Durante el invierno de 1868 el 7º de Caballería bajo las órdenes de Custer aniquiló un campamento indio en el río Washita. Fueron asesinados el viejo y pacífico jefe “Olla negra”, y 103 cheyennes, de los cuales solo 11 eran guerreros y sacrificados cientos de caballos.
En 1874, en pleno territorio sioux una expedición del ejército también bajo el mando de Custer confirmó que en las Colinas Negras (Black Hills), donde los indios creían que habitaban los espíritus de sus antepasados había oro. De inmediato el gobierno intentó comprarle el territorio, pero éstos se negaron a venderlas o abandonarlas.
En 1874, en pleno territorio sioux una expedición del ejército también bajo el mando de Custer confirmó que en las Colinas Negras (Black Hills), donde los indios creían que habitaban los espíritus de sus antepasados había oro. De inmediato el gobierno intentó comprarle el territorio, pero éstos se negaron a venderlas o abandonarlas.
Custer nació el 5 de diciembre de 1839 en New Rumley, Ohio. Se graduó en la Academia Militar estadounidense de West Point, como el último de su promoción, lo que le auguraba una complicada carrera militar.
La falta de oficiales durante la Guerra de Secesión lo favoreció y fue llamado a filas. Era inflexible con sus subordinados, despiadado con sus enemigos e incontrolable oficial que desconocía a su libre albedrío las órdenes de sus superiores.
Se distinguió por sus temerarias acciones y por la persecución al general Robert E. Lee, comandante del ejército Confederado. Fue ascendido meteóricamente hasta alcanzar el grado de general de brigada a la temprana edad de 23 años.
Entonces Custer cambió su imagen y su mente: se dejó crecer su rubia cabellera hasta los hombros y se convirtió en un vanidoso y maniático buscador de glorias. La guerra finalizó en 1865 y con ella también terminaron los grados de general de brigada que ostentaba y fue rebajado a su anterior cargo como capitán del 5º Regimiento de Caballería.
“Cabellos largos”, como le decían los indios a Custer, se sintió humillado, herido en lo más hondo, pero se las arregló y ganó méritos para su ascenso a teniente coronel, jefe del recién creado 7º Regimiento de Caballería.
En ese entonces se intensificó empujar a los indios desde sus sagrados territorios donde abundaban los búfalos hacia el oeste por medio de tratados o de las balas.
La falta de oficiales durante la Guerra de Secesión lo favoreció y fue llamado a filas. Era inflexible con sus subordinados, despiadado con sus enemigos e incontrolable oficial que desconocía a su libre albedrío las órdenes de sus superiores.
Se distinguió por sus temerarias acciones y por la persecución al general Robert E. Lee, comandante del ejército Confederado. Fue ascendido meteóricamente hasta alcanzar el grado de general de brigada a la temprana edad de 23 años.
Entonces Custer cambió su imagen y su mente: se dejó crecer su rubia cabellera hasta los hombros y se convirtió en un vanidoso y maniático buscador de glorias. La guerra finalizó en 1865 y con ella también terminaron los grados de general de brigada que ostentaba y fue rebajado a su anterior cargo como capitán del 5º Regimiento de Caballería.
“Cabellos largos”, como le decían los indios a Custer, se sintió humillado, herido en lo más hondo, pero se las arregló y ganó méritos para su ascenso a teniente coronel, jefe del recién creado 7º Regimiento de Caballería.
En ese entonces se intensificó empujar a los indios desde sus sagrados territorios donde abundaban los búfalos hacia el oeste por medio de tratados o de las balas.
En el gobierno del presidente Jackson, unos 90,000 aborígenes fueron deportados hacia grandes espacios abiertos en el centro del continente. Pero esos nuevos territorios no fueron asimilados por su cultura y sus tradiciones ancestrales
El gobierno se vio forzado a firmar solo con el jefe Nube Roja, -porque Toro Sentado y Caballo Loco, se negaron-, el tratado de Fort Laramie, mediante el cual los nativos se retiraban para unos territorios considerados como zonas de reservas controlados por la Agencia de Asuntos Indios, donde el hombre blanco no podía ingresar.
