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Cultura woke, cultura de la cancelación y de advertencias de contenido (I)

La cultura woke es una ideología reciente que critica un sistema que otorga una serie de privilegios a las personas por el mero hecho de ser blancas  y al mismo tiempo discrimina al resto de las minorías raciales. 

Difundida desde las universidades y las redacciones de grandes medios "progresistas"  como The New York Times, The Washington Post o The Guardian, la ideología woke ha alcanzado amplia repercusión en la opinión pública y en la cultura popular de dentro y fuera de EE.UU. 

Para justificar este pensamiento, aluden a la historia de la humanidad, especialmente a la esclavitud estadounidense. Defienden la idea de que hemos de mantenernos despiertos (de ahí el término woke) para poder hacer frente a estas injusticias.

 Hasta aquí parece algo de cajón, pero cuando las "injusticias sociales" se desligan de las realidades económicas, entramos en terreno peligroso y el pensamiento woke, con sus correligionarios la cultura de la cancelación y el trigger warning se convierten en dictadores de opioniones,  convirtiendo las  políticamente correctas en las únicas aceptables y atacando a cualquier otra idea que ponga en tela de juicio sus listas de principios. 

El término woke es de origen afro-americano. En 1940, se consideraba woke a una persona que era consciente de las injusticias en la sociedad y que actuaba en consecuencia. En 1962 se publicó un artículo en el New York Times titulado: If You’re Woke You Dig It. (Si estás despierto lo entenderás) escrito por William Melvin Kelley, en el que se retrataba a los negros riéndose de los blancos por intentar imitar su forma de hablar, su música, el jazz o sus hábitos de vida. Posteriormente, en 1965, Martin Luther King Jr dio un discurso llamado: Remaining awake through a great revolution (Mantenerse despiertos frente a una gran revolución') afirmaba que no hay nada más trágico que dormirse en medio de una revolución.

Esta cultura resucitó en el  movimiento de Black Lives Matter de 2012 cuando un adolescente (Trayvan Martin) fue asesinado por un policía blanco (George Zimmerman). Fue entonces cuando se creó el hashtag #BlackLivesMatter, que ha revolucionado las redes sociales estos últimos años.

Recientemente, este movimiento se ha reavivado tras el asesinato de George Floyd a manos de un policía blanco (25 de mayo de 2020). 

Debido al fenómeno de la interseccionalidad, la cultura woke se ha convertido en un paraguas que engloba no solo la lucha contra el racismo, sino también otro tipo de movimientos sociales como #MeToo (lucha contra el sexismo) y #NoBanNoWall (lucha por los derechos de los inmigrantes) y lucha por los derechos LGTBI 


 El neomarxismo cultural es el sustrato teórico sobre el que se fundamenta la cultura woke. Se podría definir como: “el principio del seguimiento de las nociones y pensamientos de Karl Marx, apartándolo del aspecto económico para enfocarse en los aspectos psicológicos, sociológicos y culturales” Reemplaza la lucha entre clases por la lucha entre minorías culturales. LLamarse "neomarxista" eliminando el análisis económico y la lucha de clases es vaciar de contenido el marxismo. 

El objetivo de estas luchas son  la transformación de la sociedad pero no la revolución.  Sin tocar la economía pretenden erradicar las desigualdades. 

La mayor sensibilidad hacia estos problemas ha venido de la mano de movimientos y corrientes de pensamiento que han saltado al mainstream en los últimos años: la política identitaria, la teoría crítica de la raza, el activismo por la «justicia social» –como se conoce en EE.UU. la lucha contra la discriminación por razones de sexo, raza u orientación sexual–, el movimiento Black Lives Matter (BLM), el Proyecto 1619, etc. Todos ellos componen lo que se ha dado en llamar la cultura o ideología woke: el sistema de ideas que hoy resume la visión moral de una izquierda culta y de buen nivel socioeconómico.

