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El tiempo de Numeiri ( 1969-1985)


La relación del gobierno del presidente sudanés Yaafar al Nu-meiri (1969-1985) con los principales actores políticos del sur del país y con sus aliados en el poder fue cambiando, lo que alteró, a la postre, el escenario del conflicto armado abierto desde la independencia del país.

Desde  su  acceso  al  control  político  del  Estado,  Numeiri  basó su liderazgo en alianzas políticas que fueron evolucionando a lo largo de su periodo de gobierno, primero de la mano de los comunistas hasta abrazar las opciones islamistas.

Yaafar Mohamed al Numeiri asumió el poder el 25 de mayo de 1969 apoyado por los comunistas, los Socialistas Árabes y los nacionalistas árabes y proclamando el socialismo de la Revolución de Mayo. Llegó lleno de promesas de desarrollo y de autonomía para el sur, aunque luego buscó hacerse con el poder absoluto, lo que fue consiguiendo sobre todo a partir de 1977

 Por ello se plantean dos etapas muy diferenciadas en su gobierno:

Una de  revolución socialista y  compromisos de  desarrollo,  de  1969  a  1977,  durante  la  que  proclamó  que  Sudán  sería la “Cuba de África”.

 Otra de  transfiguración de  la  revolución socialista en  una suerte de revolución islamista en una vuelta de tuerca autoritaria y centralista, de 1978 a 1985 de carácter elitista.


  Asimismo, la base social del régimen se fue reduciendo y prominentes líderes regionales y locales del norte y del sur se fueron desligando del gobierno de la Unión Socialista de Sudán.

 En el sur, la organización al Dawa al Islamiyya, creada en 1979, fue la primera referencia importante del proyecto islamista que pretendía atraer a los sursudaneses hacia un Estado islámico unido, aunque respetando, inicialmente, la diversidad étnica y religiosa. 

 Se trataba de proteger a la población musulmana del sur y de reforzar la presencia del islam allí mediante la promoción de obras de caridad entre la población no musulmana. 

Por un lado se quería aumentar la base social en el sur y, por otro, contrarrestar la presencia de las organizaciones no gubernamentales occidentales.

En  septiembre  de  1983,  el  presidente  Numeiri  anunció  que los castigos tradicionales islámicos contenidos en la sharía pasarían a formar parte del Código Penal sudanés, lo cual fue controvertido incluso entre los propios musulmanes. 

 El caso más  extremo  se  consumó  con  el  ahorcamiento,  en  enero  de  1985,  del  líder  pacifista  religioso  y  cabeza  de  los  Hermanos  Republicanos, Mahmoud Mohamed Taha, contrario a la apli-cación de la ley islámica en el país y partidario del diálogo con el  sur. 

 Uno  de  los  compañeros  de  Taha,  Abdullahi  Ahmed  An Naim,  no tiene dudas respecto a que la presión ejercida por los preceptores ortodoxos del Departamento Sudanés de Asuntos Religiosos, los líderes de las sectas tradicionales, así como  por  los  Hermanos  Musulmanes  sudaneses,  fue  una  de  las principales razones que empujaron a Numeiri a tomar la decisión de ejecutar al ustadh.

 Para Mansour Khalid, además de los argumentos oportunistas e inmediatos que Numeiri esgrimió para llevar a cabo la  islamización,  hubo  diversos  aspectos  que  precipitaron  la decisión con miras al futuro.

  Por un lado, su política lo situaba cercano a los seguidores de los ansar y la Jatmiyya, y por lo tanto de los Al Mirghani y el Umma, así como de Turabi y los suyos. 

 El liderazgo político-militar dio paso a uno religioso que desvió la atención del colapso de los servicios públicos y el mal gobierno hacia los “pecados” de los ciudadanos, alejando el punto de mira de la corrupción gubernamental para fijarlo en la conducta personal. 

De esta manera, “haciendo de la sharía, según la interpretación de Numeiri y sus vicarios, la ley del país, la mayoría de los sudaneses se convirtieron en pecadores sin dios”.

La vuelta a las hostilidades entre el norte y el sur marcó un hito en la política sudanesa, ya que Numeiri llevó a cabo tres autogolpes de Estado que se sumaron a la introducción de la sharía e influyeron decisivamente en la reactivación y la escalada del conflicto armado.

  Para compensar su aislamiento, se estrecharon las relaciones con Estados Unidos,  Egipto  e  Israel,  países  a  los  que  incluso  permitió  el  establecimiento de bases militares en territorio sudanés, lo que provocó fuertes presiones del norte y, desde el exterior, por parte de los países árabes.