Más o menos se mantuvo la paz hasta que en 1858 se rumoró que en Rocky Montain, territorio de las tribus cheyenne y arapaho se habían encontrado yacimientos de oro. De la nada aparecieron e inundaron el territorio miles de mineros en busca del metal y con estos los comerciantes y granjeros para facilitarles su asentamiento.
Nada pudieron hacer para contenerlos los jefes indios Olla Negra y Antílope Blanco, salvo tratar de mantener el poco espacio que les quedaba.
«¡Maldigo a cada hombre que simpatiza con los indios! He venido a matar indios, y creo que es justo y honorable usar todos los medios que existen bajo el cielo de Dios para matarlos.»
El autor de estas palabras fue el coronel John Milton Chivintong, quien en 1864 con 700 casacas azules bajo su mando arrasó el campamento Cheyenne de Sand Creek hasta reducirlo a cenizas, asesinando a cerca de 200 civiles.
El gobierno se vio forzado a firmar solo con el jefe Nube Roja, -porque Toro Sentado y Caballo Loco, se negaron-, el tratado de Fort Laramie, mediante el cual los nativos se retiraban para unos territorios considerados como zonas de reservas controlados por la Agencia de Asuntos Indios, donde el hombre blanco no podía ingresar.
Más o menos se mantuvo la paz hasta que en 1858 se rumoró que en Rocky Montain, territorio de las tribus cheyenne y arapaho se habían encontrado yacimientos de oro. De la nada aparecieron e inundaron el territorio miles de mineros en busca del metal y con estos los comerciantes y granjeros para facilitarles su asentamiento.
Nada pudieron hacer para contenerlos los jefes indios Olla Negra y Antílope Blanco, salvo tratar de mantener el poco espacio que les quedaba.
«¡Maldigo a cada hombre que simpatiza con los indios! He venido a matar indios, y creo que es justo y honorable usar todos los medios que existen bajo el cielo de Dios para matarlos.»
El autor de estas palabras fue el coronel John Milton Chivintong, quien en 1864 con 700 casacas azules bajo su mando arrasó el campamento Cheyenne de Sand Creek hasta reducirlo a cenizas, asesinando a cerca de 200 civiles.
Caballo Loco |
Entonces comenzaron a prepararse para defender sus territorios organizados por los líderes: Toro Sentado (TatankaIyotanka), sioux y Caballo Loco (Tasunka-Witko), oglala-sioux, quienes convocaron un gran encuentro con los jefes de varias tribus para hacerle frente al genocidio que realizabanlos caras pálidas para expulsarlos de sus sagrados y ancestrales territorios.
El ejército organizó una task force (fuerza de tarea militar) formada por tres columnas bajo el mando de experimentados oficiales, que tenían como misión asaltar por el sur, el este y el oeste, un gran campamento donde estaban acampadas varias tribus, posiblemente cerca del río Little Bighorn, Montana, según información de los exploradores.
Mientras tanto Toro Sentado, Caballo Loco, Jefe Gall y Dos Lunas, permanecían acampados en Little Bighorn, con una cantidad de guerreros jamás reunida hasta entonces, semejante a un gran enjambre de avispas.
La primera Columna de las casacas azules al mando del general George Crook, avanzaba lenta y confiadamente el 17 de junio de 1876, a lo largo del Río Lengua, por el sur como estaba previsto, rumbo a la zona de concentración.
Aparentemente todo estaba normal, sin embargo, desde lo alto de un acantilado, protegidos por la verde vegetación, decenas de ojos no le perdían pie ni pesada a los soldados.
Pequeño Halcón permanecía inmóvil. Su cabeza estaba tocada con plumas de águila, y su cara pintada de rojo, negro, azul, amarillo y verde, al igual que el resto de sus compañeros.