Sus manifestaciones más llamativas incluyen el derribo de estatuas; la quema de libros de Astérix, Tintín o Lucky Luke; el sándwich LGTB de Marks & Spencer; las matemáticas con perspectiva de género; el pulso entre Disney y el gobernador de Florida, Ron DeSantis, por la ley conocida como «No digas gay»; o el cómic protagonizado por el hijo de Superman, un joven de 17 años que «lucha contra el cambio climático, participa en protestas contra la deportación de refugiados y es bisexual»

 El estirón del fenómeno woke llegó a mediados de la década 2010. Fue entonces cuando un nuevo y curioso vocabulario comenzó a ponerse de moda en determinados medios de comunicación. Términos que antes eran casi totalmente oscuros, se convirtieron de repente en omnipresentes.  No binario, masculinidad tóxica, supremacía blanca, queer, transfobia. 

Buscan el paso de una sociedad opresiva a una inclusiva en la que todos, independientemente de su sexo, raza, identidad sexual, tengan igualdad de derechos. Para alcanzarlo, consideran lícito censurar al sector privilegiado de la sociedad. Así surge una nueva cultura asociada a esta, la denominada “cultura de la cancelación”. 

Es tal la implantación de esta cultura que ha habido personas que han perdido su trabajo al ser considerada homófoba o racista.

Mientras que hace unas décadas los movimientos sociales tardaban años en implantarse, actualmente presenciamos cómo un movimiento como Black Lives Matter puede volverse viral en apenas unos días. Resulta evidente que la cultura woke no se habría extendido con tanta rapidez si hubiera nacido en otro momento histórico.  Las redes sociales propagan a una velocidad de rayo cualquier novedad en el mundo y se genera una ola de opiniones de todo tipo, opiniones que en su mayoría que no siguen a una reflexión, por falta de tiempo, pues el asunto radica en llegar el primero. 

  Esto ha convertido a la cultura woke en omnipresente. 

Está entre las capas más castigadas de la sociedad estadounidense, está en las empresas y en las grandes multinacionales, en la publicidad y  en los políticos "progresistas" que han generado el llamado "Capitalismo woke"

 Los ideales nobles sin un fin revolucionario acaban en manos de quienes mejor sabe hacer uso de ellos: el Partido Demócrata intenta a toda costa prolongar la exitosa coalición de votantes jóvenes, mujeres, negros, latinos y LGTB que logró Barack Obama y las grandes marcas de empresas multinacionales que   para llegar a los jóvenes sin necesidad de cambiar su modelo de negocio solo usan gestos y símbolos como slogans, logos, o patrocinadores que representan a algunas minorías culturales.  "Future is female" puedes leer en una camiseta bordada por niñas mal pagadas en Marruecos. 

El fenómeno de lo que hoy en día llamamos “cultura de la cancelación” no es sino una forma de disfrazar lo que siempre ha sido conocido como censura, es decir, una forma de omitir o variar un planteamiento que no se ajuste a lo socialmente aceptado.

El origen de este término se remonta a la época romana, donde ya existía la figura del censor que se encargaba de actualizar y publicar periódicamente el census, con la capacidad de eliminar del mismo a aquellos que hubieran cometido un crimen, delito de traición o tuvieran una conducta dañina para la sociedad, de lo que se puede concluir que es el Estado quien decide lo que mostrar al pueblo y lo que este puede recibir. 

 En  las sociedades, especialmente en las sociedades occidentales modernas, las fuerzas políticas tienden a coordinar la vida pública, también en los ámbitos aparentemente no políticos.  La censura en los países autodenominados democráticos es sutil y ultimamente se ha amparado en el diálogo de lo políticamente correcto.  Lanzar una opinión contra una ola de indignación por cualquiera de los temas "woke"- racismo, sexismo...- aunque esa opinión sea defensora de derechos humanos, supone salir del discurso correcto y ser tratado de apestado.  HM tuvo que cerrar todas sus tiendas en Sudáfrica tras la polémica por su camiseta de "el mono más guay de la jungla"

 La cultura de la cancelación popularizó en los EEUU durante la década de los ochenta, principalmente en el ámbito universitario, haciendo referencia a una postura ideológica progresista, que defendía ante todo una actitud de tolerancia, sensibilidad y respeto. En la difusión de este fenómeno tuvieron especial importancia los medios de comunicación, y en concreto, la televisión: frecuentemente, se abría el debate relatando los casos más extremos de profesores expulsados por algún desliz lingüístico, considerado señal de racismo o sexismo. 