 El segundo golpe de Estado fue el perpetrado contra el sur, al demoler el Tratado de Addis Abeba y arruinar las esperanzas de paz. 

Su propuesta de división regional para hacer de Sudán “uno de los países más descentralizados del mundo” contribuyó decisivamente a ello. Con esta partición Sudán quedaba, irónicamente, fragmentada en las mismas ocho administraciones que los británicos habían establecido en su antigua colonia, que no fueron sino el apogeo del proceso contra el sur y lo que terminó provocando el levantamiento armado y la reanudación de la guerra.

El último golpe de Estado, según Mansour Khalid, fue perpetrado contra el estamento judicial al acusarlo de ineficiente y culpar a unos 50 jueces de corrupción. Esto significó el fin del intento de independencia de los jueces, que aunque durante un tiempo midieron fuerzas con Numeiri, se vieron desbordados con la aplicación de la sharía.

Además de la islamización y la destrucción del Estado secular, así como del proceso de regionalización impuesto, otros factores  fueron  esenciales  para  entender  el  rechazo  del  sur  a  la política de Numeiri, así como para explicar el porqué de su metamorfosis  islamista:  el  deficiente  manejo  de  la  economía  nacional y meridional y el intento de ejecutar dos ambiciosos proyectos de desarrollo e infraestructura: la construcción del canal de Jonglei y la explotación de los campos petrolíferos de Bentiu

El canal de Jonglei planteaba una construcción de 360 km en la región del Alto Nilo para desviar la corriente del río para suministrar agua a Egipto y Sudán, lo que evitaría, además, las pérdidas de agua que provocaban las crecidas. 

El proyecto afectaba, principalmente, las tierras habitadas por los dinkas, que no fueron informados de las ventajas ni de cómo influiría el canal en las economías locales de subsistencia, lo que provocó el rechazo de la población.

Por otra parte, el hallazgo de petróleo en el sur por parte de  la  empresa  Chevron  Oil  Company  of  Sudan, en  1978,  acrecentó las reticencias del norte hacia la autonomía del sur, cuya Asamblea fue derogada en 1981. 

Más aún, el vicepresidente Alier fue sustituido por un musulmán; en 1983 se declaró que el árabe sería el idioma oficial de nuevo y se abolió la autonomía, por lo que el control de las fuerzas armadas del sur regresó al norte

 El petróleo hallado en la franja norte de Bahr el Gha-zal hizo de Bentiu un símbolo de la “armonía” norte-sur y llevó a los líderes de ambas partes a darse cuenta de que quien controlara el crudo, dominaría la región. 

 El petróleo garantizaría la seguridad y el bienestar de quien lo gestionase y, de cara al gobierno, podría ser un importante factor de estabilidad para la maltrecha economía sudanesa, aunque pronto se convirtió en lo contrario.

 Ambos  proyectos  se  volvieron  objetivos  de  los  rebeldes  meridionales y foco de tensión durante la Segunda Guerra Civil sudanesa, que se inició, como la primera, tras el motín de las tropas sureñas. 

Todos estos elementos, reunidos en torno a la creciente islamización del norte bajo la influencia de los Hermanos Musulmanes de Egipto y su aliado en Sudán, Hassan al Turabi, desembocaron en una lucha que duraría veinte años

Paradójicamente, este acercamiento a cierta interpretación de la religión islámica de Numeiri y su régimen lanzó a Sudán al abismo de la guerra y liquidó las esperanzas de paz, lo que contrasta con la visión del malogrado Mohamed Taha, quien consideró que el acercamiento a otra interpretación del islam habría llevado al país por la senda de la armonía.

 El fin de Numeiri y el reinicio de la guerra civil

Numeiri  hizo  algunos  intentos  de  negociación  con  el  Movimiento/Ejército de Liberación del Pueblo de Sudán durante 1984 y 1985, mientras la sharía se aplicaba con severidad por todo el país, sobre todo entre los no musulmanes. 

 Ofreció a Garang la vicepresidencia de Sudán y varios ministerios a algunos de sus aliados a través de un mediador, pero la propuesta fue rechazada con vehemencia. El melps continuó con una dura campaña militar en Jonglei y el Alto Nilo principalmente, que combinaba con secuestros de funcionarios de altos cargos políticos  y  militares  del  régimen  de  Jartum,  así  como  del  personal de empresas nacionales e internacionales. Al mismo tiempo, la oposición del norte se acercó al melps pues su existencia significaba que Numeiri había perdido la confianza de los sursudaneses, conseguida tras la firma del Tratado de Addis Abeba, y porque un acuerdo entre Jartum y el melps habría dado oxígeno al gobierno para continuar algún tiempo más, lo que no era de su agrado. 

