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BREVE HISTORIA DE ETIOPIA HASTA 1974

Etiopía tiene una larga y rica historia, no siempre bien conocida fuera de África oriental. Pocos saben que la tradición cristiana de Etiopía es una de las más antiguas del mundo, o que el país posee el patrimonio arqueológico más extenso de la tierra. Desde los obeliscos de la antigua civilización aksumita, la fascinante arquitectura medieval de Lalibela y los castillos de Gondar, hasta los monumentos comunistas del Dergue, la historia está presente en cada rincón de Etiopía


Cuando Richard Leakey descubrió el cráneo 1470 cerca del lago Turkana, en 1972, demostrando que el Homo habilis (antepasado directo del Homo sapiens) vivió junto al Australopitecus africanus y, por tanto, no pudo haber evolucionado a partir de él, se inició la búsqueda de la nueva especie que habría dado origen a los géneros Homo y Australopitecus, el “eslabón perdido” de Charles Darwin.

El 30 de noviembre de 1974, en un lago seco cerca de Hadar, en el noreste de Etiopía, descubrieron a Lucy.  Pertenecía a una nueva especie, el A. afarensis, que 3,2 millones de años atrás ya caminaba sobre dos piernas. La anatomía de Lucy, clara evidencia de un bipedismo erecto, desbancó la antigua teoría según la cual nuestros ancestros no pasaron a la posición erecta hasta haber desarrollado cerebros más grandes. Lucy, el homínido más antiguo y completo descubierto, se hizo famosa, y Etiopía reclamó el título de cuna de la humanidad.

Tras nuevos descubrimientos, como el del A. ramidus (de 4,4 millones de años de antigüedad y cuyos huesos del pie ya apuntaban al bipedismo) en 1992, el título parecía más que otorgado. Sin embargo, recientes análisis por tomografía computerizada (TC) de un esqueleto de 6 millones de años (Orrorin turgenensis) encontrado en Kenia en el 2001, y la reconstrucción de un cráneo de hace 6 o 7 millones de años procedente del Chad, sugieren que Lucy y el A. ramidus quizá no formen parte de la línea directa de la evolución humana, sino de una rama paralela.


El País de Punt

Aunque este período está envuelto en tinieblas, se cree que Etiopía (y Eritrea) formaban parte del País de Punt, destino de los barcos mercantes de los faraones egipcios durante milenios.

Valiosas mercancías, como oro, mirra, marfil y esclavos, se exportaban desde el interior de la región hasta la costa.

Se cree que el litoral septentrional fue el escenario de numerosas migraciones desde las zonas circundantes, y que hacia el 2000 a.C. ya existían fuertes contactos con los habitantes del sur de Arabia.

Período protoaksumita

El mestizaje de las culturas del sur de Arabia y del este de África tuvo una gran relevancia cultural. Una de las consecuencias fue el surgimiento de numerosas lenguas afroasiáticas, como el ge’ez, que daría lugar al moderno amárico. La escritura ge’ez aún es leída por numerosos clérigos cristianos etíopes.

De mayor importancia fue el nacimiento de una importante civilización en el Cuerno de África, hacia el 1500 a.C. 
La innegable influencia del sur de Arabia (en la escritura y la adoración de dioses sabeos)  movió a muchos estudiosos a pensar que se trataba de un asentamiento de colonos árabes, y no de una cultura de origen africano; pero los historiadores actuales están convencidos de que se trataba de una civilización genuinamente africana que, aunque influenciada por ideas sabeas, evolucionó a partir del esfuerzo y la iniciativa locales.


Independientemente de su origen, se trata de una importante civilización. El vestigio más famoso de aquel tiempo es el extraordinario “templo” de piedra de Yeha.


El reino de Aksum


El reino aksumita, que ocupó un lugar cimero entre los más poderosos del mundo antiguo, es la siguiente civilización que floreció en la actual Etiopía. La primera evidencia escrita de su existencia, el Periplo del mar eritreo, escrito por un marinero egipcio de habla griega, data del s. I, pero en esta época el área de influencia de esta civilización era muy extensa, lo que sugiere que comenzó mucho antes.

