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LA REVOLUCIÓN SOCIALISTA EN ETIOPIA 1974: DE MENGISTU A MELES



La sociedad etíope llevaba soportando desde hace años unas condiciones infrahumanas durante el gobierno imperial. En la segunda mitad del siglo XX hubo varios levantamientos armados contra el Emperador, aunque todos fracasaron. También existieron revueltas campesinas, aunque sus lugares de acción estaban muy alejados de los grandes focos de la población.


                El 13 de febrero de 1974, el gobierno decide aumentar el precio de la gasolina, provocando la indignación de la población. Tienen lugar huelgas y manifestaciones de profesores, estudiantes y taxistas. Tres días más tarde, el gobierno decide anular el aumento del combustible, pero esto es visto como una debilidad y la oposición se endurece.

                El Emperador manda al ejército a reprimir a la oposición, pero buena parte de los militares se niegan a hacerlo. Entre ellos se encuentra Mengistu, que liderará la revolución.

 El 12 de septiembre de 1974, una revolución pacífica derroca al Emperador, el cual será detenido hasta su muerte.

 Estos revolucionarios crean el Comité Coordinador denominado Consejo Administrativo Militar Provisional (CAMP), que asumiría las funciones de Jefe de Estado hasta 1987, año en que Mengistu llega a la presidencia. 
Este Consejo será conocido también como Derg.

Escudo del gobierno del CAMP

                Entre sus primeras medidas está la suspensión de la constitución de 1955, la disolución del Parlamento Imperial y el fin de la política exterior pro-estadounidense.
 Los presos políticos son amnistiados y los refugiados en el extranjero son invitados a regresar. Se denunciará las hambrunas y la mala situación del país, cuestiones negadas anteriormente por el gobierno imperial. Se fusila a los sesenta militares y responsables que durante el gobierno imperial habían cometido crímenes contra el pueblo. 



Mengistu se dirige al pueblo etiope. Desde el primer momento deja claro que  la ideología del movimiento es marxista-leninista

                “El hecho de que la economía etíope carecía de base y era motivo de burla en todas partes, sirvió para abrir el camino de la lucha. El otro factor que ayudó a provocar la revolución fue el despertar de las amplias masas en relación con las enfermedades políticas, económicas y sociales y los defectos de Etiopía y el hecho de que las fuentes de beneficios y riquezas eran propiedad exclusiva de los feudales y las gentes vinculadas a ellos por lazos de interés propio y actividad personal.”

                Reconoce que la tarea de derrocar a un sistema imperial no ha sido fácil, y atribuye el mérito de la revolución a las masas oprimidas:

                “El mundo sabe que derrocar una monarquía que ha existido durante tres mil años no es una lucha fácil. Tampoco lo fue darles fin a los feudales que se habían consolidado a través del tiempo y a la burguesía que tenía firme interés en el poder y autoridad. (…) Quisiera enfatizar aquí el punto que esta revolución no pertenece a ningún individuo, a un solo grupo o a un segmento en particular. La revolución pertenece a las masas oprimidas. Así entre nosotros no puede haber una pugna por acreditar en la historia ser el primero en promover la revolución.”

Medidas sociales

                · Reforma agraria: se forma la Zemetcha, que significa “Campaña” en lengua amarice. Se trata una comisión que se encarga de crear las asociaciones y las cooperativas. Cada familia tendría derecho a trabajar diez hectáreas y cada ochenta familias podían formar una asociación. Esta reforma tuvo buenas consecuencias: palió el hambre hasta mediados de los años ochenta y aparece el intercambio mercantil, surgiendo nuevos hábitos de consumo.

· Reforma urbana: la reforma agraria impulsa a la antigua burguesía a especular con sus propiedades urbanas, algunas de las cuales serán empleadas con fines contrarrevolucionarios.  El 7 de agosto de 1975 se aprueban medidas para reformar la situación de las ciudades. Se descubre que el Emperador y la aristocracia eran propietarios de 2.150 hectáreas de territorio urbano en Addis Abeba, gran parte de ellas deshabitadas cuando las ciudades estaban rodeadas de chabolas que carecían de agua y de electricidad.

