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El miedo como emoción paralizadora

En el campo de las ciencias positivas el miedo como todas las emociones es un mecanismo biológico instintivo que se sustenta en procesos neuroquímicos y neurofisiológicos. 

Las emociones tienen dos objetos: buscar el placer y evitar el dolor.

El miedo se puede englobar en el grupo de las segundas emociones, pero las emociones no son totalmente innatas, sino que están vinculadas a una previa experiencia y a determinados contextos.

La mente humana actua por dos factores: emocional como mamífero y social como primate.

Hasta mediados del siglo XIX se pensaba que las emociones eran los colores con los que enriquecíamos nuestra vida mental. Pero Charles Darwin en "La expresión de la emociones en los animales y en el hombre", desveló la función evolutiva de las emociones a través de su capacidad para propiciar la comunicación social, especialmente a la hora de la selección de la pareja, lo que supone garantizar la supervivencia de la especie. Darwin propone seis componentes universales que articulan las emociones, tomando como emociones principales, la alegría, que estimula la aproximación (con su manifestación cultural según la intensidad y el contexto, que va desde el éxtasis a la serenidad), y el miedo, que supone la evitación (recorrida desde el pavor al temor).

Entre ambas emociones fundamentales, sitúa la sorpresa (que va del asombro a la distracción), el asco (de la aversión al aburrimiento), la tristeza (de la desolación a la melancolía), y la ira (de la furia al fastidio).

Estas emociones básicas son combinables y así podremos tener el sobrecogimiento como resultado de la mezcla de miedo y sorpresa, la sumisión como la unión de miedo y confianza, el amor como expresión de confianza y dicha.

La emociones, en tanto que propiciadoras de la comunicación constituyen la red sobre la que se conforma la vida social, porque los seres humanos, en tanto que animales sociales, necesitamos comunicar nuestro estado emocional a los demás

Freud amplió la funcionalidad de las emociones al considerar que influyen en la capacidad de actuación racional de los seres humanos, hasta tal punto, que la conciencia había evolucionado porque los organismos dotados de ella podían sentir las emociones y lejos de entorpecer nuestras decisiones, las favorecen y nos ayudan a evitar el peligro y a aproximarnos a posibles fuentes de placer

La forma de expresar las emociones depende en gran medida del proceso de socialización recibido. Con la educación de las emociones se consigue reforzar los procesos cognitivos que fijan la experiencia a partir de la memoria y gracias a la seguridad emocional se desarrolla en mayor medida la curiosidad y las capacidades exploratorias de las crias humanas.

En la cultura occidental se ha establecido una oposición entre razón productiva atribuida al Norte (Escandinavia, Alemania, Austria, Países Bajos, Gran Bretaña, Estados Unidos y Canadá) y emoción cálida (España, Portugal, Italia, Grecia, Centro y Sudamérica), para referirse al Sur. Esta división de las emociones no está exenta de cierto desprecio hacia estas poblaciones que son consideradas por los del Norte como poco productivas, desordenadas y de sangre caliente. Funciona con la dicotomía ricos, pobres. Los ricos saben controlar las emociones, eso es bueno, es elegante y los pobres no, eso es malo, es vulgar La cultura del "very nice" tan arraigada en Estados Unidos y en las clases pudientes de Europa, consiste en reprimir las emociones, en coronar la racionalidad en un trono. El mayor ejemplo del control racional es la monarquía británica. Pero también es el mayor ejemplo del control de las mentes de sus poblaciones.

¿Entonces no son las emociones las que se controlan y el dominio de la razón el que impide esa manipulación?

Si consideras tus emociones, tu rabia, tu angustia, tu miedo, tu deseo como algo socialmente bajo, inferior, esas emociones están controladas
 A través de los medios, que son las grandes vías de producción de alegría y miedo y todas las emociones que Darwin situó entre las dos grandes emociones, el Sur ha aceptado que no es tan bueno como el Norte. 
  Cuando se analizaba la corrupción de nuestros gobiernos siempre hablábamos de la ordenada Alemania o las ordenadas sociedades del bienestar. El Sur emocional, rural, cálido nunca podría alcanzar al Norte urbano, racional y frío.