Se cree que Aksum, su capital, debía su importancia a su situación privilegiada en una encrucijada de rutas comerciales. Al noroeste estaba Egipto y al oeste, cerca de la actual frontera con Sudán, las llanuras ricas en oro. Al noreste, en la actual Eritrea, se hallaba el puerto aksumita de Adulis, centro de una extensa ruta comercial. 
 Se exportaba incienso, grano, pieles, cuernos de rinoceronte, monos y, sobre todo, marfil (decenas de miles de elefantes habitaban entonces en la región)
 De Egipto, Arabia y la India se importaban mantos tintados y vestidos sencillos, cristal manufacturado y hierro para fabricar lanzas, espadas y hachas. También llegaban vino y aceite de Siria e Italia, así como montones de oro y plata para el rey. El floreciente comercio propició el desarrollo del reino.

Aksum también mejoró la explotación de las tierras agrícolas de regadío mediante la construcción de diques, pozos y embalses.

En su apogeo, entre los ss. III y VI, el reino se expandió hacia el sur de Arabia y la zona sudanesa del valle del Nilo. 

La sociedad aksumita era próspera, estaba bien organizada y muy avanzada, tanto técnica como artísticamente. Se acuñaron monedas únicas en bronce, plata y oro, y se construyeron extraordinarios monumentos que aún perduran en la moderna Aksum. El reino ejerció también la mayor de las influencias sobre la futura Etiopía: la introducción del cristianismo.


La llegada del cristianismo

La Iglesia etíope afirma que el cristianismo llegó a Aksum en tiempos de los apóstoles. Según el historiador bizantino Rufino, la nueva religión llegó a las costas etíopes por accidente, y no de forma premeditada, cuando se entregaron al rey dos jóvenes cristianos procedentes de Levante.

Sea como fuere, lo cierto es que el cristianismo no se convirtió en la religión oficial del Estado hasta los albores del s. IV. 
Una inscripción del rey Ezana hace referencia a Cristo, y la cruz cristiana figura en sus famosas monedas (las primeras del mundo).



A finales del s. V llegaron los famosos Nueve Santos, un grupo de misioneros de lengua griega procedentes de Oriente, que fundaron célebres monasterios en el norte del país, como Debre Damo. También en esta época se tradujo la Biblia del griego al ge’ez por primera vez.

El cristianismo modeló no solo la vida intelectual y espiritual de Etiopía, sino también la sociedad y la cultura, incluidos arte y literatura. Hoy, la mitad de la población etíope es cristiana ortodoxa.


La llegada del islam y la decadencia de Aksum

De acuerdo con la tradición musulmana, el profeta Mahoma fue criado por una mujer etíope. Más adelante, en los hadiz (colección de tradiciones sobre la vida del profeta), se cuenta que Mahoma envió a su hija Fátima junto a algunos de sus seguidores a Negash, en el 615, para evitar las persecuciones de Arabia.

Cuando se calmaron las cosas, la mayoría de los refugiados regresó a casa, pero Negash sigue siendo un importante lugar de peregrinaje para los musulmanes etíopes.

Las buenas relaciones entre las dos nuevas religiones monoteístas continuaron al menos hasta la muerte del rey Armah. Después, cuando los árabes y el islam adquirieron más importancia en la costa opuesta del mar Rojo, el comercio se fue alejando gradualmente de la cristiana Aksum hasta quedar finalmente aislada.

Tras la decadencia de Aksum, hacia el año 700, Etiopía entró en la que se conoce como la “edad oscura”.


Lalibela y la dinastía Zagüe

El s. XII fue testigo del nacimiento de una nueva capital (Adafa) en las montañas de Lasta, cerca de la actual Lalibela. Fue fundada por la nueva dinastía Zagüe.

Aunque la dinastía Zagüe reinó desde 1137 hasta 1270, dejando las iglesias excavadas en la roca de Lalibela, este período está envuelto en el misterio. Al parecer, no se hicieron inscripciones, ni se escribieron crónicas, no se acuñó moneda y no ha sobrevivido ninguna descripción realizada por algún viajero.

Se desconoce qué llevó a la dinastía a su fin. Seguramente fue la combinación de luchas internas entre la casa reinante y la oposición de los clérigos locales. En 1270 fue derrocada por Yekuno Amlak y el poder político se desplazó hacia el sur, a la provincia de Shoa.


La Edad Media etíope

Yekuno Amlak, que aseguraba ser descendiente del rey Salomón y la reina de Saba, fundó la “dinastía salomónica”, que reinaría durante los 500 años siguientes. 
Su reinado representa el inicio de la “Edad Media etíope”, el período histórico mejor documentado del país (a excepción de la era moderna).