Familia campesina etíope

· Expropiaciones: se nacionalizan fábricas y empresas que pasarán a ocuparse de la gestión económica y a la creación de sindicatos.  También se nacionalizan los bancos, las compañías de seguros y un total de 65 grandes empresas de industria ligera, alimenticia y de transporte.

· Mejoras laborales: establecimiento de 8 horas diarias laborables, pago de horas extra, vacaciones pagadas (entre dos semanas y treinta y cinco días), pago de un mes por enfermedad, etc.

· Reformas judiciales: se crean los kebeles, que son órganos del poder popular con sus propios tribunales de justicia para asuntos civiles y criminales.

· Reforma educativa: busca acabar con el analfabetismo del pueblo. Los universitarios podrán obtener becas para estudiar en países extranjeros, gran parte de los mismos son socialistas.


Mujeres etíopes antes de la revolución


· Derechos de la mujer: antes de la revolución, las mujeres tenían tareas de carga y de prostitución, además de ser más propensas a la desnutrición. Antes de la abolición de la esclavitud, el marido podía venderla o canjearla. A consecuencia de ello, el gobierno socialista creará asociaciones de mujeres cuyo propósito será velar por sus derechos. Se ilegaliza la poligamia. Gran parte se convertirán en milicianas.

                · Problema nacional:  Al igual que Lenin y Stalin en la Unión Soviética, el gobierno socialista etíope crea un instituto compuesto por etnólogos, juristas, sociólogos y economistas para estudiar los modos de producción y características de las ochenta y dos etnias del país, compensando así la represión del gobierno imperial, donde predominaban los amaras. Cada región contará con su propio parlamento.

Cabe señalar que estas medidas no fueron suficientes para acabar con los deseos secesionistas de Eritrea, costándole un duro esfuerzo a Etiopía aquel conflicto.

Contrarrevolución

Al igual que ocurrió con la revolución rusa, la revolución etíope tuvo desde el principio una fuerte ofensiva armada contrarrevolucionaria. Ésta estaba conformada por miembros de la antigua aristocracia feudal y la alta burguesía, financiada por EEUU y algunos regímenes árabes. 

Así hablaba el príncipe Fadh de Arabia Saudí:

“Etiopía debe ser descuartizada y repartida y su revolución ahogada en sangre.”

La oposición de los regímenes árabes se debe a sus deseos de mantener la ruta del petróleo, por lo que apoyarán y financiarán a la región de Eritrea en sus deseos de independizarse y constituirse como una nación soberana, algo que no conseguirá hasta 1993.

El conflicto con Eritrea es anterior a la revolución (1961) finalizando tras la caída del sistema comunista en Etiopía. Al margen de Eritrea, estos regímenes pensaban que la experiencia de Etiopía junto al gobierno también socialista de Yemen del Sur podían empeorar la situación del islamismo político en la región.



Soldados cubanos combatiendo en Ogadén


Entre los grupos armados opositores encontramos a la Unión Democrática Etíope, encabezada por el hijo del Emperador, que había huido con su fortuna del país. Este grupo colaborará estrechamente con los secesionistas eritreanos. El otro grupo armado opositor es el Partido Revolucionario Popular Etíope, formado por elementos del ala derecha de la pequeña burguesía. El primer grupo atacaba a los campesinos desde Sudán, mientras que el segundo se encarga de realizar atentados terroristas en las ciudades.

Por otro lado, la Somalia de Mohamed Siad Barre invade Etiopía en 1977 con la ayuda de la región de Ogaden, provocando una guerra en la que van a intervenir soldados cubanos, al igual que ocurriría en el conflicto con Eritrea. 
 Somalia va a contar con el apoyo financiero y armamentístico de la CIA bajo el gobierno de Jimmy Carter. Los diferentes ataques armados van a provocar que se destine más dinero a la Defensa que al desarrollo económico, lo que a la larga tendrá graves consecuencias.