Por todo ello, el acercamiento de los opositores de ambos bandos se materializó en varios encuentros,  como  el  auspiciado  por  el  coronel  Gadafi  en  Trípoli,en diciembre de 1984, o las reuniones en Etiopía que culminaron en la Declaración de Koka Dam. 

 El  último  intento  de  Numeiri  de  alcanzar  un  acuerdo con el m/elps llegó con una propuesta de alto al fuego y el inicio de  un  proceso  de  paz  —aprovechando  la  visita  del  entonces  vicepresidente de Estados Unidos, George Bush, en marzo de 1985—, la cual fue rechazada por John Garang, aduciendo los compromisos incumplidos en el pasado por Numeiri. Garang hizo una lista que ilustra la decadencia del poder de Numeiri y su inclinación hacia la dictadura: había aceptado un matrimonio de conveniencia con  los comunistas, a los que terminó persiguiendo; pactó con los Hermanos Republicanos y  acabó  ejecutando  a  su  líder,  Mahmoud  M.  Taha;  firmó,  y  posteriormente derogó, el Tratado de Addis Abeba con lo que ello significaba para el sur; llegó a un acuerdo con el partido Umma de Sadiq al Mahdi y años más tarde lo encarceló; finalmente, apoyó a los Hermanos Musulmanes para romper con ellos al final de su mandato.

 De esta manera, el inicio de conversaciones con la guerrilla del sur y las desavenencias en el seno de la coalición propiciaron una situación de inestabilidad, empeorada por las presiones de los grupos más extremistas del norte. 

 Es importante enfatizar que el régimen de Numeiri no se volvió despótico y opresivo de la noche a la mañana; su progresiva deriva autoritaria provino tanto del apoyo de los Hermanos Musulmanes como del beneplácito pasivo de otras fuerzas políticas, lo que permitió la instauración de la sharía por decreto y que Numeiri  condujera al país a una nueva guerra civil como consecuencia de un largo proceso de erosión y decadencia.

Los  factores  mencionados  hicieron  que  Numeiri  fuese  perdiendo  apoyo  social  y  que  las  protestas  se  generalizaran.  

 Asimismo, la hambruna de 1983-1985, negada reiteradamente por Jartum, fue utilizada por sus adversarios y sirvió para desgastar la cohesión en el seno de la uss.  

 La caída de Numeiri fue el triunfo de la politización de la hambruna.

La inestabilidad y la tensión política y social culminarían con el golpe de Estado perpetrado por su ministro de Defensa y comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, Abderrahman Sewar al Dahab, el 6 de abril de 1985, aprovechando un viaje de Numeiri a Estados Unidos, y con él se instauró un Consejo Militar Transitorio.

De  la  mano  de  las  tesis  marxistas  y  un  socialismo  construido desde el poder sin bases sociales firmes, la estructura creada por el gobierno de Numeiri se derrumbó con la aparición de las primeras fisuras con sus socios comunistas. 

En un principio, la revolución liderada por él trajo una agenda política de base socialista que planteaba un ambicioso programa de reformas para reestructurar la economía y la sociedad sudanesas y en-frentarse  al  statu  quo  imperante. 

 Dicho  desafío  se  materializó en el Acta Nacional, que constituyó el documento-guía. Sin embargo, la dura oposición de las élites dominantes y los grupos hegemónicos, unida a las crecientes divisiones internas dentro del movimiento revolucionario desde los primeros pasos, impidieron la implementación del giro socialista, que sobreviviría apenas dos años al carecer de una base social amplia y resultar de carácter tecnocrático, desarrollado desde la dirigencia y no desde la sociedad, por lo que sucumbió a los envites de lasélites tradicionales. Al mismo tiempo, la inexistencia de un estado fuerte, necesario para construir un sistema “a la soviética”, añadió debilidad al nuevo régimen.

La breve experiencia socialista perdería su base ideológica y teórica con el giro hacia cierto capitalismo de Estado, al que fue orillada por las directrices impuestas por los poderes financiero, comercial y monetario que representaban los organismos internacionales, y que constataría que la estructura económica y social heredada del periodo colonial había sobrevivido a los cambios introducidos por Numeiri y vencido su timorato ejercicio de contrahegemonía, y para ello fue decisiva la resistencia de las élites tradicionales en torno a los partidos mahdistas y unionistas.