Bajo una monarquía omnipotente y la influencia del clero, la Edad Media fue una continuación del pasado. Sin embargo, la capital era itinerante, como un enorme campamento militar en movimiento. No se acuñó moneda y los tratos comerciales se hacían mediante el intercambio de medidas de hierro, tejido o sal.

Culturalmente, este período destaca por la producción literaria en ge’ez, incluida la crónica Kebra Negast. En esta época también comenzaron a intensificarse los contactos con la cristiandad europea. Bajo la creciente amenaza de los poderosos ejércitos musulmanes en Oriente, Europa se veía como una superpotencia cristiana.

Por su parte, los europeos, guiados por el sueño de recuperar Jerusalén a los sarracenos, se percataron de la posición estratégica que ocupaba Etiopía, que entonces era el único reino cristiano fuera de Europa.

A principios del s. XV llegó a Etiopía la primera embajada europea, enviada por el famoso noble francés Duc de Berry. A su vez, los etíopes iniciaron los viajes a Europa, en particular a Roma.

Guerras entre musulmanes y cristianos

Las primeras décadas del s. XVI estuvieron marcadas por las más sangrientas, costosas e inútiles luchas de la historia del país, hasta el punto de que el propio imperio y su cultura estuvieron en peligro de desaparecer.

Desde el s. XII, las relaciones entre la Etiopía cristiana y los emiratos musulmanes etíopes de Ifat y Adal ya eran tensas, hasta que en 1490 estallaron los conflictos. Tras establecerse en el puerto de Zeila (actual Somalia), el hábil y carismático musulmán Mahfuz declaró la yihad contra la Etiopía cristiana. El emperador Lebna Dengel consiguió frenar las incursiones de Mahfuz, pero no antes de que se hiciera con numerosos esclavos y ganado etíope.

Otra figura aún más legendaria fue Ahmed Ibn Ibrahim al Ghazi, apodado Ahmed Gragn “el Zurdo”. Después de derrocar al sultán Abu Bakr de Harar, Ahmed declaró su intención de continuar la yihad de Mahfuz. Tras algunas incursiones en territorio etíope, en marzo de 1529 consiguió derrotar al emperador Lebna Dengel. Ahmed se embarcó entonces en la conquista de toda la Etiopía cristiana. Bien surtido de armas de fuego procedentes de la otomana Zeila y del sur de Arabia, hacia 1532 el líder musulmán había conquistado casi todo el este y sur de Etiopía.

En 1535, el emperador Lebna Dengel solicitó ayuda a los portugueses, que ya navegaban por la región. 
En 1542, un ejército de 400 mosqueteros bien armados llegó a Massawa (actual Eritrea) a las órdenes de Dom Christovão da Gama, hijo del famoso marino Vasco da Gama. El encuentro tuvo lugar cerca del lago Kana, y en él Ahmed aplastó a los portugueses y decapitó al joven e insensato Dom Christovão.

En 1543 Galawdewos, el nuevo emperador etíope, unió sus fuerzas a las de los portugueses supervivientes y fue al encuentro de Ahmed en Wayna, al oeste. Esta vez los cristianos eran superiores en número y acabaron con Ahmed.

Los oromo y los jesuitas

A mediados del s. XVI, surgió una nueva amenaza para el Imperio etíope.
Los oromo, un pueblo de pastores nómadas y guerreros a caballo procedentes de la actual Kenia, comenzaron a emigrar masivamente hacia el norte. Durante los 200 años siguientes se produjeron conflictos armados intermitentes entre el imperio y los oromo. 
A principios del s. XVII, la situación llevó a los emperadores etíopes a buscar una alianza con los jesuitas, bajo el auspicio de Portugal. Dos de ellos, Za-Dengel y Susenyos, llegaron a convertirse al catolicismo. Sin embargo, al intentar imponer el catolicismo a la población se desencadenó una rebelión. Za-Dengel fue derrocado y, en 1629, las draconianas medidas de Susenyos para convertir a su pueblo culminaron en una guerra civil. Finalmente, Susenyos se retractó y se restableció la fe ortodoxa. Su sucesor, Fasilidas, expulsó a los entrometidos jesuitas y prohibió a los extranjeros poner el pie en su imperio.