Debe señalarse que en este período conflictivo, los partidarios del gobierno comunista van a cometer excesos e incluso crímenes de guerra contra gente supuestamente vinculada a la anterior clase opresora o a las guerrillas secesionistas. El número de estos crímenes va a ser engordado y a menudo la responsabilidad cae de forma injusta sobre Mengistu. Se sabe que en la zona de Eritrea asesinaron a meros intelectuales y estudiantes por defender la soberanía de esta región. 

Internacionalismo

Para el desarrollo económico y defensivo de Etiopía fue esencial la ayuda internacionalista que ésta obtuvo de otros países como la Unión Soviética, Yemen del Sur, la República Democrática Alemana o Cuba. Yemen del Sur ofrecerá entrenamiento a las tropas, la RDA entrenamiento técnico y artículos textiles y juguetes para los niños etíopes.

La ayuda cubana fue esencial para hacer frente a la invasión somalí o los ataques eritreanos. En Ogadén, territorio donde las tropas cubanas se enfrentaron a los somalíes de forma victoriosa, se les levantó un monumento.
Así mismo, Mengistu será visitado por líderes como Fidel Castro, Eric Honecker o Nelson Mandela.


Años 80: comienza la crisis

El gobierno socialista etíope invirtió más en Defensa que en desarrollo económico. En los años 80 tendría graves consecuencias. Debido al subdesarrollo del país, el clima, el hecho de que su economía era básicamente agrícola y que era muy propenso a las sequías, tienen lugar tres hambrunas a lo largo de esta década: 1983, 1985 y 1987.

Con la llegada a la presidencia de la URSS de Mijail Gorbachov, la ayuda económica soviética sobre Etiopía (al igual que en Afganistán) se corta definitivamente, lo que afectaría a este país. Por otro lado, los gobiernos occidentales eran muy reacios en ayudar a un país marxista-leninista. 
Mengistu acusará a la Comunidad Internacional de cruzarse de brazos ante el sufrimiento de su pueblo. Las hambrunas afectaron a tres millones de personas, de las cuales murieron 200.000. Otro gran número inmigró al extranjero.
  En 1984 aparece el Partido de los Trabajadores de Etiopía (PTE), siendo Mengistu su secretario general. En 1987 se aprueba con el 81% de los votos una constitución socialista. El país comenzaría a denominarse como República Democrática Popular de Etiopía.

Se convocaría elecciones aquel mismo año, y los candidatos no tendrían necesidad de ser miembros del Partido de los Trabajadores de Etiopía, al igual que sucede en la actualidad en Cuba. En estas elecciones salió elegido como presidente del país Mengistu.

Caída del sistema socialista

                Con la marcha de los soldados cubanos del país, Etiopía debía enfrentarse al Frente Popular de Liberación de Eritrea, que consigue avanzar de forma extraordinaria. 
Si bien los soldados etíopes eran más numerosos, los eritreanos contaban con una mejor organización estratégica. Se une a ellos el Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope, que también conquista zonas estratégicas que determinarán el derrocamiento de Mengistu.


Finalmente, el 23 de mayo de 1991, las tropas del FDRPE llegan hasta Adis Abeba, capital del país.
El gobierno de Mengistu es derrocado por Meles Zenawi, el amigo de Occidente   a través del Frente Popular para la Revolución Democrática de Etiopía, que consiguió entrar en Adis Abeba en 1991 como hemos dicho.
 Al triunfar la revuelta, Meles se convirtió en el primer presidente de transición y posteriormente, tras las poco disputadas elecciones de 1995, en el primer ministro de la ahora República Democrática Federal de Etiopía, un mandato que revalidaría en 2005 y en 2010 en elecciones  plagadas de irregularidades.

Occidente acogió con los brazos abiertos desde el principio al que por aquel momento era el líder más joven de África, agradecido por derrocar a un régimen comunista e impresionado por la forma en que adoptó su propio llenguaje -era lector asiduo del semanario The Economist y de los informes del Banco Mundial- y por su importante papel para la seguridad regional al tener uno de los mayores ejércitos de África.

El expresidente estadounidense, Bill Clinton, le situó como parte de una "nueva generación" de líderes africanos junto con el ruandés y fue invitado por el entonces primer ministro británico, Tony Blair, para unirse a la llamada Comisión por África.


