Desde los inicios de la conquista inglesa en el Norte del continente americano comenzaron los enfrentamientos entre los extranjeros y los pobladores autóctonos de la zona.
Los aborígenes poseían un lazo muy especial con la tierra que consideraban suya por derecho de nacimiento, tierra a la que estaban atados por un sentimiento de amor inquebrantable.
Los indios norteamericanos diferían en costumbres, rasgos físicos, tradiciones religiosas y aspectos lingüísticos. “Antes de la llegada del hombre blanco, un heterogéneo conglomerado de más de 500 pueblos distintos habitaban Norteamérica. Todos ellos estaban emparentados entre sí por lazos ancestrales que, en la mayoría de los casos, yacían soterrados desde hacía tiempo en el pasado olvidado y remoto que una tribu apenas veía en otra algo más que una potencial competidora... Todas aquellas tribus luchaban, cada cual a su modo, contra la naturaleza, sus caprichos y sus estaciones climáticas, contra los animales y, frecuentemente, unos contra otros. Luchaban, a veces encarnizadamente, pero, salvo contadísimas ocasiones, no se destruían unas a otras. Para eso tuvo que llegar el hombre blanco y sus codicias. Unos, nómadas, cazaban y buscaban forraje, y desarrollaron sociedades belicosas de grandes guerreros. Otros, ya asentados, se dedicaban a la agricultura y construían montículos para sus dioses y difuntos. Unos y otros vivían en cuevas, chozas, tipis, cabañas de madera e, incluso, en estructuras de bloques de hielo, armaban embarcaciones, se interrelacionaban y desarrollaban culturas más sofisticadas de lo que se suele creer, aunque no tanto como en otras partes del continente”Existía una creencia generalizada sobre la existencia de un Gran Espíritu, dador de vida y proveedor de las cosas necesarias para coexistir. En este punto, el Gran Espíritu, también conocido como Gran Manitú o Gran Misterio en dependencia de las tribus, se muestra como un ser profundamente unido al universo, similar a la tendencia panteísta de pensadores del Viejo Mundo.
La conquista española en América del Norte tuvo sus propios matices. A las primeras exploraciones pacíficas recibidas por los indios con gran hospitalidad, le siguió un largo proceso de invasión iniciado por Francisco Vázquez de Coronado. Sangriento fue el paso de los españoles por el territorio de Nuevo México, aunque tuvo relevancia la afamada Ley de Indias en la que se estipuló el derecho de los indios a sus tierras y el respeto a sus gobiernos tribales.
Los aborígenes poseían un lazo muy especial con la tierra que consideraban suya por derecho de nacimiento, tierra a la que estaban atados por un sentimiento de amor inquebrantable.
Esto contrastaba con las ansias de conquista de los colonos que hicieron suya una zona cuya frontera se extendía al Oeste con rapidez, en detrimento del área india.
De un territorio inicial que apenas bordeaba las costas del Atlántico, fueron sucediéndose fronteras delimitadas por accidentes naturales que hoy conforman la región estadounidense. “La línea de las cascadas, constituyó la frontera del siglo XVII; los Alleghanys, la del XVIII; El Mississsippi, la del primer cuarto del XIX; el Missouri la de la mitad de siglo (sin contar el movimiento hacia California); y el cinturón de las Montañas Rocosas y la zona árida, la frontera actual.”1
EL tema del indio estadounidense se ha manipulado desde los inicios por medios de comunicación de diversa índole, siempre respondiendo a los intereses de clases, y más recientemente por el cine hollywoodense.
Durante el año 1891 se realizó una investigación por parte de J. W. Powell, que culminó en una de las clasificaciones más notables sobre la situación de los pueblos aborígenes en la América del Norte exactamente antes de la llegada de los colonos europeos a dichas tierras.
Los resultados arrojaron que un total de 600 sociedades indias convivían en el mismo territorio, y que podían ser agrupadas en 56 grupos lingüísticos.
Debido a la variedad de lenguas existentes se cree que la mayoría de las tribus acudieron a un lenguaje de signos para poder establecer la comunicación entre ellos.
Henry Dobbins llegó al consenso de que en el siglo XV la población aborigen en el área terrestre de los Estados Unidos oscilaba entre 9,8 a 12 millones de habitantes.
Una afirmación que entra en disputa con las teorías de reconocidos historiadores como James Mooney, A. L Kroeber y Angel Rosenblat, quienes abogaron siempre por una población inferior a los 3 millones de habitantes.