Auge y caída de Gondar

En 1636, siguiendo la tradición de sus antepasados, el emperador Fasilidas decidió fundar una nueva capital. Sin embargo, Gondar fue diferente de sus predecesoras, ya que sería la primera permanente desde Lalibela.

Al final del s. XVII, Gondar poseía magníficos palacios, hermosos jardines y extensas áreas de cultivo. Las celebraciones y el boato atraían a visitantes de todas partes.

Bajo el auspicio de la Iglesia y del Estado, las artes florecieron. Se levantaron impresionantes iglesias, como la famosa Debre Berhan Selassie, que aún se puede visitar. Fuera de Gondar, se construyeron algunas iglesias en los históricos monasterios del lago Tana.

Aunque no todo era tan plácido en la corte de Gondar. 
Entre 1706 y 1721 se sucedieron distintas conspiraciones de la guardia real, clérigos y nobles, e incluso ciudadanos corrientes. El asesinato y la intriga estaban a la orden del día, y el caos reinante parece sacado del Macbeth de Shakespeare. 
 Durante este período turbulento, se sucedieron en el poder tres soberanos, y al menos uno de ellos acabó envenenado. 
Durante el reinado de Bakaffa (1721-1730) se recobró brevemente la estabilidad. Se construyeron nuevos palacios e iglesias y se retomó el desarrollo de la literatura y las artes.

Sin embargo, a la muerte de Iyasu en 1755, el reino de Gondar estaba sumido de nuevo en la confusión y las provincias empezaban a rebelarse. Entre 1784 y 1855, los emperadores eran marionetas en manos de señores feudales rivales y sus poderosos ejércitos. El país se desintegró, instalado en una permanente guerra civil.


El emperador Teodoro

Tras la caída de Gondar, Etiopía no era más que un puñado de territorios feudales independientes. Siguió así hasta mediados del s. XIX, cuando un hombre singular recuperó el sueño de la unidad.

Kassa Haylu, hijo de un cacique del oeste, criado en un monasterio, empezó siendo un shifta (bandido) cuando se le negó la sucesión al morir su padre. Pronto se convirtió en una especie de Robin Hood que robaba a los ricos para ayudar a los pobres. Obtuvo así muchos seguidores y empezó a derrotar uno tras otro a los príncipes rivales, hasta que en 1855 se coronó así mismo como emperador Teodoro.

El nuevo monarca se reveló no solo como un gobernante firme y capaz, sino también como un líder unificador, innovador y reformista. Se instaló en Maqdala, una fortaleza natural al sur de Lalibela, y empezó a concebir ambiciosos planes. Estableció un ejército nacional, una fábrica de armas y una gran red de carreteras, e implementó un gran programa de reforma agraria. Promovió el amárico (la lengua vernácula) en sustitución del ge’ez (lengua clásica escrita) e incluso intentó abolir el tráfico de esclavos.

Estas reformas toparon con un profundo malestar, amén de la oposición de los clérigos terratenientes, los señores rivales e, incluso, el común de los fieles.
 La respuesta de Teodoro fue inflexible, rayana en la brutalidad. Al igual que un héroe trágico shakesperiano, el emperador adolecía de un intenso sentimiento de orgullo, una fanática fe en su causa y un pomposo sentido del destino. Esa sería su perdición. Frustrado ante la imposibilidad de atraer a los europeos, y en particular a los británicos, para contribuir a sus programas de modernización, Teodoro hizo encarcelar a algunos de ellos que estaban en la corte. Aunque logró algunas concesiones, jugó mal sus cartas. En 1868, un contingente británico fuertemente armado, con la ayuda de jefes etíopes rivales, se ensañó con los hombres de Teodoro, en su mayoría armados tan solo con escudos y lanzas. Tras rechazar la rendición, Teodoro llevó su papel de héroe trágico hasta el final, redactando una amarga proclama antes de ponerse una pistola en la boca y apretar el gatillo.

El emperador Yohannes

Tras la muerte de Teodoro, se libró una batalla por la sucesión. Con armamento adquirido a los británicos a cambio de su ayuda a la expedición deMaqdala, Kassa Mercha de Tigray entró en liza. 
En 1871, en la batalla de Assam, derrotó al flamante emperador Tekle Giyorgis.