Nube Roja firmó el tratado de Fort Loraine, al que se opusieron Toro Sentado y Caballo Loco.
El color rojo simbolizaba la guerra, el negro, la fuerza, el azul, sabiduría en el combate, el amarillo, que estaba dispuesto a morir en la batalla y el verde que tenía poder curativo. Nadie llevaba el blanco, que significaba la paz.
Pequeño Halcón acabó de observar lo que le interesaba y partió a todo galope con un reducido grupo de sus hombres para Reno Creek, donde se encontraba Caballo Loco, en el gran campamento conjunto de las tribus.
Justo en ese momento dejaron de sonar los tambores y se apagaron los cánticos, finalizaba la ceremonia religiosa de la Danza Solar de los sioux, en la que Toro Sentado había caído en trance, que le provocó la profética visión de unos soldados que bajaban de la colina para masacrar a su gente y eran interceptados y liquidados.
Con el presagio del Gran Jefe y el informe de Pequeño Halcón, los jefes de las tribus quedaron convencidos de que había que atacar bajo la dirección de Caballo Loco, quien parte a marcha forzada rumbo a Rosebud Creek, con unos 1,500 guerreros.
Los sioux que se sentían inspirados por la profecía del Gran Jefe, atacaron a los soldados feroz y organizadamente con un poder de fuego superior alde las caras pálidas. Cerca de dos horas duró el encuentro, tiempo suficiente para que el general Crook se diera cuenta de que la forma de combatir de los indios había cambiado y de que eran mucho más de lo que ellos estimaban.
El general tuvo que replegarse a Goose Creek para buscar refuerzos. Ha perdido 23 hombres y los sioux han retirado 10 guerreros del campo de batalla.
Custer cabalgaba molesto porque temía que se le escapara de las manos su autoría en la liquidación del campamento sioux. Actuando pérfidamente le propuso al general Alfred Terry adelantarse para hacer un reconocimiento del enemigo. En realidad trataba de alejarse de la columna. Fue autorizado con la orden de esperar por el resto de las tropas para atacar.
Su vanidad y su ego se elevaron hasta tal punto que rechazó un refuerzo de hombres y armas que le ofrecieron bajo el argumento de que le retrasaría la marcha. Ni los sables se llevó.
Casi revienta a los caballos y a sus hombres que recorrieron cerca de 100 kilómetros en dos días.
Se estima que en el campamento de Little Bighorn, Montana, se encontraban unos 3,000 guerreros, sioux, cheyennes y araphaoes, además de otras 6,000 personas entre mujeres, ancianos y niños. Una considerable fuerza nativa que estaba dispuesta a combatir hasta la muerte.
Custer ignoraba que se las tenía que ver ahora con guerreros entrenados, que no huirían cuando los atacasen, que además de sus arcos, flechas, hachas y cuchillos, tenían en su poder unos 800 rifles de repetición Winchester 44 y los sabían utilizar. Los caras pálidas en cambio, portaban carabinas Springfield de retrocarga, que cada vez que disparaban debían volverlas a cargar con la consiguiente pérdida de tiempo.
También ignoraba un aspecto muy importante en una batalla: que había perdido el factor sorpresa y lo estaban esperando.
Los exploradores le advirtieron a Custer que las huellas dejadas por los caballos y el arrastre de los palos de sus tipis, cubrían unos dos kilómetros de ancho, lo que indicaba el movimiento de cientos de hombres. Que esperara por el resto de las tropas, pero no les hizo caso.
En tanto Caballo Loco, que conocía perfectamente la táctica que utilizaban las casacas azules para atacar y arrasar las aldeas, le montó a Custer un falso escenario de un campamento sioux, con numerosos tipis despidiendo humo gris, en un área descubierta.
Pero realmente dentro de los tipis no había ningún actor. Todos eran guerreros armados con sus caras pintadas dispuestos a morir defendiendo sus sagradas tierras.