Si tenemos en cuenta las últimas investigaciones en el campo de las neurociencias, las ciencias de la complejidad y del comportamiento, la primacía otorgada a la razón ha supuesto una reducción intencionada de la riqueza de la humanidad con el objetivo de conseguir un mayor control social de la misma.
 Es decir que la sociedades más ricas son las más "racionales"y controlables por lo que el gran trabajo del capital global es mantener a raya las emociones.

   En los últimos años la comunicación a través de una pantalla ya sea de televisión, del portátil, de la tablet o de móvil, supone una reducción de las emociones, porque se reduce la información contextual y sobre, todo y lo que es más importante, la emocional, ya que la comunicación visual y sonora supone la anulación de otras sensaciones que refuerzan la relación entre las personas.

El avance tecnológico está generando una pérdida de la expresividad emocional Las sociedades complejas en las que transitamos son el resultado de la asunción sin reservas de los paradigmas racionalista y positivista. A partir del primero reducimos las emociones, lo que conlleva una reducción de la complejidad de lo humano, y con menos factores que analizar, resulta mucho más fácil objetivar y cuantificar, aunque eso suponga deshumanizar.

Las emociones, los sentimientos, la sensualidad o las sensaciones corporales y las ideas razonables o irrazonables se han ido separando

Estos paradigmas han dado al Estado las herramientas para controlar a los ciudadanos y desarticular las redes emocionales que organizaban la vida social.

Un ejemplo, un grupo de personas, juntas, gritando "No a la OTAN", es un río de emociones.

 Cuanto más grande es el grupo más crece la emoción. Alguien te roza, un amigo de abraza, otro te pregunta desde cuando estás ahí, otro dice que se es posible parar toda la locura en la que nos han metido y surge un caudal de esperanza y empatía.
  La mayoría no se conocen, pero todos se reconocen en la emoción que los identifica. Se trata de la coincidencia de un sujeto que siente con otros sujetos que también sienten.

Son estos movimientos sociales que tienen como nexo de unión la defensa empática de los derechos de los ciudadanos los que son vampirizados por el Estado en nombre del individualismo, del sálvese quien pueda.

Los grandes poderes económicos con sus mayordomos políticos trabajan cuando lo hacen desde la economía despertando las emociones vinculadas a la alegría. Cuando se trata de la sociedad y la política trabajan el miedo.

   El miedo a la muerte ha acompañado a nuestra especie desde sus orígenes y se encarna en cada uno de nosotros. Es el mayor temor, innato y endémico que todos los seres humanos compartimos, por lo que parece, con el resto de animales, debido al instinto de supervivencia programado en el transcurso de la evolución en todas las especies animales. 
Además de este miedo, podemos rastrear desde las primeras expresiones culturales que nos han dejado nuestros antepasados, la presencia del miedo a las fuerzas de la naturaleza, a lo sobrenatural, al otro, al diferente.

Son numerosos los vestigios que tenemos de cómo nuestra especie ha intentado exorcizar esta emoción y lo ha hecho a través del relato, el rito y la representación. 

A través del relato, sea mítico o racional, se consigue reorganizar los hechos y educar las emociones.

Los mitos ordenaban la realidad, la hacían inteligible ya que aportaban una explicación de la misma y justificaban un orden del mundo a partir de la transmisión de unos valores.

El relato era inteligible y ahuyentaba el miedo.

Pero qué sucede cuando el relato tiene como objetivo  manipular  y acrecentar el miedo en lugar de ahuyentarlo;  el relato se hace confuso y contradictorio y  aumenta la incertidumbre.