Al año siguiente se autoproclamó emperador con el nombre de Yohannes y reinó durante los 17 años siguientes. A diferencia de Teodoro, Yohannes fue un acérrimo defensor de la Iglesia y reconoció la independencia de los señores locales. Demostró además ser un experto guerrero. En 1857 se enfrentó a los egipcios, que se habían adentrado en Etiopía desde la costa, y los expulsó hasta Gundat, y luego hasta Gura en 1876.

Pronto apareció una nueva amenaza: los italianos. La apertura del canal de Suez en 1869 incrementó el valor estratégico del mar Rojo, convertido de nuevo en un paso hacia Oriente.
En 1885 los italianos llegaron a Massawa (actual Eritrea) y atacaron a Yohannes. El emperador, furioso con los británicos por no haber impedido la llegada de los italianos, les acusó de incumplir el Tratado de Hewett de 1884. 
 Los británicos veían en Italia una potencia capaz tanto de contrarrestar la influencia francesa en la costa de Somalia (actual Yibuti) como de poner freno a las ambiciones del Imperio otomano.

Mientras tanto, los mahdistas o derviches se levantaban en el oeste. Tras expulsar a egipcios y británicos, invadieron Sudán y, ya en Etiopía, llegarían a saquear Gondar en 1888.

Yohannes acudió  al encuentro de los derviches en Qallabat en 1889 y, cuando ya estaba a punto de obtener otra victoria, cayó mortalmente herido por la bala de un francotirador.


El emperador Menelik II

Menelik, negus de Shoa desde 1865, aspiraba al trono imperial desde hacía tiempo. Confinado en Maqdala durante 10 años por Teodoro, recibió la influencia de su captor y empezó también a soñar en una Etiopía unificada y moderna. Tras escapar de Maqdala y de sus ataduras con Shoa, Menelik se concentró en consolidar su propio poder y se enfrascó en una agresiva e implacable, brutal incluso, campaña de expansión.

Al principio, mantuvo buenas relaciones con los italianos, que lo consideraban un aliado potencial contra Yohannes. A la muerte de este, los italianos reconocieron las aspiraciones de Menelik sobre el trono y, en 1889, se firmó el Tratado de Wuchale. A cambio de garantizar el dominio italiano en la región que más tarde se convertiría en Eritrea, Italia reconocía la soberanía de Menelik y su derecho a importar armas libremente a través de los puertos etíopes.

Sin embargo, una discrepancia entre los textos amárico e italiano (en teoría idénticos), el artículo 17, llevó a una disputa. Según la versión italiana, Etiopía se obligaba a contactar con otras potencias extranjeras a través de Italia, lo que en la práctica la convertía en un protectorado italiano. La versión amárica difería en algunos términos.

Mientras tanto, la expansión italiana continuó hacia la nueva colonia de Eritrea. Muy pronto, los italianos ocupaban un territorio más allá de los confines marcados por ambos tratados.

A pesar de los intentos por parte de Italia de aliarse con los jefes locales de Tigray, estos prefirieron ayudar a Menelik. Aun así, los italianos consiguieron derrotar a Ras Mangasha y ocuparon Mekele en 1895. De esta forma provocaron que Menelik marchara finalmente con sus tropas hacia el norte, asombrando al mundo entero al derrotar a los italianos en Adwa. Esta batalla fue una de las pocas ocasiones en que un poder colonial era derrotado por una fuerza nativa africana. 

Etiopía quedó como la única nación independiente que quedaba en África.

Menelik centró entonces sus esfuerzos en la modernización. Abandonó Ankober, en Shoa, para fundar una nueva capital, Adís Abeba. Durante su reinado, introdujo la electricidad y el teléfono, construyó puentes, carreteras, escuelas y hospitales, y se establecieron bancos y empresas.


Iyasu

Menelik murió de muerte natural en 1913. Iyasu, su joven nieto (y sucesor designado), demostró ser un producto del s. XX. Continuó con las reformas de Menelik y adoptó una actitud “moderna” y secular, nada sectaria. El joven príncipe construyó tanto mezquitas como iglesias, tomó a mujeres musulmanas al igual que cristianas por esposas y prestó su apoyo a las poblaciones periféricas del imperio, que durante años habían sufrido la opresión de colonos y gobernadores amáricos. Iyasu y sus consejeros impulsaron diversas reformas, como la del sistema de tenencia de tierras y los impuestos, pero tuvieron que enfrentarse a la creciente oposición de la Iglesia y la nobleza.