En la noche del 24 de junio de 1876 Custer llegó al valle de Little Bighorn, al otro lado del río, frente al campamento de Toro Sentado, y al siguiente día sin apenas darle descanso a la tropa, comenzó a desplegarlos para atacar por su cuenta y riesgo.
Pensando ciegamente en que los sioux tratarían de escapar, y no en que ellos podrían contraatacar, el vanidoso oficial cometió el error de dividir a sus hombres en una tradicional maniobra envolvente para coparlos a todos.
Asaltarían simultáneamente el campamento, el capitán Frederick Benteen, al mando de tres compañías por el oeste (115-120 soldados); el mayor Marcus Reno, con otras tres por el sur (175 soldados) y Custer con cinco (210 soldados) cargaría frontalmente contra el campamento.
Los soldados del mayor Reno fueron los primeros en atacar y también los primeros en morir. Chocaron con una infranqueable línea de defensa que les causaba bajas, mientras que decenas de guerreros trataban de rodearlos. Tuvo que retirarse desordenadamente a una colina cercana perseguido por los sioux.
La llegada del capitán Benteen y sus hombres a la posición los salvó de ser masacrados. Habían caído 40 casacas azules y 37 estaban desaparecidos.
Guerreros procedentes del campamento los hostigaban con fusiles y flechas, por lo que el capitán, tomó la decisión de permanecer allí para reforzarlos, lo que ocasionaría que Custer se quedara solo, sin el apoyo del ataque por el norte.
“Cabellos largos” desconocía del descalabro ocasionado a la tropa de Reno y que el capitán Benteen no atacaría por el lugar indicado. Desde su punto de observación podía ver decenas de indios en el campamento.No obstante tomó la errónea y suicida decisión de atacar.
Custer y sus hombres se lanzaron a la carga contra el campamento por la zona que defendía el jefe Gally pero no pudieron romper su defensa.
“Cabellos largos” no salía de su asombro a ver los cientos de siuox que aparecieron de la nada disparando sus carabinas, de lamultitud que cabalgaba contra ellos lanzando flechas y gritando ¡HokaHey! (es un buen día para morir).
Por si fuera poco, Custer alcanzó a ver cómo Caballo Loco, con unos 1 200 guerreros, en una genial maniobra comenzaba a cercarlos por su flanco derecho.
Los soldados como pudieron se replegaron para una colina cercana para organizar su defensa. Los que llegaron, poco más de 100 sacrificaron los caballos para que les sirvieran de parapetos, mientras gran cantidad de guerreros llegaban y se unían a los que los atacaban con fiereza.
A la media hora, luego de combatir cuerpo a cuerpo, los sioux acabaron con los pocos soldados malheridos que quedaban en pie, incluyendo el coronel Custer.
Perecieron 225 soldados, –no está confirmada la cifra--, del mítico y genocida 7º Regimiento de Caballería, los mismos que se habían destacado por arrasar las aldeas indias asesinando a hombres, mujeres, niños y ancianos. Cerca de 50 guerreros sioux murieron. El único sobreviviente fue un caballo llamado irónicamente “Comanche”, del capitán irlandés Keogh.
Cuentan que los indios enfurecidos por el dolor de haber perdido muchos de sus hermanos, les cortaron las cabelleras a los soldados y mutilaron sus cuerpos, menos al de Custer.
La muerte de Custer es un misterio, existen varias versiones. La leyenda lo presenta de pie disparando con sus dos Colt hasta que fue asesinado.
El historiador Jesús Hernández en su obra “Las grandes masacres de la historia” señala:
«… un indio arapajoe explicó después que había visto a Custer en el suelo “apoyado en sus manos y rodillas, con una herida de bala en el costado. Le salía sangre de la boca a borbotones, mientras contaba tan solo con la protección de cuatro de sus hombres, miraba desafiante a los indios que le tenían rodeado». Esta fue, precisamente, la imagen que se dio del teniente coronel tras esta desastrosa contienda».