El economista e historiador cubano Hugo Néstor Peña Pupo atribuye esta divergencia de opiniones a la falta de análisis sobre algunos factores fundamentales en la historia de los aborígenes.
Luego de los descubrimientos geográficos de a fines del siglo XV, y en los años posteriores, llegarían a las costas americanas un sinnúmero de colonos europeos portadores de enfermedades mortales. Los colonizadores y exploradores trajeron el sarampión, la viruela, el cólera, la fiebre amarilla, y muchas más enfermedades devastadoras.
Los indios norteamericanos diferían en costumbres, rasgos físicos, tradiciones religiosas y aspectos lingüísticos. “Antes de la llegada del hombre blanco, un heterogéneo conglomerado de más de 500 pueblos distintos habitaban Norteamérica. Todos ellos estaban emparentados entre sí por lazos ancestrales que, en la mayoría de los casos, yacían soterrados desde hacía tiempo en el pasado olvidado y remoto que una tribu apenas veía en otra algo más que una potencial competidora... Todas aquellas tribus luchaban, cada cual a su modo, contra la naturaleza, sus caprichos y sus estaciones climáticas, contra los animales y, frecuentemente, unos contra otros. Luchaban, a veces encarnizadamente, pero, salvo contadísimas ocasiones, no se destruían unas a otras. Para eso tuvo que llegar el hombre blanco y sus codicias. Unos, nómadas, cazaban y buscaban forraje, y desarrollaron sociedades belicosas de grandes guerreros. Otros, ya asentados, se dedicaban a la agricultura y construían montículos para sus dioses y difuntos. Unos y otros vivían en cuevas, chozas, tipis, cabañas de madera e, incluso, en estructuras de bloques de hielo, armaban embarcaciones, se interrelacionaban y desarrollaban culturas más sofisticadas de lo que se suele creer, aunque no tanto como en otras partes del continente”
Las misiones jesuitas y la orden franciscana les enseñaban agricultura y
artesanía y paralelamente implementaban la evangelización y los obligaban a
renunciar a sus creencias.
Francia realizó sus primeras incursiones en los territorios que hoy son New
Hampshire, Maine y el norte de Nueva York. Luego fueron adentrándose en los
bosques norteamericanos ubicados en el centro de la región, o el oeste inmediato.
Misioneros franceses destacaron en el comercio de pieles, funcionando como
intermediarios de los indios y los holandeses.
Desde un comienzo los ingleses aplicaban medidas hacia la frontera en
dependencia de lo establecido por las compañías colonizadoras.
Es por ello que
se encuentran diferencias de una colonia a otra.
Hubo períodos de relativa paz, pero muchos colonos recién llegados intentaban
adentrarse más en el territorio y causaban pequeños conflictos bélicos.
Estos
terminarían convirtiéndose en grandes masacres durante el siglo XVIII, sobre todo
en los años de la Guerra Franco-Inglesa que culminó en 1763.
Luego de la Guerra
de los Siete Años los ingleses comenzaron una política inusual para obtener la
amistad de las distintas tribus indias; la misma política que llevaría a recrudecer
sus relaciones con los colonos, pues en el año que culminó la guerra impusieron
un decreto conocido como la Proclama Real, la cual
“(…) reservaba todo el territorio occidental, entre los
Alleghanys, las Floridas, el Mississippi y Quebec, para
los indios. Se prohibía estrictamente a todos los
súbditos, que hicieran compras o establecimientos en
cualquier lugar de aquella región.”
Quedaban limitadas las tierras a explotar por los habitantes de las Trece Colonias.
Este elemento, en conjunto con otras medidas injustas propugnadas por la Corona
Inglesa, hizo propicio el levantamiento en armas de los norteamericanos en busca
de su independencia.
El 19 de abril de 1775 se produjo en Lexington la primera batalla entre ingleses y
norteamericanos.
“Los rebeldes aspiraban, por su conveniencia, a que los
indios fueran neutrales en las futuras batallas
separatistas (…) se creó la Secretaría de Asuntos
Indios para garantizar los pactos concertados y proveer
a los indios de algunos suministros fundamentales
(…)
Pese al esfuerzo de los revolucionarios, no pudieron evitar la unión entre los
ingleses y algunas tribus de indios. Muchos generales de la gran potencia europea
pudieron estar al frente de destacamentos de pieles rojas y enfrentar decisivas
batallas. El resultado de la guerra fue entonces una de las causas que llevó a una
gran pérdida de la población india, pues al salir airosos, los rebeldes emprendieron
una vil venganza contra la misma por su apoyo a las fuerzas colonizadoras.