Finalmente, incluso sus potencias aliadas empezaron a preocuparse cuando estableció relaciones con la República de Weimar (la Alemania posterior a la I Guerra Mundial), Austria y el Imperio otomano. Este fue el pretexto para su destitución. Acusado por los nobles de “abjurar de la fe cristiana”, el príncipe fue depuesto en 1921.

Zauditu, hija de Menelik, fue proclamada emperatriz. No tenía el camino fácil, pues tenía un rival aspirante al trono: Ras Tafari, el hijo de Ras Makonnen, primo de Menelik y nieto de un monarca de Shoa anterior. La conservadora aristocracia etíope prestó su apoyo a Zauditu, aunque recelaba de otros miembros de su familia. Al final, se alcanzó una especie de pacto de “equilibrio de poder” por el que Zauditu continuaría como emperatriz y Ras Tafari sería proclamado príncipe regente.


Ras Tafari

El príncipe Ras Tafari demostró más experiencia y madurez que Iyasu, en particular en asuntos exteriores. En 1923, Tafari consiguió un golpe de efecto diplomático al consolidar la entrada de Etiopía en la Sociedad de Naciones (SDN). Etiopía se hizo así un lugar en el mapa político internacional y recabó argumentos en contra de las aspiraciones de sus vecinos coloniales europeos.

Siguiendo la tradición iniciada por Menelik, Tafari impulsó nuevas reformas. Se instaló una moderna imprenta, se abrieron varias escuelas de secundaria y se creó la fuerza aérea. Mientras tanto, Tafari neutralizaba con firmeza a sus rivales. En 1930, el último noble rebelde fue derrotado y muerto en batalla. Días más tarde moría la emperatriz, tras una larga enfermedad. Ras Tafari ascendió al trono.

El emperador Haile Selassie

El 2 de noviembre de 1930 Tafari fue coronado emperador con el nombre de Haile Selassie. El extravagante espectáculo, al que asistieron representantes de todo el mundo, fue un gran ejercicio de relaciones públicas. Indirectamente, condujo al nacimiento de una nueva religión, el rastafarismo.

Al año siguiente se promulgó la primera Constitución escrita de Etiopía. Garantizaba al emperador un poder casi absoluto. El Parlamento bicameral consistía en un Senado, nombrado por el emperador entre sus nobles, y una Cámara de Diputados, elegida entre los terratenientes. No era, pues, más que una cámara que velaba por sus propios intereses.

Desde el primer día de su reinado, el emperador aplicó una misma norma para todo el país. Por primera vez, el Estado etíope estuvo unificado sin ambages.


La ocupación italiana

A principios del s. XX, Etiopía era el único Estado africano que había sobrevivido a la colonización europea. Sin embargo, su situación entre las colonias italianas de Eritrea y Somalia la convertían en un apetecible bocado.

Desde 1933, en un intento por minar el Estado etíope, Italia envió agentes para subvertir a los jefes locales y avivar las tensiones entre etnias. 
Gran Bretaña y Francia, temiendo que Mussolini pactara con Hitler, miraron hacia otro lado.

En 1934, una pequeña escaramuza entre fuerzas italianas y etíopes, conocida como el incidente de Wal Wal, fue el pretexto que Italia buscaba. En octubre de 1935 los italianos, superiores tanto en fuerzas terrestres como aéreas, invadieron Etiopía desde Eritrea. Primero cayó la ciudad norteña de Aksum y más tarde, Mekele.

La Sociedad de Naciones impuso sanciones a Italia, pero muchas naciones europeas no tenían realmente intención de aplicarlas y tuvieron poco impacto.

Campañas

Ante el temor de que la comunidad internacional impusiera un embargo más serio, y con la intención de mantener alta la moral italiana, Il Duce se decantó por una campaña relámpago. Impaciente por obtener resultados, reemplazó a De Bono, su primer general, por Pietro Badoglio, y le autorizó a “utilizar todas las armas de guerra (insisto, todas) tanto terrestres como aéreas”. En estas instrucciones estaba implícito el uso del gas mostaza, contraviniendo la Convención de Ginebra de 1926.

Contra todo pronóstico, a fines de 1935 los etíopes consiguieron realizar un gran contraataque, conocido como la Ofensiva de Navidad, sobre las posiciones italianas en Mekele. Pronto los italianos reanudaron su avance. Con el apoyo de centenares de aviones, cañones y armas de todo tipo, el ejército italiano barrió el país entero.