Dentro del país, Meles trató de sacar al país de la pobreza, comprometiéndose a lograr el crecimiento económico y mejorar las condiciones de vida de los agricultores.

Introdujo un sistema de federalismo étnico, abrió parlamento regionales, dando a los principales grupos étnicos la oportunidad de gobernar las áreas que dominaban.

Bajo su liderazgo emprendió proyectos de energía e infraestructuras, mientras hospitales y escuelas se extendieron en todo el país. Para conseguir estas inversiones estableció estrechos lazos comerciales con India y Turquía, así como China, que ayudó a pagar buena parte de la factura de la nueva sede de la Unión Africana, situada en Adis Abeba.
Pero Meles también se embarcó en una sangrienta guerra con la vecina Eritrea y mandó sus tropas en dos ocasiones a Somalia para combatir a los islamistas rebeldes de Al Shabab, que ya se han felicitado por su muerte.

Aunque lo que más ha ensombrecido su mandato ha sido la firme persecución de los disidentes. Tras el contestado resultado de las elecciones de 2005, Etiopía encerró a casi todos los líderes de un grupo opositor que consiguió un número de escaños sin precedentes en el parlamento y los encerró de por vida por traición.

En 2009 aprobó una ley antiterrorista, bajo el cual más de un centenar de figuras de la oposición fueron arrestados, aunque el gobierno insiste en que estos grupos tienen lazos con Al Qaeda y su archienemigo, Eritrea.


En mayo de 2012 ya se encontraba gravemente enfermo, lo que hizo que se retirase de la vida pública unas semanas después para tratarse de una enfermedad desconocida en un hospital en Bruselas de la que finalmente no pudo recuperarse.
 El 21 de agosto de 2012, el portavoz del gobierno etíope anunció oficialmente la muerte del Primer Ministro Meles Zenawi. Las agencias de prensa repercutieron la noticia anunciando que Meles Zenawi había sucumbido, en la noche del 20 al 21 de agosto, a causa de una enfermedad no precisada en un hospital de Bruselas, donde semanas antes había sido acogido. 

 Meles Zenawi había conquistado militarmente Etiopía en 1991, expulsando la junta en el poder, dirigido entonces por el coronel Mengistu Hailé Mariam y que, desde entonces, reinaba en este gran país africfano que dirigía con mano de hierro desde hace 21 años.
 Cuando tomó el poder, se proclamó Pirmer Ministro antes de imponer una Constitución que atribuye todos los poderes al Primer Ministro, dado que el Presidente no tenía más que una función honorífica, al estilo de Alemania o Israel.

Unos años antes, otro guerrillero había conquistado del la misma manera el poder en otro país de la región. Hablamos de Yoweri Kaguta Museveni, que se hizo con el poder en Kampala, Uganda, en enero de 1986.

Desde la llegada al poder de Bill Clinton en enero de 1993, éste declaró que África estaba dotándose de una nueva generación de líderes «dinámicos, visionarios» con los que los EEUU podían contar. 
Cuando Bill Clinton afirmó en 1995: «necesitamos una política africana», puso de manifiesto la ausencia de una política estadounidense hacia África claramente definida. 
Hoy, África es una pieza central en la política exterior de Estados Unidos, cuya presencia en el continente viene justificada por la lucha global contra el terrorismo y la importancia cobrada por el Golfo de Guinea en  la producción mundial de petróleo -el 54 por ciento de la producción africana-  
Durante la Guerra Fría, África se convirtió en un terreno de enfrentamiento de las superpotencias, junto a la tradicional rivalidad entre Francia y Gran Bretaña, que no renunciaron a su influencia en sus antiguas colonias. 
 Estados Unidos, que confió el papel de gendarme en el continente a sus aliados de la OTAN, se limitó a actuaciones puntuales en África para contrarrestar la influencia de la Unión Soviética: la planificación por la CIA del asesinato del primer ministro congoleño, Patricio Lumumba, considerado como un aliado de Moscú; el apoyo a la UNITA de Jonas Savimbi en Angola contra el gobierno marxista-leninista del MPLA y el cuerpo expedicionario soviéticocubano, e incluso la colaboración con la Sudáfrica del apartheid en la lucha contra la «amenaza comunista» en África austral.