En el Tratado de París celebrado en 1783, quedó materializada la victoria
norteamericana por encima de sus opresores los ingleses. Quedaban concedidas
nuevas tierras a los recién independizados; desde el Canadá situado al norte,
hasta la Florida hispana en el Sur, y una importante extensión de espacio territorial
que llegaba hasta el territorio de Oregón.
Desde la llegada al poder del primer presidente de los EE UU, la política de trato
hacia el indio que llevaría a cabo su gobierno quedó evidenciada en algunas de
sus palabras sobre la nueva frontera. “(…) más allá de la cual nos comprometemos prohibir a
nuestro pueblo cazar y establecerse. (…) la extensión
gradual de nuestros asentamientos forzará ciertamente
a retirarse al salvaje como al lobo… nada puede
obtenerse de una guerra contra los indios como no
fuera el suelo en que viven y este puede ser
conseguido mediante la compra con menores gastos y
sin derramamientos de sangre (…)”
La Ordenanza del Noroeste u Ordenanzas de 1787, constituyeron un hito de la
época revolucionaria y post-revolucionaria. Con estas se niega la rapaz
tendencia colonial de los ingleses, y se impone una nueva forma de organización
para las tierras que se encuentran en el Oeste.
Los nuevos territorios se anexarán
en igual condición que los ya existentes en las Trece Colonias, con los mismos
derechos políticos y sociales. A través de las ordenanzas, se incluían
procedimientos legales para la constitución de nuevos estados y para que se
respetaran los derechos de los indios.
Muchos de estos derechos fueron
violados por los norteamericanos al afirmar estos que las tierras a las que
aspiraban eran suyas a expensas de los resultados de la Revolución de las Trece
Colonias.
“La mudanza de los indios era necesaria para abrir el
vasto territorio americano a la agricultura, al comercio, a
los mercados, al dinero, al desarrollo de la economía
capitalista moderna. Para todo esto la tierra resultaba
indispensable, así que después de la Revolución, los
especuladores ricos compraron enormes áreas del
territorio (…)”George Washington; “Letter to the corresponding Comitee of the Congress”. 7 de Septiembre de
1783.
Durante los años siguientes la expansión norteamericana fue inevitable. Se
desplazaron a través de las tierras del Oeste. A los indios le
compraban su territorio; si no cedían con dinero, entonces intercambiaban con
productos sin valor alguno, la mayoría de las veces alcohol. Cuando ninguna de
estas artimañas funcionaba la situación llegaba a convertirse en un asunto
espinoso, y devenía en un conflicto armado.
Casi siempre el resultado del mismo
era previsible: victoria norteamericana y masacre india.
Desde que inició en el año 1812 la célebre guerra entre norteamericanos e
ingleses por la posesión de las tierras del Canadá con las cuales se mantenía un
poderoso comercio de pieles con Europa, las masacres indias llegaron a tener
proporciones mayores.
Es aquí donde se hace famoso el indio Tecumseh, jefe histórico de los Shawnee,
líder sagaz que intentó unificar a las tribus indias en una Confederación sin
espacios geográficos aparentes. Su gestión fracasó, pero de haber tenido éxito el
costo de la colonización del Oeste hubiera sido mayor en vidas y en bienes.
Aunque la guerra la perdieron los norteamericanos, destacaron por encima de la
cortina una serie de líderes que fueron de capital importancia para la historia de
los EE UU, en ese momento específico y en los que estarían por venir. William
Henry Harrison y Andrew Jackson, futuros presidentes de la poderosa nación del
Norte, más que abrigar virtudes para la historia mostraron el desenfreno mortuorio
del que eran capaces ante situaciones vergonzosas.
“Andrew Jackson era un especulador inmobiliario,
comerciante, negrero y el más agresivo enemigo de los
indios de la primitiva historia americana. Llegó a ser
héroe de la Guerra de 1812 que no fue (…)
simplemente una guerra de supervivencia contra
Inglaterra, sino una guerra para la expansión de la nueva nación hacia tierras de Florida, Canadá y el
territorio indio.”