Esta nueva cultura propone la creación de un “léxico reformado no discriminatorio”, ya que por definición el objetivo de la corrección política es rebautizar ciertas realidades cuyo nombre original se ha visto cargado de connotaciones discriminatorias. En definitiva, la tendencia es siempre a utilizar un vocabulario neutro, impersonal, "desinfectado", carente de elementos expresivos y de las posibles connotaciones negativas que los términos tradicionales han ido adquiriendo con el uso: personajes públicos pueden caer rápidamente en desgracia por haber dicho algo considerado  objetable u ofensivo; es decir la corrección política tiene un lenguaje ideológico. De ahí que se tienda por ejemplo a omitir información, a crear falsas noticias, a boicotear cualquier comentario sospechoso en diferentes plataformas.

No es necesario ser una persona famosa para verse afectado por esta cultura, pues cualquiera que publique material susceptible de incitar al odio, resentimiento y que sea calificado como intolerante será rechazado por esta cultura. Paradójicamente, el “cancelador” se ampara en la democracia y la libertad de expresión. Un estudio de Frank Luntz nos revela que hoy en día somos los propios ciudadanos quienes cancelamos a otros por sus opiniones en diferentes ámbitos 

La generación de la cancelación es la conocida como generación Z, Se conoce como generación Z a las personas nacidas entre 1994 y 2010. De entre sus muchas características, se les denomina “guerreros de la justicia social”, ya que poseen fuertes emociones que los impulsan a involucrarse totalmente en campañas importantes, a las que contribuyen expresando solidaridad hacia causas necesitadas y luchando contra las situaciones injustas, todo gracias al poder de las redes sociales

En su artículo The coddling of the american mind, Greg Lukianoff y Jonathan Haidt, explican cómo las características de esta generación pueden tener su origen en los cambios que han sufrido sucesivas generaciones. La generación del Baby Boom (1946-1964) y la generación X (1965-1981) se convirtieron en unas generaciones más protectoras que sus predecesoras, debido al aumento de crímenes y peligros a los que podían enfrentarse sus hijos. En consecuencia, la generación de los Millennials (1981-1994) recibió de sus padres la idea de que el mundo era un lugar peligroso del que había que protegerse, al mismo tiempo que crecían en una sociedad que comenzaba a estar fuertemente politizada. Por todo ello, la Generación Z (1994-2010), se caracteriza por buscar desesperadamente la protección y es más hostil hacia ideologías contrarias, llegando a demonizarlas ya que, en su opinión, ofenden a grupos minoritarios. 

El cambio cultural motivado por los factores antes descritos se hizo patente a partir de 2013, momento en el que esta generación llegó a la universidad, dando lugar a una serie de iniciativas promovidas por estudiantes, claramente vinculadas con la cultura woke, como se puede comprobar en los siguientes ejemplos:

En primer lugar, nos encontramos con el fenómeno del trigger warning. Cada vez son más los estudiantes que reclaman “advertencias de contenido” acerca de cualquier tipo de material que pueda herir la sensibilidad de ciertos colectivos. 

La idea de que las palabras o cualquier tipo de estímulo sensorial pueden desencadenar recuerdos de algún trauma pasado se remonta a la Primera Guerra Mundial, cuando los psiquiatras empezaron a tratar a soldados que padecían de lo que ahora se conoce como trastorno estrés post-traumático (TEPT). No obstante, el sentido actual del término es mucho más reciente, y se remonta al inicio de Internet, cuando en ciertos foros feministas o de autoayuda se empezó a darla opción de evitar imágenes “violentas” que pudieran dar pie a recuerdos traumáticos

 A partir de 2010, el término se popularizó, alcanzando su auge en 2015. Siguiendo una trayectoria similar los estudiantes empezaron a demandar a sus profesores advertencias de contenido ante material que podría evocar una respuesta emocional negativa. Esto ha llevado a un revisionismo histórico del que no quedan exentos los clásicos de literatura, como Mrs Dalloway de Virginia Woolf, Diez negritos de Agatha Christie o Matar a un ruiseñor de Harper Lee.