La alegría es individual, se compra echando mano a la tarjeta de crédito, pero el miedo es colectivo y viene inyectado, solapadamente, en nuevos relatos confusos, desordenados y apocalípticos.

Los relatos contemporáneos han perdido la funcionalidad primigenia del mito, en tanto que explicativos y justificadores de un orden social 
 Los relatos actuales refuerzan las pequeñas comunidades emocionales y dispersas,  en una sociedad atomizada incapaz de organizarse  y divulgan el sentimiento del miedo presente en múltiples situaciones sin ofrecer la posibilidad de canalizarlo para superarlo y poder reaccionar modificando la realidad.

Miedo a los poderes económicos que parecen ser monstruos impersonales, sin nombre y apellidos; miedo a la guerra de la que busca un culpable único, atroz, demoniaco. Un miedo que no aglutina sino que paraliza.

Cuando el miedo podía visualizarse a través de imágenes reales o imaginarias, las personas y las culturas pudieron establecer una serie de estrategias para exorcizarlo y canalizar su poder.

El miedo no se refería únicamente a una reacción de inhibición sino también a una destreza cultural con la que se aprende a monitorear el entorno para identificar y manejar las representaciones culturales del peligro 
  La reacción estaba natural o culturalmente pautada.

La pérdida de la imagen a la que adscribir el sentimiento, su ocultamiento y dispersión ha reforzado el potencial amenazador del miedo. 
Cuanto menos se comprenda la sensación de vulnerabilidad, inseguridad y desconfianza serán mayores y todo ello cristalizará en el miedo paralizante.

   Los medios de comunicación son los grandes globalizadores del miedo y lo refuerzan a través de narraciones sobrecogedoras y personajes malvados y sinisiestros.

El aislamiento prolongado conlleva la pérdida de la seguridad personal y la reducción de las capacidades afectivas que provoca la sociedad, Un “autismo social” que se manifiesta en la falta de interés por el otro, que nos sitúa en burbujas incomunicadas y que anula toda posibilidad de ejecutar alguna acción colectiva.

El objetivo es desordenar los estados de ánimo y mapas mentales en las personas hasta perturbar las coordenadas que dan estabilidad a la vida cotidiana, induciéndolos a situaciones de angustia, temor y de sensación de estar en peligro hasta colocarlos al borde de la angustia colectiva que tiene su expresión en el miedo a estar en las calles, en los espacios públicos, en las protestas sociales.

Por su efecto paralizante sobre los individuos, el miedo es un controlador social bastante eficiente.

La pandemia fue un laboratorio único de lo que puede hacer la gente cuando tiene miedo. 
Su capacidad de obediencia, de encerrarse a sí mismos en una cárcel, de poner su confianza en un aparato de televisión y de creerlo  todo ha sido una buena noticia para los grandes poderes.
 Hemos puesto tres veces nuestro  brazo para que nos inyecten algo que desconocemos, enfrentándonos a dos miedos desconocidos y eligiendo el miedo que la televisión ha dicho que es mejor.

La pandemia ha mostrado que la obediencia vence al caos.

El sistema de gestionar la guerra de Ucrania mediante noticias desesperanzadoras y miedo ha sido un sistema de control mental de las poblaciones.

Del miedo al caos económico y al fracaso personal y social hemos pasado al miedo al frío y al hambre, al miedo a perderlo todo y al miedo a las bombas nucleares.

Del miedo al terrorismo islámico hemos pasado al miedo a Putin y su locura. El hombre que puede iniciar la destrucción del mundo por capricho.

El relato tan simple ha roto cualquier relato que movilice a la colectividad y le haga salir del miedo individual.

Pero el miedo también tiene sus límites y necesita alivio. 


Y el alivio al miedo individual sembrado por el Capitalismo en crisis letal, es volver a lo colectivo. Sentir en las calles la presencia del otro, no como enemigo, sino como el brazo dispuesto a sostener y aligerar  la carga




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