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El terror del tercer milenio


Henry Focillon escribió en el año 1942 un libro llamado "El año mil" donde reflejaba el apocaliptismo que se apoderó de las gentes a raiz del cambio de milenio.

Este momento, el año 1000,  en base a ciertos sucesos que se dan entre los años 950 y 1050 d.C. aproximadamente, marca la segmentación que académicamente suele aplicarse a la época histórica denominada Edad Media en Alta, Media y Baja.

 Según Focillón en este periodo de grandes cambios, el fin de las estructuras del mundo antiguo que aun pervivían, y la llegada plena del feudalismo, se extendió la idea de que el mundo iba a terminar. Lo confirmaban el pasaje del Apocalipsis de San Juan, en el que se hablaba de la liberación de Satán de su prisión después de un período de mil años y del cronista borgoñón Raúl Glaber, en el que se decía que parecía como si la humanidad, queriendo sacudirse sus sucios harapos, fuera a cubrirse con el blanco manto de las Iglesias.
    Hasta tal punto la sociedad estaba sumergida en el miedo que, en 1009, llegaron gentes de Tierra Santa pregonando que el Santo Sepulcro había sido destruido, lo cual era signo evidente del fin del mundo. Además, cierto monje llamado Juan, que colaboraba con el obispo Abbon de la ciudad francesa de Fleury, lanzaba la teoría de que la encarnación de Cristo llegaría, y si ese día de la encarnación coincidía con Viernes Santo, día en que murió, podrían ocurrir cosas horribles, ya que Cristo no se encarnaría, sino que moriría en el acto. La vida coincidía con la muerte. Todo esto exacerbó aún más el terror popular.

Algunos de los testimonios de terror que se propagaron entre las gentes de la Europa occidental fueron el avistamiento de un dragón celestial sobrevolando la región de Borgoña y diversos terremotos (descrito por San Medardo de Soissons y Sigeberto de Gembloux), así como ciertas conductas extrañas en gentes “endemoniadas”, de la misma forma que la emanación de sangre de distintas figuras que representaban a los santos de la cristiandad. Incluso Raúl Glaber habla de la aparición de un cometa en el cielo; un eremita llamado Bernardo de Turingia, proclama el fin del mundo en 970. 

El mundo es un caos, en resumen, y el  papel que la Iglesia como transmisora de algunos escritos bíblicos a la población analfabeta fue de gran valor para extender el terror.

 El año 1000 pasó y pasó el año 1033 y la humanidad siguió su camino con la misma suerte. 

  La guerra de Ucrania y la colonización de los cerebros por los medios de comunicación han creado un sentimiento general de apocaliptismo, de que se acerca el final. 

Tal vez ese sentimiento de que se está viviendo el final de un mundo lo tuvieron los habitantes de la Europa del año 1000 basado en sus creencias religiosas y en la estimulación de las mismas por parte de elementos de la sociedad interesados en el miedo de los pueblos.  
 El sentimiento actual, aunque basado en las creencias racionales, que fueran de cualquier cuestionamiento crítico se convierten en religiones, es igualmente estimulado por elementos de la sociedad interesados en que el miedo cierre cualquier canal para el optimismo y la esperanza de que los seres humanos pueden hacer algo para seguir en este planeta con algo más de armonia y algo más de respeto a lo que nace y crece a su alrededor. 

 Una humanidad asustada, sin esperanza, empequeñecida por las máquinas y el poder económico de un grupo de personas que han convertido lo humano en máquinas de hacer dinero en manos de plutócratas sin escrúpulos, es una humanidad vencida. 

   Es difícil no ser apocalíptico cuando se nos cuenta un día si otro no el peligro de una guerra nuclear, cuando la economía parece un monstruo de grandes tentáculos capaz de aniquilarnos cuando lo considere oportuno, cuando los millonarios preparan con dinero y proyectos, no con sueños, un mundo de pesadilla a largo plazo donde solo se salvan ellos, cuando inundaciones, sequías y terremotos se llevan miles de vidas de seres humanos aterrados ante la fuerza incontrolable de la naturaleza. 

  Pero precisamente porque el apocaliptismo conlleva la derrota de antemano, es necesario, vital, imprescindible  no desanimarse, creer en el futuro aún sabiendo que el colapso de la civilización industrial interrumpirá todos los aspectos de nuestras vidas. La crisis económica y política, la crisis energética, la disrupción climática, la extinción de millones de especies, la contaminación y mucho más son rostros de una misma realidad.
 Comenzar a comprender lo que está sucediendo ciertamente no nos hará inmunes a las calamidades, pero puede ayudarnos a mantener una actitud constructiva, evitando las trampas que llenan el camino.

