Ir al contenido principal

Negros


Hace dos años, un periodista deportivo de los Estados Unidos perdió su trabajo por explayarse públicamente, esto es, frente a una audiencia televisiva, sobre su opinión en relación a las diferencias “raciales”.
A la pregunta de por qué había tantos entrenadores negros en el básquet, Jimmy “el Griego” Snyder declaró que los atletas negros ya corren con ventaja como jugadores de básquet porque tienen muslos más largos que los atletas blancos, ya que a sus ancestros los cruzaron así deliberadamente durante la
esclavitud.
“Esto se remonta a la Guerra Civil”, explicó Jimmy el Griego, “cuando durante el tráfico de esclavos… el propietario, el dueño del esclavo, cruzaba a su negro grandote con su negra grandota para tener un negro bien grande, ¿me explico?” Por sorprendente que parezca, el comentario de Snyder estaba pensado como un halago a los deportistas negros. Si los negros se convirtieran en entrenadores, dijo, a los blancos ya no les quedaría nada que hacer en el básquet.

Abochornada por semejante despliegue del racismo más ignorante, la cadena despidió a Jimmy el Griego. Seguramente, la emisora pensó que cualquier tonto sabe que esas cosas se dicen en la privacidad del vestuario de un club de caballeros blancos, nunca delante de un micrófono y frente a una cámara. Por supuesto, el interés de Jimmy el Griego no es ser culto ni estar bien informado.

Antes de que lo contrataran para entretener a la audiencia en los espacios libres del deporte televisado, era famoso como corredor de apuestas. Dice ser experto en jugadas y márgenes de puntos, no en historia, biología o genética humana. Pero aquellos que sí dicen ser cultos –y a quienes se contrata por esa razón– prueban que son tan supersticiosos como Jimmy el Griego.
La creencia en la realidad biológica de la raza excede incluso a la astrología, que es siempre, la superstición más cercana en el concurso de ignorantes que puede hacerse entre los que aparentemente
son cultos. 
 Richard Cohen, el liberal del Washington Post, escribió una columna defendiendo la hipótesis que subyace al comentario de Jimmy el Griego, si no su contenido específico. Según Cohen, el error de
Jimmy el Griego residía en sobrestimar lo que puede lograrse a partir de la cruza deliberada de seres humanos, y no en creer en una raza física. “En mis días en la universidad”, afirmó Cohen, “coqueteé un poco con la antropología. En antropología física teníamos que hacer algo como ‘distinguir cráneos
según raza y sexo’. La tarea implicaba observar un cráneo y determinar si alguna vez había sido hombre o mujer, y de qué raza”.


Esa lógica circular en la que, primero se definen ciertas características como “raciales”, y luego se brindan diferencias siguiendo las características ya establecidas como prueba de que las “razas” difieren entre sí, no molestaba a Cohen, ni siquiera en retrospectiva. En cuestiones que son prácticamente de fe religiosa, la lógica no tiene ningún peso.
Cohen remató la vergonzosa demostración con un título que debería haberlo alertado acerca del “callejón sin salida” intelectual en el que se había metido: “Sí, Virginia, las razas difieren físicamente”.

La mayoría de los estadounidenses (aunque casi ninguna otra nacionalidad) reconocerían a referencia a “Virginia. Hace ya muchos años, un editor de un diario respondió a la consulta de una nena afligida (Virginia), que experimentaba sus primeras dudas angustiosas con respecto a la existencia de
Papá Noel, y que había escrito al diario para obtener una respuesta autorizada. La respuesta se publicó en un famoso editorial tituladoSí, Virginia, Papá Noel existe”.


Cohen estuvo más en lo cierto de lo que creía al equiparar su propia necesidad de creer en la raza –y, presumiblemente, la de sus lectores– con la necesidad que puede tener un chico de creer en Papá Noel.


Cualquiera que sigue creyendo en la raza como atributo físico de los individuos , a pesar de lo mucho que han dicho ya biólogos y expertos en genética, puede creer que Papá Noel, los conejos de Pascuas y el hada madrina también son reales, y que la Tierra está quieta mientras el Sol orbita a su alrededor.