Terminada la guerra y obviada la gran masacre india de Horseshoe, Jackson fue
creándose una reputación infalible en cuanto a asuntos de indios se trataba. Un
interminable número de tratados se firmó a lo largo de los años, y hasta una
peligrosa guerra en el área de la Florida contra los Seminole lo tuvo a él como
protagonista.
En el año 1828 fue elegido como presidente de los Estados Unidos de América, y
a partir de ese momento, su mandato sería uno de los más genocidas de las
historia.
En propias palabras de Andrew Jackson durante su primer Discurso del
Estado de la Unión en 1829:
“Profesando el deseo de civilizarlos y asentarlos, no
hemos perdido al mismo tiempo la oportunidad de
expulsarlos de sus tierras y confiarlos más hacia lo
salvaje”
Una nueva medida hacia los indios hace aparición en el marco político de la
nación.
La Indian Removal Act o Acta de Remoción de los Indios causó revuelo en
todos los rincones de los Estados Unidos. La aprobación de esta ley haría posible
el traslado de gigantescas comunidades de indios desde sus lugares de origen
hacia los territorios al oeste del río Mississippi.
“Acudimos al juicio de toda la tierra, quien finalmente
nos aguardará justicia, y al buen sentido del pueblo
americano (…) nuestras consciencias nos advierten
testigos de que no somos profanadores de ningún
derecho de otro hombre- no hemos robado a ningún
hombre su territorio- no hemos usurpado la autoridad
de ningún hombre, no hemos privado a nadie de sus
privilegios inalienables. ¿Cómo podríamos entonces confesar indirectamente el derecho de otros pueblos
para con nuestra tierra si la abandonamos para
siempre? Sobre el suelo que contiene las cenizas de
nuestros amados hombres deseamos vivir- sobre este
suelo queremos morir.”
Estas lúgubres palabras fueron lanzadas en medio de la desesperación que causó
la implementación de esta política.
En su segundo Discurso del Estado de la Unión
en 1830, Jackson inicia abordando el tema con las siguientes palabras:
“(…) Me llena de placer anunciar al Congreso que la
benevolente política del Gobierno, firmemente seguida
durante alrededor de 30 años, en relación al traslado de
los indios más allá de los asentamientos blancos está
llegando a feliz consumación.”
El 24 de abril de 1830, la votación en el Senado aprobó la aplicación de la ley con
28 votos a favor y 19 en contra.
El 26 de mayo la Cámara de Representantes votó
102 a favor y 97 en contra, pasando la ley al órgano ejecutivo. El 28 de mayo de
1830 quedó convertida en ley la Indial Removal Act cuando fue firmada por el
presidente Andrew Jackson.
En el año 1829 la nación Cherokee, al bordo de la desesperación, decide acudir
en súplicas al gobierno norteamericano.
“Así como los pobres y débiles niños están
acostumbrados a buscar a sus guardianes y patrones
para protegerse, deberíamos venir nosotros y hacer que
nuestros aquejes se hagan conocer. ¿Nos escucharán?
¿Tendrán misericordia de nosotros?”
La bibliografía aborda de distintas maneras este triste acontecimiento, pero de
forma general todas acusan a los presidentes Andrew Jackson y Martin van Buren
como los autores de un genocidio a proporciones inimaginables.
Desde que fue aprobada la ley, hasta el año 1838, numerosos grupos de indios fueron extraídos
de sus tierras y llevados al nuevo territorio designado.
“La primera migración coincidió con el invierno más frío
que se había conocido, y la gente empezó a morir de
pulmonía. (…) ya bajo la presidencia de Van Buren,
salió el primer destacamento en lo que se conocería
como el Camino de las Lágrimas.”
Los que más sufrieron esta injusticia fueron los Cherokee, pero integrantes de
otras naciones indias perecieron en la triste travesía que es recordada todavía.
“El Gobierno Cherokee protestó la legalidad de la ley
hasta el año 1838, cuando el presidente de los EE UU
Martin van Buren ordenó al ejército entrar en la nación
Cherokee. El ejército reunió a tantos cherokee como
pudo y los situó en empalizadas temporales, y
eventualmente los hizo marchar (…) Estudiosos
estiman la muerte de 4000 a 5000 indios durante el
conocido Sendero de las Lágrimas. (…) Los Cherokee
revivieron sus instituciones nacionales en el Territorio
Indio, y continuaron como una nación independiente y
auto-suficiente.”
Luego de 1838, los norteamericanos se encontraron a sí mismos con la posesión
de inmensos territorios arrebatados a Inglaterra, Francia y México.