El color rojo simbolizaba la guerra, el negro, la fuerza, el azul, sabiduría en el combate, el amarillo, que estaba dispuesto a morir en la batalla y el verde que tenía poder curativo. Nadie llevaba el blanco, que significaba la paz.
Pequeño Halcón acabó de observar lo que le interesaba y partió a todo galope con un reducido grupo de sus hombres para Reno Creek, donde se encontraba Caballo Loco, en el gran campamento conjunto de las tribus.
Justo en ese momento dejaron de sonar los tambores y se apagaron los cánticos, finalizaba la ceremonia religiosa de la Danza Solar de los sioux, en la que Toro Sentado había caído en trance, que le provocó la profética visión de unos soldados que bajaban de la colina para masacrar a su gente y eran interceptados y liquidados.
Con el presagio del Gran Jefe y el informe de Pequeño Halcón, los jefes de las tribus quedaron convencidos de que había que atacar bajo la dirección de Caballo Loco, quien parte a marcha forzada rumbo a Rosebud Creek, con unos 1,500 guerreros.
Los sioux que se sentían inspirados por la profecía del Gran Jefe, atacaron a los soldados feroz y organizadamente con un poder de fuego superior alde las caras pálidas. Cerca de dos horas duró el encuentro, tiempo suficiente para que el general Crook se diera cuenta de que la forma de combatir de los indios había cambiado y de que eran mucho más de lo que ellos estimaban.
El general tuvo que replegarse a Goose Creek para buscar refuerzos. Ha perdido 23 hombres y los sioux han retirado 10 guerreros del campo de batalla.
Custer cabalgaba molesto porque temía que se le escapara de las manos su autoría en la liquidación del campamento sioux. Actuando pérfidamente le propuso al general Alfred Terry adelantarse para hacer un reconocimiento del enemigo. En realidad trataba de alejarse de la columna. Fue autorizado con la orden de esperar por el resto de las tropas para atacar.
Su vanidad y su ego se elevaron hasta tal punto que rechazó un refuerzo de hombres y armas que le ofrecieron bajo el argumento de que le retrasaría la marcha. Ni los sables se llevó.
Casi revienta a los caballos y a sus hombres que recorrieron cerca de 100 kilómetros en dos días.
Se estima que en el campamento de Little Bighorn, Montana, se encontraban unos 3,000 guerreros, sioux, cheyennes y araphaoes, además de otras 6,000 personas entre mujeres, ancianos y niños. Una considerable fuerza nativa que estaba dispuesta a combatir hasta la muerte.
Custer ignoraba que se las tenía que ver ahora con guerreros entrenados, que no huirían cuando los atacasen, que además de sus arcos, flechas, hachas y cuchillos, tenían en su poder unos 800 rifles de repetición Winchester 44 y los sabían utilizar. Los caras pálidas en cambio, portaban carabinas Springfield de retrocarga, que cada vez que disparaban debían volverlas a cargar con la consiguiente pérdida de tiempo.
También ignoraba un aspecto muy importante en una batalla: que había perdido el factor sorpresa y lo estaban esperando.
Los exploradores le advirtieron a Custer que las huellas dejadas por los caballos y el arrastre de los palos de sus tipis, cubrían unos dos kilómetros de ancho, lo que indicaba el movimiento de cientos de hombres. Que esperara por el resto de las tropas, pero no les hizo caso.
En tanto Caballo Loco, que conocía perfectamente la táctica que utilizaban las casacas azules para atacar y arrasar las aldeas, le montó a Custer un falso escenario de un campamento sioux, con numerosos tipis despidiendo humo gris, en un área descubierta.
Pero realmente dentro de los tipis no había ningún actor. Todos eran guerreros armados con sus caras pintadas dispuestos a morir defendiendo sus sagradas tierras.