¿Por qué no? A los periodistas de diarios y televisión se les permite ser tan estúpidos e irresponsables como les plazca, y por lo general no provocan gran daño con eso, ya que nadie en su sano juicio les presta atención.
Richard Cohen recalcó su analfabetismo científico al hablar de “genes blancos”, entidades que, hasta donde sé, ningún experto en genética conoce.
No obstante, en mayo de 1987, la Corte Suprema de los Estados Unidos nos brindó un ejemplo mucho más grave, precisamente porque se trataba de la Suprema Corte de Justicia y no de un periodista sin muchas ideas.
La Suprema Corte tenía que determinar si los estadounidenses judíos o árabes podían ampararse en la legislación sobre derechos civiles por actos de discriminación en su contra. En vez de pronunciarse a favor del principio que sostiene que la discriminación contra cualquier persona es intolerable en una democracia, la Corte eligió formular la pregunta de si los judíos y los árabes son distintos de los caucásicos en cuanto a la raza.
Si ese fuera el caso, entonces la legislación en materia de derechos civiles podía aplicarse a ellos.

La Corte determinó que, como, a fines del siglo XIX, los judíos, árabes y otras nacionalidades se consideraban grupos raciales, se las podía considerar así también en el presente.


En otras palabras, a la Corte no se le ocurrió mejor modo de rectificar la injusticia de fines del siglo XX que volver a entronizar el supersticioso dogma racial del XIX.


A decir verdad, a la Corte no le quedó mucha alternativa, comprometida como está con el presente y la historia estadounidenses; comprometida, es decir, con la participación en los rituales cotidianos que crean y recrean la raza en la forma característica que el concepto tiene los Estados Unidos.


La Suprema Corte, tal como Jimmy el Griego, actúa bajo ciertos supuestos que conforman la ideología racial de los Estados Unidos.
Desafortunadamente, también lo hacen los historiadores y otros expertos académicos que necesitan distanciarse de tales suposiciones para poder hacer su trabajo.


Uno de los presupuestos absurdos más importantes, aceptado implícitamente por la mayoría de los estadounidenses, es el de que hay solamente una raza: la negra.
Es a raíz de ese supuesto que la Corte tuvo que hacer malabares intelectuales para probar que los que no son negros podían constituirse como miembros de razas para ampararse en las leyes que prohíben la discriminación racial.
Los estadounidenses consideran que los que tienen ascendencia africana o de visible apariencia africana constituyen una raza, pero no los que tienen ascendencia europea o de visible apariencia europea.


Es así que, en los Estados Unidos, hay académicos y académicos negros, mujeres y mujeres negras. Saul Bellow y John Updike son escritores; Ralph Ellison y Toni Morrison son escritores negros. George Bush y Michael Dukakis fueron candidatos a la presidencia; Jesse Jackson fue un candidato negro a la presidencia.

Asimismo, los estadounidenses no asignan una clasificación racial a las personas que no tienen ascendencia o apariencia ni europeas ni africanas, excepto cuando se trata de establecer un contraste directo o indirecto con personas de ascendencia africana.
Y en este último caso, los términos que utilizan representan probablemente aspectos geográficos o lingüísticos más que biológicos: asiático o hispánico.


Incluso cuando se utilizan términos utilizan términos geográficos para designar a personas de ascendencia africana, los términos significan algo diferente de lo que significan cuando se aplican a otras personas.
Se acepta fácilmente que nadie era en realidad europeo, ya que los europeos pertenecían a nacionalidades diferentes, pero sorprende que nadie haya sido tampoco africano, ya que los africanos también pertenecían a nacionalidades diferentes.

Un segundo presupuesto absurdo, inseparable de la raza en su característica forma estadounidense, da por sentado que prácticamente todo lo que hace, dice o piensa la gente de ascendencia africana es de naturaleza racial.

Así, cualquier persona que sigue los comentarios de las noticias sobre las elecciones primarias presidenciales de 1988 aprendió que, casi por definición, los afro estadounidenses votaron a Jesse Jackson porque se sentían identificados con él a nivel racial, a pesar de las encuestas que mostraban que los simpatizantes de Jackson tenían muchas más posibilidades que los simpatizantes de cualquier otro candidato de identificar a Jackson con posturas específicas con las que coincidían y les interesaban. Los simpatizantes de los otros candidatos los consideraban intercambiables, y era probable que cambiaran una y otra vez como reacción a hábiles anuncios publicitarios o rumores disparatados.