Entretanto, el emperador Haile Selassie había abandonado Etiopía (algunos etíopes nunca se lo perdonarían) para defender su causa ante el mundo. El 30 de junio de 1936 pronunció su famoso discurso ante la Sociedad de Naciones, en Ginebra. Sin embargo, la SDN levantó las sanciones contra Italia ese mismo año. Solo la URSS, EE UU, Haití, México y Nueva Zelanda se opusieron al reconocimiento de la conquista italiana.

Ocupación y resistencia

Muy pronto Etiopía, Eritrea y Somalia serían unificadas en el territorio colonial del África Oriental Italiana. Con la intención de crear una importante base económica, Italia realizó grandes inversiones en la nueva colonia. A partir de 1936, más de 60 000 obreros italianos fueron a trabajar en las infraestructuras etíopes.

Etiopía mantuvo una impetuosa resistencia a la dominación durante su breve duración. La respuesta de Italia fue brutal. Mussolini en persona ordenó que todos los rebeldes fueran ejecutados y la insurgencia fue aplacada desde el aire mediante bombardeos, gas venenoso y fuego de ametralladora.

La resistencia etíope alcanzó su culmen en febrero de 1937, con el intento de asesinar al odiado virrey italiano, Rodolfo Graziani. Como represalia, los italianos fusilaron, decapitaron y desmembraron a varios miles de personas en el transcurso de tres días, en la capital. El movimiento patriótico, la resistencia, se concentraba básicamente en las históricas provincias de Shoa, Gondar y Gojam, pero recibió apoyos desde todas las regiones del país. Muchas mujeres participaron en la lucha.

La respuesta de Graziani fue simple: “Eliminadlos, eliminadlos, eliminadlos”, pero la resolución de los etíopes se endureció y creció la resistencia. Aunque se hizo con las ciudades más importantes, Italia no llegó a conquistar todo el país.

El estallido de la II Guerra Mundial, y en particular la declaración de guerra contra el Reino Unido en 1940, cambió el curso de los acontecimientos. Gran Bretaña retiró por fin el apoyo tácito a la expansión italiana en África oriental y ofreció ayuda a Etiopía desde la frontera con Sudán. Más tarde, en 1941, lanzó tres importantes ofensivas.

Aunque en su momento no obtuvieron el merecido reconocimiento, los patriotas etíopes desempeñaron un importante papel antes, durante y después de la campaña de liberación, que concluyó en mayo de 1941 con el retorno del emperador Selassie a Adís Abeba.

Etiopía tras la liberación

Al principio, parecía que los británicos, que habían llegado a Etiopía como liberadores, simplemente habían reemplazado a los invasores italianos. Sin embargo, con los tratados anglo-etíopes de 1942 y 1944, Etiopía recuperó su independencia.

La reconstrucción del país se prolongó durante las décadas de 1940 y 1950. Se estableció (con la ayuda de EE UU) un nuevo banco gubernamental, una nueva moneda y la primera línea aérea nacional, Ethiopian Airlines.

En 1955, se promulgó una nueva Constitución. Aunque por primera vez la legislación incluía una Cámara de Diputados electos, el Gobierno continuó siendo autocrático y el emperador conservaba todo el poder.

En 1962, Adís Abeba se convirtió en la sede central de la Organización para la Unidad Africana (OUA) y, en 1958, de la Comisión Económica para África (CEPA) de las Naciones Unidas.

El descontento

A pesar de la modernización, el ritmo de desarrollo era lento. El descontento por el régimen autocrático del emperador empezó a crecer hasta que, aprovechando un viaje a Brasil en diciembre de 1960, la guardia imperial protagonizó un golpe de Estado. 

Aunque el ejército y las fuerzas aéreas consiguieron dominarlo, fue el principio del fin del régimen imperial. La insatisfacción también medraba entre los estudiantes, que protestaban en particular contra la propiedad de las tierras, la corrupción y la terrible hambruna de 1972-1974, que se cobró 200 000 muertos.

Mientras tanto, las relaciones internacionales también se habían deteriorado. En 1962, Etiopía abolió su federación con Eritrea, auspiciada por la ONU, y se anexionó unilateralmente el Estado eritreo.

En 1964, estalló la guerra con Somalia, que reclamaba la región etíope de Ogadén, habitada por somalíes.



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