En la noche del 24 de junio de 1876 Custer llegó al valle de Little Bighorn, al otro lado del río, frente al campamento de Toro Sentado, y al siguiente día sin apenas darle descanso a la tropa, comenzó a desplegarlos para atacar por su cuenta y riesgo.
Pensando ciegamente en que los sioux tratarían de escapar, y no en que ellos podrían contraatacar, el vanidoso oficial cometió el error de dividir a sus hombres en una tradicional maniobra envolvente para coparlos a todos.
Asaltarían simultáneamente el campamento, el capitán Frederick Benteen, al mando de tres compañías por el oeste (115-120 soldados); el mayor Marcus Reno, con otras tres por el sur (175 soldados) y Custer con cinco (210 soldados) cargaría frontalmente contra el campamento.
Los soldados del mayor Reno fueron los primeros en atacar y también los primeros en morir. Chocaron con una infranqueable línea de defensa que les causaba bajas, mientras que decenas de guerreros trataban de rodearlos. Tuvo que retirarse desordenadamente a una colina cercana perseguido por los sioux.
La llegada del capitán Benteen y sus hombres a la posición los salvó de ser masacrados. Habían caído 40 casacas azules y 37 estaban desaparecidos.
Guerreros procedentes del campamento los hostigaban con fusiles y flechas, por lo que el capitán, tomó la decisión de permanecer allí para reforzarlos, lo que ocasionaría que Custer se quedara solo, sin el apoyo del ataque por el norte.
“Cabellos largos” desconocía del descalabro ocasionado a la tropa de Reno y que el capitán Benteen no atacaría por el lugar indicado. Desde su punto de observación podía ver decenas de indios en el campamento.No obstante tomó la errónea y suicida decisión de atacar.
Custer y sus hombres se lanzaron a la carga contra el campamento por la zona que defendía el jefe Gally pero no pudieron romper su defensa.
“Cabellos largos” no salía de su asombro a ver los cientos de siuox que aparecieron de la nada disparando sus carabinas, de lamultitud que cabalgaba contra ellos lanzando flechas y gritando ¡HokaHey! (es un buen día para morir).
Por si fuera poco, Custer alcanzó a ver cómo Caballo Loco, con unos 1 200 guerreros, en una genial maniobra comenzaba a cercarlos por su flanco derecho.
Los soldados como pudieron se replegaron para una colina cercana para organizar su defensa. Los que llegaron, poco más de 100 sacrificaron los caballos para que les sirvieran de parapetos, mientras gran cantidad de guerreros llegaban y se unían a los que los atacaban con fiereza.
A la media hora, luego de combatir cuerpo a cuerpo, los sioux acabaron con los pocos soldados malheridos que quedaban en pie, incluyendo el coronel Custer.
Perecieron 225 soldados, –no está confirmada la cifra--, del mítico y genocida 7º Regimiento de Caballería, los mismos que se habían destacado por arrasar las aldeas indias asesinando a hombres, mujeres, niños y ancianos. Cerca de 50 guerreros sioux murieron. El único sobreviviente fue un caballo llamado irónicamente “Comanche”, del capitán irlandés Keogh.
Cuentan que los indios enfurecidos por el dolor de haber perdido muchos de sus hermanos, les cortaron las cabelleras a los soldados y mutilaron sus cuerpos, menos al de Custer.
La muerte de Custer es un misterio, existen varias versiones. La leyenda lo presenta de pie disparando con sus dos Colt hasta que fue asesinado.
El historiador Jesús Hernández en su obra “Las grandes masacres de la historia” señala:
«… un indio arapajoe explicó después que había visto a Custer en el suelo “apoyado en sus manos y rodillas, con una herida de bala en el costado. Le salía sangre de la boca a borbotones, mientras contaba tan solo con la protección de cuatro de sus hombres, miraba desafiante a los indios que le tenían rodeado». Esta fue, precisamente, la imagen que se dio del teniente coronel tras esta desastrosa contienda».
Un grupo de soldados y oficiales del 7º Regimiento de Caballería que arrasaba con las aldeas indias.
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