Este tercer milenio, como el año 1000, tiene su San Juan, como Eliezer Yudkowsky, cofundador del Instituto de Investigación de Inteligencia Artificial, cree que la inteligencia artificial (IA) nos matará a todos. La Inteligencia artificial  es como un extraterrestre superinteligente; inevitablemente, decidirá que nosotros, los humanos y otros seres vivos, no somos más que montones de átomos para los que puede encontrar mejores usos. Yudkowsky en un artículo reciente de Time, escribía  “todos en la Tierra morirán, no en el sentido de tal vez por alguna posibilidad remota, sino en el sentido de que es obvio que va a suceder"

 Este tercer milenio tiene sus videntes y visionarios:  el 30 de mayo, un grupo de líderes de la industria de IA de Google Deepmind, Anthropic, OpenAI (incluido su director ejecutivo, Sam Altman) y otros laboratorios publicaron una carta abierta advirtiendo que esta tecnología algún día podría ser "una amenaza existencial para la humanidad". 

 Bill Gates, expresidente de Microsoft Corporation, cree que la IA podría alterar el mundo de los negocios y la tecnología  " La IA estará integrada en productos y sistemas, desde automóviles hasta universidades, detectando nuestras intenciones y deseos incluso antes de que los expresemos, dando forma a nuestra realidad y sirviéndonos como un genio proverbial, o un ejército de genios"

No es solo una computadora mejorada con más velocidad y potencia, sino una arquitectura de software que permite que las computadoras aprendan por sí mismas al mejorar y expandir continuamente sus capacidades.  La IA es esencialmente una "caja negra" de la que surgen resultados similares a los del pensamiento; pero no es posible comprender en retrospectiva por qué y cómo lo hace. De hecho, los sistemas de IA aprenden unos de otros casi instantáneamente, absorbiendo mucha más información de la que pueden adquirir los seres humanos. Se alcanzará un umbral crucial con el desarrollo de una inteligencia general artificial (AGI), que podría realizar cualquier tarea intelectual realizada por humanos y superar con creces las capacidades humanas en al menos algunos aspectos, y que, de manera crucial, podría establecer sus propias metas. 
Las computadoras ya son capaces de derrotar a cualquier gran maestro de ajedrez 

 Las máquinas reemplazarán cada vez más a los trabajadores de la información, destruyendo los trabajos administrativos. Inevitablemente, la IA enriquecerá a los propietarios y desarrolladores de la tecnología, mientras que otros asumirán los costos sociales, lo que dará como resultado una mayor desigualdad de riqueza en la sociedad. 
 La proliferación de imágenes, audios y textos falsos hará que sea cada vez más difícil distinguir lo que es real de lo que no lo es, distorsionando aún más nuestra política. 

En resumen, incluso si funciona exactamente como se pretende, la IA permitirá que las personas que ya son poderosas hagan más cosas y las hagan más rápido. Y las personas poderosas tienden a ser egoístas y abusan de su poder.
  
Los fabricantes de automóviles están construyendo automóviles con más funciones de conducción autónoma impulsadas por IA.  Microsoft, Google y otras empresas tecnológicas están lanzando "asistentes personales" impulsados ​​por IA.
El ejército está invirtiendo mucho en IA para fabricar armas superiores, planificar mejores estrategias de batalla e incluso establecer objetivos geopolíticos a largo plazo. Miles de laboratorios informáticos independientes dirigidos por empresas y gobiernos están desarrollando IA para una gama cada vez mayor de propósitos. En resumen, la IA ya está muy por delante de su curva de aprendizaje inicial. 

El "genio" ya ha salido de la botella. El dragón que sobrevolaba las cabezas de los asustados campesinos medievales nos mira desde las alturas.

Incluso si Eliezer Yudkowsky está equivocado y la IA no acaba con toda la vida en la Tierra, sus peligros potenciales no se limitan a la pérdida de empleos, noticias falsas y hechos alucinados, sino a una aceleración de todo, una derrota del tiempo lento.

