El bueno de don Silvio recibirá sus exequias eclesiásticas en la Catedral de Milán. Le acompañarán sus cinco hijos, grandes personalidades de la política y las menores que participaron en sus orgías, vestidas de angelitos lanzando flores al ataúd.
El gran mito de la sociedad del exceso. La gran caricatura del barroquismo italiano ha muerto.
Il cavaliere que se vendió, no como el tipo que goza, sino como el tipo que reparte goce a su paso; el gran objeto de deseo del italiano medio que ante su pálida vida sueña con el poder, con coches caros, mujeres jóvenes y bellas y villas con orgías en piscinas.
El nihilismo neoliberal entierra con Berlusconi a su último Dios. Hace un par de años moría Ennio Doris, su banquero, uno de los hombres más poderosos del mundo. La otra parte del tandem del amo oculto y el amo visible.
En ese sepelio se sepulta todo un mundo de banalidades convertidas en motus vivendi de toda una sociedad. Los intentos de regresar a ese momento son inviables. Ese tiempo ha muerto para siempre.
Italia es hoy como la mano de Gustav von Aschenbach intentando alcanzar a Tadzio en la escena final de Muerte en Venecia. El hombre maduro, moribundo, patéticamente maquillado extiende su mano para tocar la figura del efebo que jamás estuvo a su alcance y en ese instante se hace menos tangible que nunca.
La escena de Sorrentino en "Loro" ( llamada en español Silvio y los otros) donde la chica, como una verónica postmoderna, es examinada para comprobar que es pura antes de entregarla a Silvio resume el personaje, sus miserias y sus excesos.
El Gustav von Aschenbach que lucha por alcanzar la belleza en su magnitud filosófica e intelectual se convierte en "Loro" en el hombre que se siente Dios y no quiere ver el rostro de la mujer porque su hermosura existe única y exclusivamente para su goce no para su reconocimiento como persona.
Stella quiere ser actriz y accede a pasar por las manos de Silvio como paso indispensable. Stella "no es como las otras" porque es pura. Por eso entra en una habitación estrecha y blanca para ser examinada por tres profesionales que garantizan que está limpia como objeto de goce de "Dios". La cámara toma distancia y aprisiona a la chica en la antesala del horror. Luego se aproxima y nos muestra su rostro angustiado y la cruz que lleva en el cuello y el guante médico que ha explorado su idoneidad. Cuando Stella entra en la sauna, Dios está desnudo pero oculto por dos toallas: una en el rostro y otra sobre su regazo. El blanco aséptico de la antesala da paso a una escena oscura de la que emerge una voz distorsionada
“Hai due opzioni... scegli tu sotto quale asciugamano sfiorarm Un asciugamano...potrebbe cadere... in quel caso ti assumerai le responsabilità derivanti dalla tua scelta "
Stella piensa destapar su rostro pero al final se decide por la otra, porque "está más limpia" , como reconocerá cuando Berlusconi le pregunte.
Él eyacula a los segundos.
Stella, que necesita a Silvio como aspirante a actriz en esa sociedad del goce y la nada, reclama el reconocimiento de su propio rostro por eso le pregunta: “¿No quiere saber cómo soy?”
A Silvio no le interesa la cara de la muchacha.
El rostro es el inicio del reconocimiento, del ser, de la existencia del otro. El rostro obliga a mirar a los ojos, a ver el miedo y los anhelos. Al Dios de la post-modernidad no quiere saber nada de humanidad, porque ello lleva a la ética, a la compasión, a la empatía y él sabe que en su mundo se llega al trono del Pantocrator desprendiéndose de todo escrúpulo.
Sorrentino en esta escena nos resume la filosofía política del cavaliere. La máscara sobre todo. “El contable que me administra las cuentas no tiene que cruzarse con mis seres queridos, los hombres de la política con los de la tele”.
Hoy todavía escuchamos que era un hombre inteligente. No, no lo era, era un zafio. "Furbo" es la palabra italiana que se adecua a él. En castellano sería un "espabilao" "un listillo" que hizo creer a los italianos que iba a manejar el país con la misma efectividad que había manejado sus empresas privadas. Los italianos pensaron que un vividor sinvergüenza que montó un imperio de la nada iba a usar sus conocimientos para el beneficio público sin pararse ni un momento a pensar que su camino al cielo fue precisamente destruyendo cualquier obstáculo privado o público que impidiese su ascenso y que el poder era la llegada al trono divino.
A los españoles nos deja como herencia a Belén Esteban.
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