Un tercer presupuesto, tal vez el más problemático en términos intelectuales, es el que afirma que cualquier situación que involucra tanto a personas de ascendencia europea como a personas de ascendencia africana cae automáticamente bajo el título de “relaciones raciales”.
Es así como el argumento por tautología y definición reemplaza al argumento por análisis respecto de cualquier cuestión vinculada con personas de ascendencia africana.


Es probable que gran parte de los historiadores estadounidenses crea que la esclavitud en los Estados Unidos es principalmente un sistema de relaciones raciales - como si el principal negocio de la esclavitud fuese la producción de supremacía blanca más que la producción de algodón, azúcar, arroz y tabaco.


Un historiador llegó a definir a la esclavitud como la “suprema marginadora”. No se pregunta por qué los europeos que buscaban el “supremo” método de marginar africanos se tomarían el trabajo de transportarlos a través de un océano para cumplir ese propósito, cuando podrían haberlo conseguido más fácilmente dejando a los africanos en África.
A nadie se le ocurre analizar el enfrentamiento de los ingleses contra los irlandeses como un problema de relaciones raciales, aunque la lógica que los ingleses utilizaron para reprimir a los “bárbaros” irlandeses sirviera más tarde, casi a la letra, como lógica para reprimir a los africanos y a los amerindios.


A nadie se le ocurre tampoco analizar la servidumbre en Rusia principalmente como un problema de relaciones raciales, a pesar de que la nobleza rusa inventó ficciones sobre su superioridad innata y natural sobre los siervos, tan ridículas como las diseñadas por los racistas estadounidenses.


En estas cuestiones, las consideraciones imprecisas llevan a utilizar un lenguaje descuidado que, a su vez, fomenta la desinformación.
Un libro de textos ampliamente usado sobre historia estadounidense, escrito por historiadores muy distinguidos, resume la cláusula de los tres quintos de la Constitución de los Estados Unidos (Artículo I, sección 2) del siguiente modo:
“Tanto para los impuestos directos como en términos de representación, se consideraba que cinco negros equivalían a tres blancos.” La cláusula de los tres quintos no establece una distinción entre blancos y negros – ni siquiera usa un término más cortés, como “entre personas negras y blancas”. (De hecho, los términos negros y blancos –o, si vamos al caso, negros y caucásicos - no aparecen en ningún lugar de la Constitución, cosa que no es de sorprender en un documento legal, en el que una jerga lunfarda de ese tipo resultaría totalmente imprecisa).
La cláusula de los tres quintos establece una distinción entre las personas libres –que pueden ser de ascendencia europea o africana– y otras personas, eufemismo para esclavos.
El tema en cuestión era determinar si los ciudadanos propietarios de esclavos tenían ventaja sobre los ciudadanos que no tenían esclavos.


Más precisamente, la cuestión era si los esclavos contaban en la población en términos de representación política en el Congreso –eso daba ventaja a los esclavistas en los estados que tenían gran cantidad de esclavos– y también si contaban como responsables en términos de tributación directa, lo cual era una clara desventaja para dichos estados.


La Constitución respondió que sí, pero que, en una proporción de tres quintos, más que los cinco quintos que los esclavistas hubiesen preferido para la representación política o que los cero quintos que hubiesen preferido en cuestión tributaria.


Si hay personas bienintencionadas que afirman, con fines de efecto retórico, que la Constitución declaró que los afro-estadounidenses eran solamente tres quintos humanos, están cometiendo un error del que deben hacerse cargo los propios historiadores estadounidenses.


Cuando prácticamente todo el conjunto de la sociedad (incluso los que son supuestamente sensatos, educados e inteligentes) se compromete a creer en supuestos que colapsan por su ridiculez ante el menor análisis, la razón no es una alucinación, una ilusión o inclusive la mera hipocresía: se trata de una ideología.


Y siempre es imposible que alguien atrapado en el terreno de la ideología la analice racionalmente. Esa es la razón por la que a los historiadores les cuesta tanto lidiar con la raza en términos históricos y no metafísicos, religiosos o socio- (es decir, pseudo) biológicos.


