viven en el país, se escribió en la Constitución como uno de los principales objetivos del estado. Esto creó la base legal para la supuesta superioridad étnica de los estonios sobre otras personas que viven en el país, principalmente rusos.
A principios del siglo XXI, se tomaron una serie de decisiones políticamente sesgadas para transferir gradualmente las escuelas rusas al idioma estonio. La minoría nacional rusa tomó tal política como un ataque a sus derechos constitucionales, ignorando los derechos de los padres a elegir el idioma de la educación y, lo que es más importante, ignorando los derechos básicos de los niños a preservar su identidad nacional. No hubo diálogo con los representantes de la minoría rusa sobre este asunto. Los llamamientos para la preservación de algunas escuelas secundarias rusas, de acuerdo con la ley no obtuvieron ninguna respuesta por parte del gobierno.
Dado que Estonia ha estado y está gobernada principalmente por partidos nacionalistas de derecha y el lenguaje del odio étnico, la intolerancia y la superioridad étnica ha prevalecido sobre la minoría rusa, no extraña que este sentimiento sea alimentado desde los medios, en manos del poder, para asegurarse victorias electorales.
  Los rusos no son percibidos como parte de aquellos que tienen derecho a gobernar el país, sino como un cierto grupo de personas ajenas que solo deben cumplir las órdenes y demandas del aparato estatal.
Esta situación se debe al hecho de que casi 2 de cada 3 rusos, y esto es aproximadamente el 20% de la población, aún no tienen la ciudadanía estonia y, por lo tanto, no pueden participar en las elecciones parlamentarias. Algunos de ellos se vieron obligados a adoptar la ciudadanía rusa debido a las altas demandas de ciudadanía estonia. Una proporción considerable de rusos, actualmente alrededor del 6% de la población total del país, ha permanecido apátrida; tienen pasaportes como extranjeros.

Se ha construido un extraño régimen de apartheid en el país, donde una parte importante de la población se ve privada de los derechos civiles y políticos por motivos étnicos. Incluso aquellos rusos que han adquirido la ciudadanía tienen muchas menos probabilidades de obtener un trabajo bien remunerado. Por ejemplo, las personas de etnia rusa sólo representan alrededor del 3% de los funcionarios. El nivel de pobreza y desempleo entre los rusos es significativamente más alto que el de los estonios (especialmente en el período de recesión económica).
 
 La guerra de Ucrania ha venido a envenenar aún más una sociedad marcada por el odio étnico. La guerra de Ucrania no es más que otro paso hacia la estigmatización de todo lo ruso en las repúblicas báltica que parece que se garantizan el futuro en el gobierno compitiendo por la cantidad de desprecio étnico y por la cantidad de odio a Rusia.

 Desde el inicio de la guerra las relaciones entre el gobierno estonio y la minoría rusófona del país se han vuelto cada vez más tensas. El ejecutivo, dirigido por la nacionalista de derecha Kaja Kallas, está en primera línea de apoyo a Kiev. Desde la entrada de tropas rusas en el Donbas ha iniciado una política agresiva de azuzar a sus socios europeos quienes según Kallas, han reaccionado a la agresión rusa con demasiada tibieza.
 Ha sido el momento dorado para reescribir la historia, eliminando cualquier presencia del Ejército Rojo en sus libros de la escuela o en las calles. Kallas viajó desde Tallín para decir a las cámaras y a los habitantes de Narva que había que retirar el monumento al tanque soviético que había en la ciudad en conmemoración de la victoria sobre los nazis, cuanto antes. Una semana más tarde, ante la dilación del ayuntamiento, las fuerzas de seguridad intervinieron para conseguir el desalojo, bajo la supervisión directa del gobierno. El gobierno, que encabeza el apoyo a Ucrania, está decidido a limpiar la memoria nacional aunque sea a base de convertir la historia en la cama de Procusto.
Esta iconoclastia rusofoba estimulada desde el gobierno conoció un episodio similar en 2007, en abril, cuando la estatua que conmoraba la liberación por las tropas soviéticas de la ocupación nazi del país fue retirada, esta vez con importantes disturbios en la ciudad. El soldado de bronce se convirtió en el símbolo de la rusofobia. Comenzaron quitando las placas de los soldados caídos, algo que va en contra del derecho internacional. El nuevo cartel decía "Caídos en la Segunda Guerra Mundial" incluyedo así a los legionarios de las SS nazis.
 Si no era suficiente con la retirada legal de derechos a los rusos, ahora el gobierno sumaba un conflicto interétnico violento.  Los que llevaban flores a los caídos fueron increpados por grupos nacionalistas de extrema derecha que llegaron con la intención de profanar el monumento. 
Pero el gobierno se encargó de mostrar que los que fueron a poner las flores eran unos salvajes y que fueron los agresores. Ya lo hizo antes en 1999, cuando las acciones de protesta de jóvenes contra la agresión a Yugoslavia y en 2003, cuando la intervención en Irak. El objetivo era mostrar que los manifestantes eran unos bárbaros salvajes, aislarlos de la masa del pueblo. En la prensa se corrió la voz de que todo esto lo montaron los "cerdos rusos".  Los que saquearon tiendas y volcaron vehículos fueron grupos nazis  y algún que otro policía disfrazado de manifestante
En 1999, en 2003 y en 2007 la policía usó métodos de la Gestapo contra los manifestantes y los que fueron a hacer homenaje a los soldados soviéticos. Su historia de apartheid y rusofobia ha convertido al país báltico en un laboratorio de fuerzas políticas que introducen métodos neonazis ya sin el menor escrúpulo.
 Para la OTAN  las tres Repúblicas del Odio, especialmente Estonia son un tesoro de incalculable valor.



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