Los últimos miles de años de la historia humana ya han visto varios aceleradores críticos. La creación de los primeros sistemas monetarios hace unos 5.000 años permitió una rápida expansión del comercio que eventualmente culminó en nuestro sistema financiero globalizado. Las armas de metal han hecho que la guerra sea más letal, lo que ha llevado a la conquista de sociedades humanas menos armadas por parte de reinos e imperios fabricados con metal. Las herramientas de comunicación (que incluyen la escritura, el alfabeto, la prensa, la radio, la televisión, Internet y las redes sociales) han ampliado el poder de algunas personas para influir en las mentes de los demás. 
Y, durante el último siglo o dos, la adopción de combustibles fósiles ha facilitado la extracción de recursos, la fabricación, la producción de alimentos y el transporte, lo que ha permitido una rápida expansión económica y un crecimiento demográfico. En solo dos siglos, el consumo de energía per cápita se ha multiplicado por ocho, al igual que el tamaño de la población humana. El período posterior a 1950, que vio un aumento dramático en la dependencia global del petróleo, también vio el crecimiento económico y demográfico más rápido en toda la historia humana. No en vano los historiadores la llaman la "Gran Aceleración".
Los economistas neoliberales aclaman la Gran Aceleración como una historia de éxito, pero las facturas apenas comienzan a pagarse. La agricultura industrial está destruyendo el suelo de la tierra a un ritmo de decenas de miles de millones de toneladas al año. La naturaleza salvaje está en retirada: las especies animales han perdido, en promedio, el 70% de su población en el último medio siglo. Y estamos alterando el clima planetario de formas que tendrán repercusiones catastróficas para las generaciones futuras. Es difícil evitar la conclusión de que toda la empresa humana ha superado y está convirtiendo la naturaleza en desechos y contaminación demasiado rápido para sostenerse. 
La evidencia sugiere que debemos reducir la velocidad. Pero mientras nos enfrentamos a una policrisis global de tendencias ambientales y sociales que convergen aterradoramente, surge un nuevo acelerador en forma de IA.
 Esta tecnología promete optimizar la eficiencia y aumentar las ganancias, facilitando así, directa o indirectamente, la extracción y consumo de recursos. Si en realidad nos dirigimos hacia un precipicio, la IA podría llevarnos al borde mucho más rápido, reduciendo el tiempo disponible para cambiar de dirección. 
Por ejemplo, si la IA hace que la producción de energía sea más eficiente, significa que la energía será más barata, por lo que le encontraremos aún más usos y usaremos más
Internet y las funciones de búsqueda avanzada ya han cambiado nuestras capacidades cognitivas. ¿Cuántos números de teléfono memorizaste una vez? ¿Cuántos recuerdas ahora? ¿Cuántas personas son capaces de orientarse en una ciudad desconocida sin Google Maps o una aplicación similar? En cierto sentido, ya hemos fusionado nuestras mentes con Internet y las tecnologías informáticas, ya que dependemos totalmente de ellas para llevar a cabo algunas tareas de pensamiento por nosotros. 

La inteligencia artificial, como acelerador de esta tendencia, presenta el riesgo de reducir aún más la capacidad mental de la humanidad, excepto quizás para aquellos que opten por implantarse una computadora en el cerebro. Y las personas que desarrollan o fabrican estas tecnologías controlen prácticamente todo lo que sabemos y pensamos, persiguiendo su propio poder y beneficio.

¿Cómo no ser apocalíptico ante la descripción de este mundo de máquinas inteligentes, de seres humanos perversos que las controlan  mientras la naturaleza sucumbe irremediablemente?

 Pero la inteligencia artificial carece de un aspecto fundamental de la conciencia humana: la sabiduría, el reconocimiento de los límites combinado con la sensibilidad por las relaciones y por los valores que dan prioridad al bien común.
Ahora, justo cuando más necesitamos frenar el uso de energía y el consumo de recursos, nos encontramos subcontratando no solo el procesamiento de la información, sino también nuestra toma de decisiones a máquinas que carecen por completo de la sabiduría necesaria para comprender y responder a los desafíos existenciales que tiene la aceleración anterior. 
De hecho, hemos creado un aprendiz de brujo. 
Supongamos que, en base a todos los riesgos e inconvenientes, decidimos intentar volver a poner el genio de la IA en su botella.
  La adoración de las capacidades del ser humano como un nuevo dios y la ciencia como su alterego, ha llevado a permitir que cualquier sueño o fantasía realizable disponga de los materiales y el capital para llevarse a cabo, sin ningún estudio de su incidencia en la colectividad.  Poniendo el personaje del genio por encima de las necesidades y los riesgos sociales. 

 ¿Se puede detener el desarrollo de IA de inmediato? ¿ Detener toda investigación y difusión a través de un acuerdo internacional de emergencia?  No somos ingenuos, mientras el capitalismo comande el barco, el barco se dirige hacia donde huela a dinero.

 Por ello urge recupearar  la sabiduría colectiva.


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