A partir de 1973, la política de Numeiri estaría marcada por las consecuencias del intento de golpe de Estado de sus aliados comunistas  que,  a  la  postre,  llevó  a  la  consolidación  de  una  burguesía burocrática dirigente, apoyada en la uss como única fuerza política del país. De esta manera, en el seno de la sociedad sudanesa gobernada por la uss, se gestó una suerte de nueva bu-rocracia, a la vez que aumentaba el poder de ciertos militares y, sobre todo, del círculo más cercano a Numeiri. 

 Así se consuma un proceso de hibridación entre socialismo de Estado y cierto neoliberalismo panarabista durante los años setenta.

Para la economía sudanesa, el éxito inicial y posterior fracaso de la estrategia de granero significó un importante desequilibrio en la balanza de pagos y una creciente necesidad de financiación exterior. La deuda lastró las esperanzas de relanzar el crecimiento económico y evidenció los problemas financie-ros del país.

 Por esta razón, Numeiri fue asumiendo compromisos y recomendaciones de los organismos financieros multilaterales, a la vez que se acercaba a los islamistas desde el punto de vista social y político, consciente de que una economía islamista paralela se estaba introduciendo en el país a través de organizaciones islamistas internacionales, al tiempo que la entrega de la banca nacionalizada a manos de los bancos islámicos reforzaba el papel del nuevo actor. 

 Esto trajo consigo el fin del discurso originario de Numeiri, quien había prometido hacer de Sudán la Cuba de África, para tornar su retórica en una falsa diatriba social mientras el islamismo y el neoliberalismo entraban con fuerza en la economía y la sociedad sudanesas, ambos mediante la imposición; el primero introduciendo, con las Leyes de Septiembre y la represión, una superestructura que modificaba el islam tradicionalmente practicado en Sudán, y el segundo aplicando las recetas del Consenso de Washington.

Al  mismo  tiempo,  los  problemas  económicos  de  inicios  de los años ochenta fueron decisivos para el desarrollo de las dinámicas que permitieron que resurgiera el conflicto en el sur, ya que fue allí donde los efectos de la crisis se sintieron con mayor intensidad.

 Los fondos destinados a la regionalización y a las instituciones del sur escasearon, sobre todo porque el gobierno regional meridional no fue más que una delegación del gobierno de Jartum sin apenas capacidad de decisión en cuanto a planificación económica. 

Esto evidenciaba el carácter periférico de la economía sursudanesa respecto al norte, que constituía su centro, aunque al mismo tiempo ésta era la periferia de las economías centrales. 

Tras el breve sueño del inicio del gobierno de Numeiri, el carácter de periferia extractiva de la economía del norte respecto al exterior se hizo más evidente, así como el de la economía del sur respecto a la del norte. 

En este sentido, el cambio de timón hacia el islamismo vendría acompañado de la falta de políticas económicas eficientes para el sur, así como de la necesidad de controlar amplias áreas del territorio meridional, específicamente en los estados del Alto Nilo y Unity, debido a la construcción del canal de Jonglei y a la exploración de los yacimientos de crudo de Bentiu, respectivamente, que pronto se convertirían en objetivo del m/elps.75 Por ello, el aumento de la ayuda exterior fue un factor que acentuó la violencia en el país.

 La deficiente planificación económica se identifica como una de las causas fundamentales del fracaso de las políticas de los gobiernos de Numeiri, a pesar de los programas y planes

Además, la compra de terrenos, tierras de cultivo, empresas de transporte y de propiedades fruto de la privatización del Estado aumentó el peso islamista en la economía  sudanesa. ya que muchas iniciativas y proyectos se adoptaron de manera ad hoc y no en función de dicha planificación. 

Más aún,algunas decisiones de gasto o de financiación fueron negociadas directamente por ministros o altos funcionarios sin consulta previa al organismo de planificación central, lo que perjudicó las acciones previstas no sólo por la deficiente gestión, sino también por la corrupción creciente en el seno de la administración.

 La inestabilidad política fue en aumento, y el resurgir de lar esistencia organizada en el sur, personificada en el m/elps, se hizo notar. De esta forma, la crisis económica desembocó en una crisis política y, recíprocamente, ésta dio cuenta de la maltrecha economía, en un ciclo perverso alimentado por la aguda sequía de 1984-1985.

 Estas circunstancias favorecieron la génesis de la grave inseguridad alimentaria y el hambre en las zonas fronterizas entre el norte y el sur. 

El sueño de un desierto verde se tornaría espejismo y pesadilla con la hambruna


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