En aquella época, en la que el continente se dividió entre «progresistas» prosoviéticos y «moderados» prooccidentales, se procedió al reparto de tareas entre el «imperialismo global», asegurado por EE UU (encargado del suministro de la logística), el «imperialismo secundario», asumido por Francia (a la que se confió el «papel de gendarme de África» para llevar a cabo las intervenciones directas, por sus derechos históricos y culturales en este continente), y el «imperialismo de relevo», confiado a uno u otro país africano aliado, dotado con una cierta capacidad militar para encargarse del mantenimiento del orden prooccidental en una región determinada del continente (Marruecos, Zaire y Sudáfrica). De este modo, durante la Guerra Fría, EE UU apoyó las dictaduras africanas de derechas en nombre del anticomunismo, sobre todo tras la instalación soviética en Angola y en Etiopía.

Es preciso subrayar el inciso de la política africana norteamericana durante la Administración Carter, reticente a las actividades militares estadounidenses en el exterior. Inspirado en las experiencias desastrosas y humillantes de las intervenciones externas en Vietnam, Irán y Afganistán, el mandatario estadounidense fundamentó sus actuaciones en África en tres principios: la preservación de la independencia de los Estados africanos, el no traslado a este continente del conflicto Este/Oeste, y la promoción del desarrollo así como de los Derechos Humanos, dejando a Francia la responsabilidad del África francófona.

El resultado fue la toma de distancia hacia las dictaduras africanas como la de Mobutu, que se mantuvieron gracias al apoyo de Francia y de Israel. Estas dos potencias decidieron enfrentarse a la hegemonía comunista en África ante la retirada de la Administración Carter. 

La Administración Reagan, que le sucedió en noviembre de 1980, adoptó una actitud totalmente ofensiva y opuesta a la de su predecesor: las intervenciones militares directas para apoyar y asegurar sus aliados africanos, la detención del comunismo en África y la presión hacia las potencias occidentales para asegurar la defensa común en este continente. El resultado de esta política de retorno en África fue el apoyo incondicional a los regímenes corruptos y represivos como el de Mobutu y el suministro a la UNITA de Savimbi de los temibles mísiles Stinger para luchar contra la presencia soviético-cubana en Angola.

La operación Restore Hope en Somalia en 1993 por parte de la Administración Bush senior, en el intento de detener al señor de la guerra somalí, Aidid Mohamed, se convirtió en una intervención militar-humanitaria desastrosa y humillante para los EE UU. noreste y en el África central; Kenia y Etiopía en África oriental y el cuerno de África, Nigeria en el Golfo de Guinea, y Sudáfrica en el África austral. Esta política explica por qué Uganda y Ruanda han violado la integridad territorial de la RDC, sometida a saqueos, como ponen de manifiesto los cinco informes sucesivos de los expertos de las NN UU, sin suscitar ninguna protesta de la Administración norteamericana ante estas graves violaciones de la legalidad internacional.
 En la misma línea que los planteamientos anteriores, y a partir de los atentados del 11-S (2001), surge la «doctrina Bush» de la «guerra preventiva»
 África entra en la estrategia global de la política exterior norteamericana y se convierte en el terreno privilegiado de las actividades antiterroristas, máxime cuando los EE UU sufrieron los atentados contra sus embajadas en Nairobi y Dar es Salaam en agosto de 1998.

Estas estrategias militares tuvieron un lado económico, con la adopción del AGOA, consistente en conceder algunas ventajas aduaneras a los países africanos respetuosos de los principios de democracia liberal a la norteamericana y de la economía de mercado, y sobre todo a los que se comprometen a no atentar contra sus intereses y a ayudarles en la lucha antiterrorista. El AGOA, adoptado por la Administración Clinton en 1998, fue recuperado y profundizado por la Administración de George W. Bush, que introduce la condicionalidad política (buen gobierno, economía de mercado y lucha contra la pobreza) en la ayuda norteamericana a África.