Nada ilustra mejor esa imposibilidad que esta convicción sostenida por académicos que son sensatos en todo menos en eso: la raza “explica” fenómenos históricos; específicamente, la raza explica por qué se segregó a la gente de ascendencia africana y se les destinó un tratamiento diferente del que recibían los demás.
Pero raza es sólo el nombre que se asigna a ese fenómeno, la palabra “raza” no explica nada como la expresión revisión judicial no explica la razón por la cual la Suprema Corte de los Estados Unidos puede declarar inconstitucional una ley parlamentaria, ni la frase “Guerra Civil” explica la razón por la que los estadounidenses lucharon entre ellos entre 1861 y 1865
Sólo si se define raza como un prejuicio innato y natural sobre el color puede invocársela como explicación histórica. Y eso es falso, lo que se hace en realidad es repetir la pregunta a modo de respuesta.
Y surge allí un problema insuperable: como la raza no está programada genéticamente, el prejuicio racial tampoco puede programarse genéticamente sino que, como la raza misma, debe surgir históricamente.
Los más sofisticados entre los que invocan la raza como explicación histórica –por ejemplo, George Fredrickson y Winthrop Jordan– admiten esa dificultad.
La solución preferida es suponer que, como surgió históricamente, la raza deja de ser un fenómeno histórico y pasa a ser un motor externo de la historia (de acuerdo con la fórmula según la cual “cobra su propia vida”, una fórmula estúpida pero muy repetida).


En otras palabras, una vez que la raza se adquiere históricamente, se convierte en hereditaria. La deteriorada metáfora sirve así como camuflaje de una versión actualizada de lamarquismo.




Comentarios

Entradas populares de este blog

Melnyk, Bandera, Hitler. La relativización del nazismo en Alemania

Marzo fue un mes activo para Zelensky: ilegalizó once partidos votados por el pueblo ucraniano, cesó a sus embajadores en Marrue s y Georgia por no conseguir medidas contra Rusia y destituyó al jefe de las Fuerzas de Defensa Territorial En junio cesó a los embajadores de Georgia, Eslovaquia, Portugal, Irán y Líbano. Ya en su posición de pequeño dictador, no dio explicaciones a nadie. Hace unos días anunciaba la destitución de la fiscal general y del jefe de la agencia de seguridad nacional ucraniana por sospechas de traición y colaboración con los servicios secretos rusos. La purga se ha llevado por delante a más de 30 "espías" Consiguió un parlamento fiel y ahora está recolocando amigos de Biden y alguno propio en todo su entorno. En cuanto a la destitución de Andrey Melnyk, defensor del colaborador nazi y antisemita Stephan Bandera , a este le vamos a dedicar más tiempo porque que un embajador que se confiesa abiertamente nazi sea alabado por la clase política alemana, una

De las Cruzadas al Sionismo

 Los libros de Historia que nos cuentan que en Palestina el pueblo  judio y el pueblo árabe han vivido codo con codo desde hace 250 años, comienzan con un primer engaño.  Los libros de Historia que nos hablan del pueblo judío en su eterno deambular por el mundo, en sus altibajos entre la diáspora y la búsqueda de la Tierra Prometida. El pueblo judío perseguido. El pueblo judio del Holocausto, parten de una gran mentira.   El pueblo judio no existe.   Fueron perseguidos europeos conversos al judaismo desde el Imperio Jázaro.  Europa persiguió y asesinó a su propio pueblo por motivos religiosos. Los judios europeos no son semitas. Incluso en la palabra antisemitismo hay una gran mentira histórica que pretende cimentar la historia de un pueblo judío descendiente del pueblo bíblico, ajeno al territorio que habita.   Existen personas judías, es decir personas que profesan el Judaismo, en todas las partes del mundo. Hay judios polacos, estadounidenses, alemanes o rusos; como hay  cristia

Sobre el pueblo judío

La primera cuestión que tenemos que resolver antes de entrar en la cuestión es ¿Qué es un pueblo? El diccionario dice: Conjunto de personas que vive en una población, región o país determinados. Para ser pueblo tiene que haber un territorio y unas personas que lo habitan.   Desde un punto de vista político, el pueblo son las personas que forman parte del Estado, sin ningún tipo de distinciones de raza, género, religión, nivel económico o social.   El pueblo italiano puede ser cristiano o musulmán, seguidor del Nápoles o del Milan. No existe el pueblo musulmán en Italia ni el pueblo protestante en Alemania, ni el pueblo seguidor del Ajaz en Holanda. Los pueblos tienen una vinculación con el territorio y la historia, y esa vinculación tiene que ver con el hecho de haber habitado, ininterrumpidamente durante años un territorio. Por lo que el concepto está ligado a veleidades históricas. Italia no existía antes del siglo XIX. La unificación se produjo a raiz de ideales nacionalistas que s