El único
obstáculo que se presentaba entre ellos y el dominio total de las tierras del Oeste,
eran los inamisibles pieles rojas.
Para deshacerse de este enorme lastre, el
gobierno estadounidense instauró medidas para facilitar tratados de compra de
tierras con los indios. Millones de acres pasaron a manos de blancos que
estafaban comúnmente a las ignorantes tribus de pieles rojas.
A esto se le añaden
los numerosos conflictos causados por la fiebre del oro.
El gobierno norteamericano creaba leyes para permitir la intrusión de hombres
blancos en la tierra de los indios, y así explotar los recursos auríferos de los
territorios que ya le habían sido asignados. Estas migraciones traían
enfermedades que diezmaban partes importantes de la población.
Sin embargo, es casi obvio el objeto central que tuvo la contraposición de
intereses entre ambas razas: el militar.
Se libraron numerosas guerras, casi
siempre pequeñas en cuanto a tiempo se refiere. Las armas de los
norteamericanos determinaron el resultado final de muchas batallas, masacres de
indios tristemente célebres como la Sand Creek, en la que murieron 133 indios, de
ellos 105 fueron mujeres y niños. Robert Bent, partícipe de la batalla, comenta:
“(…) Había treinta o cuarenta mujeres reunidas en un
hueco para protegerse; enviaron afuera a una niñita de
unos seis años con una bandera blanca en una vara; no
había avanzado más que unos pocos pasos, cuando le
tiraron y la mataron. Todas las mujeres que estaban en
ese hueco fueron asesinadas después… Vi a una mujer
con el vientre abierto y un feto, así pensé, yacía a su
lado (…)
Para culminar el proceso histórico devastador que significó el siglo XIX en el modo
de vida de las comunidades indias, se declaró en el año 1886 la Ley General de
Repartición o Dawes Act.
Las tierras indígenas serían divididas entre los
individuos y familias de cada comunidad y se les concedería un documento de
posesión con período de veinticinco años, al cabo de los cuales se les entregaría
un certifico de propiedad por el cual deberían comenzar a pagar sus impuestos.
El
excedente (tierras no repartidas) sería vendido a los blancos.
Buscaban de esta
forma aplacar el interés tribal por la tierra, y convertirlo en propiedad individual.
La Ley General de Repartición fue aprobada el lunes 6 de diciembre de 1886,
durante la segunda sesión del cuadragésimo noveno Congreso de los Estados
Unidos de América. Bajo las palabras “UN ACTA, Para proveer la repartición de tierras en calidad de propiedad individual para los indios en las numerosas
reservas, y para extender la protección de las leyes de los Estados Unidos y los
Territorios sobre los Indios, y para otros propósitos.”27
“(…) en 1887 poseían (las Cinco Tribus) 138 millones
de acres de tierras y cuarenta años después tenían 52
millones de acres.”
Cierra así una triste página en la historia americana, defendida con dignidad en el
campo de batalla de Little Bighorn por los pieles rojas Toro Sentado y Caballo
Loco en el año 1876, cuando vencieron y asesinaron al genocida General Custer,
pero incapaz de evitar las injusticias que estarían por venir.
El fin de un siglo no significó la culminación de las políticas genocidas que
continuaría implementando el gobierno norteamericano.
De ahora en adelante, el
rapaz rostro de un Imperialismo potente en todos los sentidos, persistiría en su
histórica tarea de arrebatar todo cuanto quisiera.
Cuando se plantea el objetivo de lograr una síntesis histórica en los temas
relativos al sufrimiento del pueblo indio de Norteamérica se llegan a ciertas conclusiones.
1. Las tribus indígenas de América del Norte
mostraban una autóctona riqueza cultural y
religiosa.
2. Los pieles rojas fueron utilizados por los
imperios europeos y por EEUU para obtener
ventajas en sus guerras.
3. Desde sus comienzos, el gobierno
estadounidense mostró repulsión hacia los
indios por creer ser dueños de todas las tierras
en las que habitaban los mismos.
4. A lo largo de su historia, EEUU oprimió al pueblo
indio mediante injustas medidas aprobadas en el
Congreso, y a través de sangrientas masacres y
migraciones forzosas.
El conocimiento de las penurias sufridas por los indígenas de Norteamérica, ayuda
a tener una visión más general de la verdadera personalidad rapaz que ha ejercido
el gobierno estadounidense.
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