Se adoptó también el African Crisis Response Initiative (ACRI), convertido en 2002 en ACOTA (African Contingency Operations Training Asistance), destinado a fortalecer la presencia militar estadounidense en el continente. El objetivo declarado es la ayuda a los ejércitos africanos para hacer frente a las crisis. La realidad es que EE UU, al igual que los demás importadores de petróleo, ha ofrecido la ayuda financiera y militar a los gobiernos de los países productores de petróleo, para conseguir la estabilidad que le facilite la explotación del petróleo, cerrando los ojos ante la violación de Derechos Humanos por dichos gobiernos generalmente antidemocráticos. Es lo que se viene llamando la «maldición del petróleo» para las poblaciones africanas (conflictos nacidos de las rivalidades entre las potencias extraafricanas, inestabilidad política, corrupción de las clases gobernantes, mal gobierno).

Para conseguir todos estos objetivos, EE UU destaca por iniciativas de presencia física en la zona: la instalación de una base militar en Yibuti y la creación del task force en junio de 2002, que agrupa a 9 países de la región (Yibuti, Etiopía, Eritrea, Kenya, Uganda, Sudán -recuperado-, Tanzania, Somalia y Yemen), para controlar el Cuerno de África, el Mar Rojo y Yemen; el PAN-Sahel, creado a finales de 2002 y que agrupa a 8 países ribereños del Sahel (Argelia, Malí, Marruecos, Mauritania, Níger, Senegal, Chad y Túnez), para impedir que la franja sahelo-sudanesa se convierta en zona de nadie, de la que puedan aprovecharse los terroristas para atentar contra los intereses estadounidenses y de sus aliados. 
 EE UU proyecta la creación de una gran base permanente en el Golfo de Guinea con un sistema de vigilancia radar en el espacio marítimo de Santo Tomé y Príncipe, para asegurar su provisión de petróleo en la costa occidental del continente y controlar el África central. De hecho, las importaciones norteamericanas de petróleo procedentes del Golfo de Guinea representan del 12 al 20 por ciento de su aprovisionamiento total y podrían alcanzar el 35 por ciento en 2020.

Poniendo de manifiesto su voluntad de controlar económica y militarmente África, EE UU crea el Mando Militar Unificado para África (Africom), anunciado por George W. Bush en febrero de 2007 y que entró en funcionamiento el 1 de octubre de 2007.

El mando de este centro tiene como principal tarea coordinar y racionalizar todas las actividades militares y de seguridad en la zona, desde Argel hasta Pretoria. Actividades todas ellas disfrazadas de aspectos civiles y humanitarios. Existe una reticencia por parte de los países africanos para acoger dicha sede, ya que además del temor de atraer en el continente a los terroristas en su lucha global contra los intereses norteamericanos, consideran al Africom como el instrumento comercial de Estados Unidos para conseguir varios objetivos: contrarrestar en el continente la influencia de Francia y Gran Bretaña, contener la ofensiva comercial china, disuadir a los países emergentes que proyectan instalarse en este continente como India o Brasil, luchar contra Al Qaida fortaleciendo la iniciativa PAN-Sahel y la lucha contra los Tribunales Islámicos en Somalia a partir del territorio etíope, y asegurar la explotación del petróleo africano con el fin de reducir su dependencia de Oriente Medio.

Los estrategas norteamericanos, poderosos hombres de negocios con importantes intereses petroleros y allegados a las ideas de Samuel Huntington (la «teoría del choque de las civilizaciones») y Francis Fukuyama (la «teoría del fin de la Historia»), consideran que el petróleo africano forma parte de la estrategia de seguridad nacional estadounidense, para preservar su estatus de única potencia mundial mediante la eliminación de todos los rivales por todos los medios, en particular a través de las acciones militares preventivas o unilaterales. George W. Bush se dio este objetivo desde su llegada a la Casa Blanca en 2001, inspirándose en la «doctrina Wolfowitz», uno de los neoconservadores del entorno de Bush y uno de los artífices de la guerra de Irak con la política mundial de control de la oferta energética.

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