Lo preocupante del asunto es que no todos los estudiantes que denuncian lo inapropiado de ciertos contenidos padecen TEPT. Es más, en muchos casos, se reclaman trigger warnings para una larga lista de ideas o actitudes que ciertos estudiantes consideran políticamente ofensivos, con el objetivo de evitar herir la sensibilidad de otros estudiantes. Es un ejemplo de lo que los psicólogos conocen como motivated reasoning, es decir, generar argumentos para las conclusiones o ideas que queremos defender. Así, una vez que se experimenta algo como desagradable, es fácil argumentar que podría traumatizar a otras personas, lo que fomenta la creación de una atmósfera en la que se cree que hay algo dañino en la mera discusión de “materias sensibles” como pueden ser diferentes aspectos de la historia 

Otra característica de esta generación es el predominio del razonamiento emocional, un tipo de razonamiento en el que se entiende que nuestras emociones negativas necesariamente reflejan nuestra realidad. El problema de dicho razonamiento es que se tiende a desterrar los planteamientos objetivoseliminando el razonamiento crítico, dando prioridad a lo subjetivo. Reconocer que el punto de vista ajeno puede ser veraz y lógico es considerado “traición”, pues cuestionar la credibilidad, sinceridad o estado emocional de aquel que se ha visto ofendido resulta inconcebible

El problema está en que el razonamiento emocional se ha convertido en argumento de peso o incluso en evidencia, lo que está suscitando el miedo de empresas, universidades o personas individuales a enfrentarse a investigaciones federales por expresar opiniones sin pasar el filtro de lo políticamente correcto. 

Se está definiendo como acoso no solo el acoso sexual, a la raza o a la religión, sino también el discurso inadecuado o inoportuno. En el ámbito académico, este aumento de poder de las redes sociales trae consigo un cambio en la balanza de poder entre profesorado y estudiantes, y la universidad ha desarrollado un miedo por lo que los estudiantes puedan hacer con ese nuevo poder que poseen y que les hace capaces de destruir sus carreras y echar abajo reputaciones. Así, el Método Socrático, basado en elpensamiento crítico, “no enseñes a los estudiantes qué pensar, enséñales cómo pensar” se está viendo sustituido por una enseñanza proteccionista, por ideologías de pensamiento único que destierran el librepensamiento con el objetivo de evitar que las opiniones propias, críticas, creen incomodidad, agresiones o daños psicológicos.

Por otro lado, nos encontramos con el crecimiento de las denuncias de las llamadas “microagresiones”. Precisamente, la cultura woke insta al individuo a prevenirlas, a estar atento (Stay Woke) para poder detectar las injusticias de una sociedad que sistemáticamente discrimina a las minorías. El término “microagresión” se originó en los años setenta en relación con el racismo, pero en los últimos años se ha extendido a todo aquello que pueda ser considerado discriminatorio. Por ejemplo, un grupo de estudiantes de UCLA se enfrentó a su profesor, Val Rust, acusándolo de racismo. El motivo fue que había corregido a un alumno que había escrito la palabra indigenous con “i” mayúscula, lo que había sido considerado un insulto al estudiante y su ideología. Asimismo, un estudiante llamado Omar Mahmood escribió una columna satirizando la tendencia que había en el campus a percibir microagresiones enprácticamente todo. Como consecuencia, no solo fue despedido del periódico en el que trabajaba, sino además física y verbalmente agredido por sus compañeros. Es decir, cuando tu discurso es percibido como una forma de violencia, eso justifica una respuesta violenta.

En definitiva, se trata de buscar el bienestar emocional a toda costa, tratando de proteger al individuo de cualquier daño psicológico. Las universidades se convierten por tanto en “espacios seguros” donde las ideas y las palabras que puedan resultar ofensivas o incómodas son suprimidas. Esta nueva concepción de las universidades y, en definitiva, de la sociedad, no está preparando a los jóvenes para la realidad a la que tendrán que hacer frente. 

Resulta paradójico que esta generación, abanderada de la igualdad, se caracterice por su intolerancia, fruto de una “cultura de la cancelación” que anula cualquier opinión que se aparte de la corriente de pensamiento mayoritaria.


A la Nueva Izquierda posmoderna no le interesa la revolución ni la igualdad económica, en su lugar hablan de políticas igualitarias y equidad social. La vicepresidenta de EE.UU. Kamala Harris nos dijo: «El trato equitativo significa que todos terminamos en el mismo lugar».









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